
La campaña presidencial en Estados Unidos ha calado hondo, en la vida política y la opinión pública de México, quizá como nunca antes en la historia. El asunto no es para menos.
Es por todos bien conocida la relación de amor-odio que en México experimentamos con nuestro vecino del Norte; mientras que los culpamos de prácticamente todos los males que nos aquejan como sociedad, simultánea y muchas veces inconscientemente nos dedicamos a buscar un modo de vida más parecido al “american dream”, ya sea en nuestro territorio o en el suyo.
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La trepidante campaña presidencial comenzó a tomar singular relevancia para los mexicanos cuando el magnate Donald Trump anunció su candidatura en medio de claras referencias hacia nuestros paisanos a los que llamó violadores, ladrones y en general gente indeseable.
En ese momento nadie se atrevía a tomarlo en serio, Trump no era más que un poco de aderezo para la contienda y sus arrebatos en contra de los nuestros pasarían a la historia como un episodio meramente anecdótico. Por primera vez durante la campaña, el mexicano cometía un error al subestimar al polémico candidato.
Después la opinión pública en México ha seguido dando muestras de una fragilidad argumentativa y analítica preocupante que a partir de mañana quedará para la historia. Mientras que políticos y líderes de opinión centraban toda su saliva y tinta en señalar el racismo y xenofobia de Trump, buscando hacerse de más capital político y más rating, se nos olvidó analizar algunas cuestiones que pudieran ser aún más relevantes para nuestro país.
Algunas inconsistencias de análisis que como mexicanos presentamos frente al proceso electoral norteamericano y que no está de más señalar son:
- Los verdaderos números de Obama: sin importar su discurso “pro-inmigrantes” y su ciertamente muy amigable postura hacia la comunidad latina, ha sido el presidente en la historia de Estados Unidos que más ha deportado mexicanos y centroamericanos de su país, ganándose el apodo del “Jefe Deportador”. Durante los ocho años de gobierno George W. Bush se deportaron a 2,012,539 mientras que Barack Obama ha superado esta cifra significativamente con 3,165,512 en el mismo periodo de tiempo. Pareciera que a los mexicanos nos gusta que nos endulcen el oído y pasamos a segundo término los datos y estadísticas reales.
- El caso Bernie Sanders: tremenda inconsistencia ideológica vivimos cuando por un lado nos quejamos del populismo de Trump pero por otro, cuando aparece un personaje con aspecto bonachón que promete educación gratuita y felicidad para todos (como si fuera posible para un político cumplirlo) y enarbola la peligrosa bandera del socialismo se le aplaude sin importar que dicha ideología tenga en la miseria absoluta a los países que lo han experimentado. En nuestro país la hipocresía y el sentimentalismo político son más fuertes que las verdades objetivas, y eso nos puede costar muy caro en el mediano plazo.
- Actitud trumpista: a todos nos duele que nos generalicen y nos tachen de delincuentes por el simple hecho de haber nacido en determinada demarcación territorial. Somos los primeros en señalar los comentarios racistas y xenófobos hechos por Trump; sin embargo se nos olvida que cuando pedimos mayores aranceles para competidores extranjeros, cuando cerramos nuestra frontera del sur para inmigrantes centroamericanos, cuando fomentamos la popular idea de consumir “solo local” para evitar que la riqueza salga de nuestro país evidenciamos no solo nuestro doble discurso y una significativa ignorancia en cuanto los procesos económicos de mercado y los fundamentos para la construcción de una sociedad libre, sino una extraordinaria similitud con las ideas planteadas por Trump.
- La cuestión del aborto: no es un secreto que en México existe un importante grupo conservador claramente influenciado por valores religiosos y por tanto “pro-vida”. Quienes se jactan de serlo aseguran que no hay nada más importante que defender estas posturas, sin embargo, cuando los insultan por ser mexicanos este tema pasa a ser secundario en su escala de valores. Independientemente de lo delicado del tema y la enorme cantidad de matices que esto puede tener, llama la atención como los más conservadores ni siquiera reparan en este punto antes de emitir juicios sobre le política norteamericana. Margarita Zabala, la precandidata conservadora por excelencia en México, tomándose una foto en un acto de campaña de Hillary (abiertamente pro-aborto) evidenció claramente esta falta de análisis y lecturas más allá de lo estrictamente primario.
- La visita de Trump a México: hubo quien llegó a afirmar que Trump ganaría las elecciones gracias a que Peña Nieto cometió el error de invitarlo a la Residencia Oficial de los Pinos. Si Trump pierde, nadie recordará sus temerarias afirmaciones, pero si Trump gana no faltará quien achaque al mandatario mexicano la polémica victoria. Tendemos a creer que somos el centro del universo cuando en realidad somos apenas uno más de los cientos de temas políticos que estarán en juego en estos comicios.
La realidad es que tanto Trump como Clinton representan a lo peor que existe en política y son reflejo del alto grado de polarización del que estamos siendo víctimas como sociedad.
Cualquier otro candidato republicano hubiera vencido fácilmente a una acartonada Hillary, con su amplio historial bélico y sus actuales (y pasados) escándalos legales y mediáticos. Cualquier otro candidato demócrata hubiera vencido fácilmente también a un xenófobo, racista y polémico personaje como Trump.
Independientemente del resultado de la elección, en México podríamos aprender mucho del ajetreado proceso político que hoy llega a su fin en EUA.
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El populismo no debería ser tan rentable como lo está siendo electoralmente en el mundo y el análisis de los ciudadanos antes de tomar decisiones no debería basarse en carismas, chismes ni habladurías políticas sino en un verdadero entendimiento del acontecer socio-económico de nuestro entorno.
Si Trump hoy tiene posibilidades de competir y Hillary fue la mejor carta que los demócratas pudieron elegir es, en gran medida, por el morbo que generan y la falta de análisis y sentido común de los votantes y no por la calidad de sus propuestas ni por su coherencia política. Hagamos impopular lo que nos hace daño.