Hoy en día hablar de políticos generalmente es hablar de populismo y demagogia representados por eslóganes repetidos una y otra vez sin ningún fundamento sólido, de asaltos a la razón, de entes parasitarios, de luchadores sociales de cartón, de gente que traiciona sus raíces, sus principios, sus valores, los ideales que inicialmente decían motivarlos e incluso a sus amigos y familiares más cercanos con tal de obtener alguna cuota de poder, de mafiosos, de criminales, de ladrones y, haciendo alusión al famoso cuento de hadas de Hans Christian Andersen, de “emperadores desnudos”.
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En el famoso cuento de origen danés, un par de astutos comerciantes aseguraban a un vanidoso emperador que podrían fabricar un vestido con materiales tan finos que los “estúpidos y aquellos que no fueran lo suficientemente capaces para ocupar el cargo que desempeñaban” no podrían verlo. Sin embargo, su verdadera intención era jugar con la mente del gobernante y, aprovechándose de su ego cegador, poder conservar el oro del que supuestamente estaría compuesta la tela de la preciada prenda.
El emperador, temeroso de aceptar que era incapaz de ver el vestido, tuvo la osadía de salir a desfilar en público para que todos aquellos “iluminados” capaces de hacerlo pudieran contemplar la majestuosidad de su valioso atuendo. Nadie de entre la multitud se atrevió a aceptar que no podía ver la inexistente tela por el miedo a verse evidenciado como “estúpidos” ante la sociedad.
El insólito espectáculo llegó a su fin cuando un niño, ajeno a toda la maraña psicológica que se estaba formando y lleno de inocencia, tuvo el valor de señalar lo que en el fondo todo el mundo sabía: el emperador no tenía nada encima.
Esa evidente verdad que nadie se había atrevido a decir, dicha por la más inesperada y al mismo tiempo la más creíble de las voces, detonó una ola de murmuraciones y risas que terminaron con el reconocimiento general de que el emperador efectivamente iba desnudo y había sido víctima de una estafa absolutamente absurda.
Estos tiempos son un buen momento para apelar a nuestra inocencia de niños, dejar de pretender ver realidades que no existen, hablar con la verdad y dejar de justificar y defender lo indefendible en nombre de conceptos tan trillados y prostituidos como “democracia” o “contratos sociales”.
Reconozcamos que los políticos y activistas de corte progresista van desnudos cuando hablan de “justicia social” y “lucha de clases” mientras gozan de grandes lujos capitalistas a costa del trabajo de sus seguidores, cuando homenajean a dictadores y asesinos de inocentes como “el Che” o Fidel Castro, cuando se autoproclaman defensores de la libertad pero abogan por confiscar arbitrariamente las ganancias que dignamente un trabajador genera a través de impuestos o cuando convierten los sistemas de educación pública en maquinarias de adoctrinamiento masivas.
Reconozcamos que los políticos y activistas de corte conservador van igualmente desnudos cuando pretenden jugar un rol que no les corresponde e intentan regular con quien nos podemos casar, con quien no y hasta cuantas calorías debemos consumir, cuando sus políticas económicas implican proteccionismo a unos cuantos privilegiados generando mercantilismo de amigos en vez de un verdadero sistema de libre mercado y, en general, cuando pretenden utilizar la maquinaria estatal para obtener y repartir beneficios económicos entre sus allegados y colaboradores mientras pueden y están en el poder.
Reconozcamos que la educación pública, por poner un ejemplo, no funciona como debería, que la mayoría del presupuesto asignado se destina a burocracia y se pierde en corrupción, que sus programas no son útiles para una sociedad que pretende ser productiva y que la premisa de “ayudar a los estudiantes más necesitados y sobresalientes”, que es la que supuestamente le dio origen, se cumple en muy rara ocasión.
Reconozcamos que nos gobierna gente común y corriente y no superhéroes ni iluminados; dejemos de admirar carreras políticas largas como si fueran otra cosa que vivir a costa del erario, del engaño sistemático y de la ilusión de un importante sector ciudadano que aún cree que puede ver las nuevas pero inexistentes ropas de sus representantes.
Reconozcamos que la democracia no garantiza nada más que el poder lo tendrán quienes más bonitas mentiras sepan vender y más voluntades puedan comprar y que prácticamente la totalidad de partidos políticos y funcionarios públicos se presentan a sí mismos como libertadores cuando es de ellos de quienes nos queremos liberar.
Necesitamos más libertad para progresar, y poder reconocer que nuestros diputados, senadores, alcaldes, gobernadores y presidentes por lo general van desnudos mientras nos quieren hacer creer que somos tontos es el primer paso para conseguirla.
La moraleja es clara, las mayorías se equivocan, muchas veces genuinamente y muchas otras por miedo a ser juzgados por la sociedad, sin embargo, a veces hace falta solo una voz valiente que se atreva a decir la verdad para que muchos más sigan su ejemplo.
Seamos valientes y empecemos el Nuevo Año con el propósito de dejar de confiar en soluciones estatistas que impliquen mayor poder y recursos para la clase política a costa de mayor coerción y pérdida de libertades para los entes productivos representados por los emprendedores, los trabajadores y los ciudadanos comunes y corrientes.
Aboguemos por más libertades individuales, por la reducción de impuestos, por la abolición de programas gubernamentales ineficientes, por una mayor transparencia en el uso de los recursos públicos, por el combate a la corrupción y por un sistema de justicia confiable que no permita impunidades.
El descontento social es bastante evidente y generalizado, pero mientras sigamos creyendo que el problema es puntual y no sistemático (como a todas luces es) no solo serán nuestros gobernantes quienes irán desnudos, sino que muy probablemente nosotros también lo hagamos a los ojos de la verdad, la sensatez y la razón.