Los días 26 y 27 de Septiembre de 2014 son días que difícilmente olvidaremos como mexicanos. La desaparición de los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa en Iguala fue una noticia devastadora que dio la vuelta alrededor del mundo y colocó al país bajo la lupa de organismos internacionales, defensorías de derechos humanos y el escrutinio público internacional.
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Dos años han pasado desde entonces y el caso sigue sin resolverse plenamente; la versión oficial expuesta por el gobierno federal indica que fueron asesinados y calcinados en un basurero para después arrojar sus restos a un río, mientras que la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos no deja de señalar inconsistencias en las pruebas que no hacen más que generar dudas sobre el caso.
Hoy por hoy, la única verdad que no está sujeta a discusión es que hay 43 jóvenes desaparecidos a manos del grupo de sicarios y narcotraficantes llamado “Guerreros Unidos” coludidos con el gobierno municipal de Iguala.
Los lamentables eventos ocurridos hace dos años son el resultado de décadas de un marcado conflicto ideológico. La Escuela Normal Rural de Ayotzinapa está situada en el corazón de uno de los estados más pobres y más violentos del país y su misión es formar profesores a nivel primaria para zonas rurales.
Fundada en 1926, durante el período del presidente Lázaro Cárdenas se decidió agregar formación marxista y socialista a su matrícula educativa y desde entonces ha sido semillero de activistas y guerrilleros de izquierda tan populares como Lucio Cabañas Barrientos y Genaro Vázquez Rojas.
Desde entonces el Sistema de Escuelas Rurales ha estado en constante tensión con el sistema que lo vio nacer. Los conflictos, huelgas, guerrillas, protestas y enfrentamientos con el gobierno en todos sus niveles han sido las variables más constantes en su ya casi centenaria historia. La desaparición de los estudiantes es consecuencia de esta paradójica relación.
Los estudiantes de Ayotzinapa, tal cual como sucede en la gran mayoría de instituciones públicas, son adoctrinados en una ideología que resulta contradictoria desde su concepción; se dicen ser enemigos del “Estado” pero al mismo tiempo esperan obtener de él educación gratuita, expropiación de tierras y puestos políticos que les permitan imponer sus ideales a terceros.
Mientras estudian les inculcan de manera totalmente arbitraria un sentimiento de admiración a personajes como el Che Guevara o los revolucionarios mexicanos Pancho Villa y Emiliano Zapata, por lo que no solo resulta natural sino incluso algo heroico enfrentarse al sistema de manera violenta y pretender obtener beneficios “colectivos” mediante chantajes políticos y el uso de la fuerza.
No hace mucho, en 2011 ya habían provocado la muerte del civil Gonzalo Miguel Rivas Cámara, un ingeniero en sistemas que murió luego de que normalistas de Ayotzinapa prendieran fuego a una gasolinera como parte de sus violentas y recurrentes manifestaciones.
La cercanía de la fecha de los trágicos hechos de Ayotzinapa (26 de Septiembre) y el aniversario de la matanza ocurrida en Tlatelolco en 1968 (2 de Octubre) no es casualidad; los estudiantes desaparecidos pretendían secuestrar camiones y bloquear vialidades como parte de las movilizaciones que se realizan cada año en todo el país.
Digámoslo claro: los estudiantes de Ayotzinapa no eran los jóvenes ejemplares preocupados por su país que algunos nos han querido hacer creer, más bien eran jóvenes adoctrinados que terminaron siendo verdaderas víctimas y corderos ofrecidos en una especie de sacrificio político.
Fueron víctimas de un adoctrinamiento intensivo impartido por una parte del Estado que irónicamente dice combatir al Estado, también fueron víctimas de sus propias pasiones que los llevaron a cometer actos vandálicos pensando que esa era la manera adecuada para canalizar su descontento y, sobre todo, fueron víctimas del propio sistema que tanto desean implementar: el estatismo.
El gobierno en turno de la región era encabezado por los perredistas e izquierdistas Ángel Aguirre y José Luis Abarca, quienes son los principales implicados en este crimen por parte del gobierno; sus posteriores renuncias y la forma en que reaccionaron (escondiéndose) los delatan de manera casi indiscutible.
Después viene la torpe y tardía respuesta del gobierno federal encabezado por Peña Nieto. “Ya me cansé”, declaró el Procurador General de la República, Murillo Karam, mientras los medios lo cuestionaban sobre lo acontecido en Iguala.
Como mexicanos también ya estamos cansados de la violencia, de la pobreza, de la falta de libertades y de la impunidad de la que gozan todos los implicados en casos como el de Ayotzinapa.
El movimiento de Ayotzinapa está mal encauzado y es pertinente señalar que las banderas que dicen defender solo conducen a un mayor empoderamiento del Estado. El marxismo y el socialismo que profesan es un sistema fracasado y obsoleto que requiere la concentración del poder en unos cuantos para poder funcionar. Así que, por increíble que parezca, los estudiantes de Ayotzinapa fueron víctimas de las mismas ideas y del sistema que dicen defender.
Si no queremos más tragedias como la de Tlatelolco o la de Ayotzinapa, un buen primer paso sería ir al meollo del asunto y darnos cuenta de que su verdadera raíz es el sobre-empoderamiento estatal a costa de nuestras libertades individuales.
#FueElEstado parece ser la conclusión general en la opinión pública respecto a aquella horrible noche en Guerrero. Haciendo un ejercicio serio de reflexión no estaría de más preguntarnos entonces por qué no replanteamos las cosas, es decir, si tenemos un estado incapaz de dar soluciones, asesino, sin escrúpulos y coludido con el crimen organizado, ¿por qué seguimos confiándole factores tan importantes para el desarrollo de nuestras vidas?
Con todo y esto, nada justifica el asesinato de 43 personas y mucho menos en las condiciones en las que los hechos ocurrieron; una de las funciones primordiales de un Estado, en el marco de una sociedad libre, es garantizar la vida de sus ciudadanos por lo que, cuando es el mismo Estado quien te arrebata la vida de manera tan vil como sucedió, entonces el crimen toma dimensiones aún más desgarradoras e inverosímiles.
Ojalá aprendiéramos la lección y nunca más tengamos que vivir episodios tan desgarradores en nuestro país.