El 31 de agosto pasado tuvo lugar un acontecimiento político en México que dio mucho de qué hablar y acaparó los reflectores mediáticos de todo el mundo; los dos personajes más odiados y peor posicionados en el ideario mexicano se reunieron en la residencia oficial de los Pinos. Donald Trump, candidato republicano a la presidencia de EUA, se reunió con el presidente Enrique Peña Nieto en plena carrera presidencial y en el marco de un evento diplomático sin precedentes.
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Personalmente he de confesar que de entrada no me pareció que fuera una mala idea: Trump, nos guste o no, es uno de los dos candidatos más fuertes a la presidencia del país más poderoso del mundo que, además, resulta ser nuestro vecino y mayor socio comercial.
Bajo la lógica en que inicialmente estaba analizando el evento creía que era necesario entablar un diálogo serio y de altura, entre otras cosas, porque están en juego asuntos tan delicados como el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) o la deportación de millones de inmigrantes. Además, me parecía necesario que se le aclarara de primera mano que los mexicanos no somos criminales ni violadores, sino gente trabajadora y capaz en busca de oportunidades para salir adelante.
Dicen que es de sabios cambiar de opinión y hoy, una semana después, debo reconocer que estaba equivocado. Al pensar como lo estaba haciendo se me olvidó la más esencial de las verdades sobre Trump, que es su naturaleza.
Tal vez como un efecto involuntario en el que proyectaba mis deseos de paz y libertad política se me olvidó que su campaña inició con un mensaje claramente racista y lleno de odio hacia los latinos y en específico en contra de mi país, se me olvidó como ha ido creciendo justamente por lo inamovible que ha sido su discurso, que su estrategia es la confrontación y la provocación, que de cambiar su discurso lo perdería todo, y en fin, se me olvidó que estábamos hablando de Trump y no de cualquier otra persona.
El resultado fue desastroso; Trump posando como un estadista consumado, con una postal que lo colocaba como un supuesto gran negociador y la sensación de que vino a territorio a mexicano solo para repetirnos en la cara lo que ya había dicho hasta el cansancio a lo largo de su campaña: “el muro va y ustedes se van”.
La cereza en el pastel demagogo vino apenas unas horas después, cuando aseguraba no solo que se construiría el muro entra las naciones, sino que además sería México quien pagaría por él, solo que nosotros “aún no lo sabíamos”.
De Peña Nieto ni hablar, a él también se le olvido con quién estaba tratando. Aunque a algunos nos pareciera que no era una idea tan errónea inicialmente, no hay manera de justificar que con todo el apoyo del cuerpo diplomático, funcionarios y asesores, no hayan podido dimensionar la situación y entender que no había manera de que el evento tuviera resultados positivos para el país.
El manejo de medios y de imagen del presidente Peña siempre ha sido tremendamente inoportuno. Es por todos bien conocido que tiene frecuentes deslices y errores en su comunicación y que la cultura general no es lo suyo, pero eso es lo de menos cuando hacemos un análisis más profundo.
Lo grave es lo tibio que resulta cuando se le presentan problemas que pudiera convertir en aciertos y oportunidades; por ejemplo, con la Casa Blanca tuvo la oportunidad de liderar los esfuerzos anti-corrupción y se limitó a pedir un tardío e insuficiente “perdón” y con con Ayotzinapa tuvo la oportunidad de llegar a lo más profundo, impartir justicia y de paso desenmascarar la hipocresía y la criminalidad de la izquierda que provocaron la tan lamentable tragedia, y en cambio permitió que en el ideario mexicano él mismo quedará como el máximo culpable.
La semana pasada, ante Trump, tuvo la oportunidad de pedirle que reculara en sus declaraciones y así dar un mensaje enérgico que lo colocara como un defensor de sus gobernados, pero se limitó a ser un amable anfitrión del archienemigo nacional.
Las reacciones en el plano doméstico no se hicieron esperar; políticos de oposición e incluso expresidentes aprovecharon la ocasión para acaparar primeras planas, figurar mediáticamente, criticar al gobierno actual y asegurar que Trump no es bienvenido en nuestro país, una reacción nada sorpresiva.
Un fenómeno que me llamó mucho más la atención fue el pedestal en el que muchos pretenden colocar a Hillary Clinton quien, dicho sea de paso, también fue invitada por la Presidencia de la República y recientemente acaba de declinar la invitación alegando que está concentrada al 100% en asuntos de política interna. Clinton criticó fuertemente la visita de Trump a México, diciendo que Trump reprobó su primera prueba internacional.
Muchos aseguraron, mostrando una actitud timorata y que nada tiene que ver con el discurso de autonomía y soberanía que suelen manejar, que fue una falta de respeto hacia la candidata demócrata por parte del gobierno mexicano ya que es prácticamente un hecho que ella será la siguiente presidente por lo que además podría generar represalias y distanciamiento hacia nuestro país.
Se nos olvida que han sido los demócratas, a través de la figura de Obama y sirviéndose de políticas orquestadas por la misma Clinton acompañadas de un doble discurso muy evidente, quienes más mexicanos han deportado en la historia del país norteamericano. Se nos olvida que Clinton no cree en el comercio ni en la libre empresa entre nuestros países, que cree en el proteccionismo económico y en la necesidad de establecer aranceles que impidan que los productores mexicanos puedan crecer en su país.
“Hillary Trump”, es otro casi error de dicción y el más reciente “fail” de Enrique Peña Nieto. Pero no es un nombre del todo injustificado si tomamos en cuenta que gane quien gane, el panorama para México luce lleno de sombras y baches diplomáticos en cuanto a la relación con los Estados Unidos.
Mientras todo esto sucede, no nos queda más que seguir abogando por políticas que desempoderen a este tipo de personajes y que hagan que nuestras vidas dependan cada vez en menor medida de sus arranques de poder, que el equipo de imagen y relaciones públicas de la Presidencia de México replanteé el camino y no se meta en situaciones escabrosas innecesarias y, ya que estamos con la lista de peticiones y sueños guajiros, que de alguna manera en nuestro vecino del Norte dejen a Gary Johnson debatir.