La absenta, también conocida como ajenjo, es una bebida alcohólica elaborada con distintas hierbas que data del siglo XVIII. Es comúnmente conocida como el “hada verde” por las alucinaciones que se dice que provoca como efecto a quienes la consumen y en el mundo artístico se le suelen atribuir varias de las más grandes obras de la época contemporánea, ya que servía como fuente de inspiración para artistas de la talla de Degas, Picasso, Mary Shelley o Hemingway.
El episodio más celebre en el que esta mítica bebida juega un papel relevante es sin duda aquel en el que Van Gogh, debido al completo estado de ebriedad y furor provocado por el desamor del que sufría y al entumecimiento de su umbral del dolor, decidió cortarse su propia oreja y ofrecerla como regalo a la prostituta de la que estaba enamorado sin ser correspondido.
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En política dicha bebida llevaría el nombre de “Justicia Social”. Políticos, candidatos, profesores, analistas, votantes, y líderes de opinión alrededor del mundo la desean, la buscan y la beben como solución a los problemas que le atañen; dolidos por la pobreza, el hambre, el desempleo, la violencia y la injusticia deciden emborracharse con aquella sustancia que les promete un mundo mejor, aunque sea solo imaginario.
La “justicia social” siempre ha aparecido como una respuesta demagógica y casi mágica a las problemáticas sociales a las que nos hemos enfrentado como humanidad, sobre todo, a partir del surgimiento de la Revolución Industrial y como una supuesta respuesta a las problemáticas que se le atribuyen a la nueva dinámica económica que originó.
Sus premisas tienen sus raíces en un sentimiento de injusticia casi predestinada en el que unos pocos son beneficiados sin merecerlo, ya sea por decreto o incluso por mera suerte, mientras que el resto (la mayoría) está condenada a servirles, ser oprimidos y llevar una vida de servidumbre sin posibilidad de revertirlo.
Sus estrategias y propuestas para combatir dicha situación son, entre otras: los impuestos progresivos en vez de su homologación, la redistribución de riquezas en vez de su generación, el Estado de bienestar en vez del Estado de Derecho y la educación en el odio y el victimismo en lugar del amor propio y la autorrealización.
Su mayor exponente y mayor muestra de fracaso en la historia económica y política contemporánea es, sin duda, el socialismo. La represora China de Mao, la extinta URSS, el derribado muro de Berlín, la aberrante y bizarra sumisión de Corea del Norte, el marcado retraso en el desarrollo de países secuestrados por dictadores totalitarios en África, la crisis europea actual y los tristísimos casos de escasez en Venezuela y Cuba deberían ser suficiente evidencia para desmentir sus premisas, pero hay quienes insisten en vivir alucinando.
Todo aquel lector que haya atravesado por alguna situación difícil y haya pretendido enfrentarla escapando de su realidad refugiándose en la bebida, aunque sea por una sola noche, comprenderá lo reconfortante que puede llegar a ser; por un instante pareciera que los problemas que antes robaban su tranquilidad ahora son nada, que todo es alegría, euforia y despilfarro. Es en ese momento en el que no está tan ebrio como para no tener conciencia ni tan sobrio como para tenerla plenamente cuando parece que todo ha quedado en el pasado.
El problema se agudiza al día siguiente, cuando despiertas y te das cuenta de que el asunto que te aquejaba ahí sigue, solo que ahora lo tienes que enfrentar con un fuerte dolor de cabeza y con menos presupuesto del que gozabas el día anterior. Al final, la solución que parecía ser tan efectiva, resultó no ser más que una bonita pero efímera alucinación.
Volviendo a la comparación con el mundo socioeconómico tendríamos que este proceso de intoxicación atravesaría por diversas etapas; comenzando y teniendo su fase “alegre” en el discurso político que a todos conmueve, la victoria en las urnas, la expropiación de propiedades a terceros, los impuestos y la redistribución en nombre de la “justicia social”.
Después toca despertar y enfrentarse con las realidades de la deuda externa, pobreza, inflación, pérdida de capitales, de empleos, de productividad y de credibilidad financiera y es entonces cuando caemos en cuenta de que la fiesta populista solo ha empeorado la situación.
El famoso escritor irlandés Oscar Wilde expresó su tormentosa relación con el ajenjo diciendo:
Después del primer vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del segundo, uno ve las cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal y como son, y eso es lo más horrible que te puede ocurrir
Siguiendo esta última descripción de Wilde, no hay espacio para dudas: la bebida de la “justicia social” hecha a base de demagogia en su parte política y keynesianismo en su parte económica, es el hada verde de los colectivistas que han decidido una y otra vez darle la vuelta a los problemas con alucinaciones increíbles y populistas en lugar de enfrentarlos con ahorro, trabajo duro y productividad.
La diferencia es que mientras que en el mundo de las artes los resultados de dichas alucinaciones eran grandes obras de arte, en el campo económico y político el resultado no ha sido otro más que miseria, pobreza y, por irónico que parezca, la injusticia social.
Solo queda esperar y trabajar para que cuando en América Latina despertemos de nuestros sueños y alucinaciones justicieras no sea demasiado tarde y no lo hagamos, como Van Gogh, solo para darnos cuenta de que nos falta una oreja o, peor aún, nuestras piernas para caminar de vuelta al sendero de la productividad, el desarrollo y la libertad. Estamos a tiempo de despertar y abrir los ojos a la realidad.