La situación en Venezuela hace mucho que trascendió sus fronteras. Hoy, para describir lo que está ocurriendo en el que hace no mucho fuera uno de los países más prósperos de América Latina, palabras como “dictadura” y “crisis” se quedan cortas.
A organismos como la OEA les tomó más de quince años romper el silencio al respecto, reconocer que lo que se vive en este país no puede llamarse “democracia” y que el costo humanitario y social que están pagando los venezolanos es altísimo e insostenible, sin embargo, incluso este tipo de organismos gobernados por la corrección política, se han quedado sin alternativas y finalmente han condenado públicamente al “revolucionario” régimen.
- Lea más: Venezuela amenaza con retirarse de la OEA si se realiza reunión de cancilleres
- Lea más: Brownies, hot cakes y muffins, el atractivo del narcomenudeo en México
Más allá de cuestiones ideológicas, es imposible ser testigos de lo que ocurre en Venezuela y permanecer indiferentes. El control de precios y de los medios de producción por parte del gobierno bolivariano ha provocado una escasez de productos básicos que en otros países se dan por sentado como alimentos, medicinas o papel higiénico. En las farmacias se venden “untadas de desodorante” porque es para lo único que a muchos les alcanza. Caracas es la ciudad más insegura del mundo y salir a la calle a realizar actividades cotidianas implica un riesgo importante de no poder regresar a casa por la noche íntegramente.
Dicen que no hay peor crimen que aquel perpetrado por un gobierno en contra de sus ciudadanos, justo porque su única función legítima es todo lo contrario: proteger y garantizar la seguridad de sus gobernados. Tan solo en los últimos días ya se cuentan más de una veintena de muertes debido a las recientes protestas en contra del régimen, todas ellas a manos de la maquinaria estatal.
El problema en Venezuela nunca fue Chávez por sí mismo, como ahora no lo es solamente Maduro. Sus abusos y crímenes son solo consecuencias del problema de fondo, que son las ideas que enarbolan y terminan por verse reflejadas en políticas estatistas, autoritarias, antidemocráticas y destructoras de la riqueza.
La lamentable reciente historia de Venezuela no comenzó ayer. Venezuela en 1999 decidió por la vía democrática que no “se podía estar peor” y que era la hora de darle una oportunidad a alguien “honesto” y con ideas “diferentes” (si usted es mexicano quizá estos argumentos que en Venezuela se usaron en 1999 le suenen familiares con miras al 2018). Así fue como llegó Chávez a la presidencia por primera vez, posición que a la que “el Comandante” se aferró con todas sus fuerzas y no abandonaría hasta el día de su muerte.
La izquierda en México, en Venezuela y en todo el mundo cree en algunos dogmas probadamente falsos que terminan por ser los ejes rectores de sus peligrosas agendas políticas.
Creen, por ejemplo, que para combatir la pobreza hace falta quitarle a unos para darle a otros en lugar de generar riqueza; creen en la necesidad de dividir la sociedad entre “buenos, pobres y explotados” y “malos, ricos y explotadores” en lugar de fomentar la cooperación y el comercio voluntario; creen en un Estado fuerte y poderoso capaz de expropiar propiedades a terceros sin mayor justificación y callar a opositores y en general les encanta fomentar el papel del ciudadano víctima (del sistema, del imperio yanqui, del capitalismo) y evadir las responsabilidades que invariablemente vienen de la mano de las libertades individuales.
No es sorpresa entonces que la izquierda mexicana se haga de la vista gorda cuando el resto del mundo condena lo que se vive en Venezuela; y no lo es porque llevan el mismo estandarte disfrazado de “justicia social” que el chavismo sostiene desde sus inicios.
Hace apenas un mes, John M. Ackerman, pseudo-intelectual mexicano, y uno de los asesores más cercanos a AMLO, se atrevía a publicar en un medio de difusión nacional que “Venezuela es mucho más democrático y respetuoso a los derechos humanos que México”. Sería bueno retarlo a que eso mismo lo dijera de frente y mirando fijamente a los ojos a alguno de los miles de venezolanos que llegan a México huyendo de su país en busca de un nuevo comienzo y la oportunidad de reconstruir sus vidas.
Hay verdades que no se pueden ignorar ni tapar con un dedo; como la de que en México tenemos muchos problemas que enfrentar como sociedad y que necesitamos cambios en todos los niveles, tanto gubernamentales como dentro de la sociedad civil; pero apostar por las ideas rancias y fallidas del socialismo terminaría siendo un desastre desde cualquier punto de vista.
El socialismo se basa en ideas que solo han generado hambre, miseria y represión en cada uno de los países que han intentado implementarlo. Históricamente, basta con estudiar los casos de la hoy extinta Unión Soviética, el proceso de unificación de las dos Alemanias después de la caída del muro de Berlín o la abismal diferencia en cuanto a libertades y calidad de vida que existe entre las dos Coreas para constatar que el problema no es su ejecución, sino la concepción de origen de esta ideología.
A estas alturas de la reflexión es pertinente aclarar que, como mexicano, al decir y señalar estas realidades no se pretende apoyar a los gobiernos actuales ni expresar conformidad con la realidad política que estamos viviendo, es simplemente reconocer que, por increíble que les parezca a algunos, sí se puede estar peor.
No hagamos caso omiso de lo que nuestros hermanos venezolanos nos están gritando con desesperación mientras algunos de ellos son capaces incluso de dar su vida luchando por su libertad. Sí se puede aprender en los zapatos del otro sin necesidad de experimentar en carne propia infiernos como el que ellos están viviendo.
Los que quieren que México sea como Venezuela son unos irresponsables y mercenarios políticos que no pueden ni quieren ver más allá de sus propios intereses.
Construyamos una agenda de libertad y corresponsabilidad desde la sociedad civil, no esperemos a que lleguen mesías políticos ni que el Estado nos solucione la vida, porque la espera se podría prolongar indefinidamente. En Venezuela llevan dieciocho largos años y contando….