¿Qué sentiría usted si su alcalde decidiera gastar parte del erario (recaudado mediante impuestos y fruto de su trabajo) para mandar a construir una estatua de Hitler y ponerla en la plaza principal de su ciudad?
Imagine la repulsión que sentiría al ir caminando y ver a gente tomándose fotos mientras abrazan a la estatua, o imagine lo que tendría que responder cuando sus hijos le pregunten quien es dicho personaje y porque tiene una estatua en un lugar tan concurrido. Sería simplemente escandaloso e inaceptable. Lo hecho por el delegado de la Cuauhtemco esta semana en la Ciudad de México no es para menos.
En días pasados el jefe delegacional de la Cuauhtémoc en la Ciudad de México, y político chapulín por oficio, Ricardo Monreal, inauguró una banca con los rostros del Che Guevara y Fidel Castro, criminales a quienes recordaba como héroes “antimperialistas” y hacía mención de que fue en la colonia Tabacalera donde idearon la Revolución Cubana.
“Fue un héroe que lucho y defendió a muerte sus ideales”, es lo que muchos progres responden cuando se les cuestiona sobre el Che o sobre Castro; asesinos, tiranos y principales promotores en Latinoamérica de la miseria y represión que solo un sistema tan fallido como el comunismo puede causar.
Lo que curiosamente Monreal olvido mencionar durante el evento protocolario es que dicha revolución, hasta la fecha, tiene sumida a la isla en una espiral de pobreza y estancamiento económico sin precedentes en la historia moderna de Latinoamérica.
El legado del comunismo no merece ninguna clase de homenaje de ningún tipo, y menos si es financiado con dinero público.
La historia de los más de 10.000 cubanos activistas y opositores asesinados, y de los 78.000 muertos intentando cruzar el océano en balsas para escapar del infierno comunista debería ser suficiente para recordarnos que esa banca es un insulto a su memoria y una falta absoluta de sensatez por parte de aquellos que se atreven a celebrarla.
No hay que olvidar que Ricardo Monreal llegó en 2015 a la jefatura delegacional como candidato por el partido MORENA, la secta política de Andrés Manuel López Obrador. Dicho partido ha sido centro de críticas por su cercanía y constantes muestras de apoyo a regímenes como el venezolano de Chávez y Maduro, el cubano de los Castro e incluso el norcoreano de la dinastía Kim, por lo que no es del todo sorprendente el descaro y la desfachatez de sus políticos ante este tipo de situaciones.
Mientras que en Rosario, Argentina, la ciudad natal de Ernesto “el che” Guevara, una parte importante de la sociedad civil se encuentra recolectando firmas para remover su estatua del espacio público, en México políticos socialistas y demagogos como Monreal tratan de ser populares y caer bien a su electorado mediante la rendición de homenajes a asesinos y enemigos de la libertad.
El Che en vida no solo lucho por implementar el errático modelo socialista en Latinoamérica, sino que, además, admitió públicamente que era necesario y justificable fusilar a los opositores del Gobierno. Confesó a su padre que había disfrutado el haber matado a otro ser humano y estableció políticas de segregación y rechazo ante minorías como los negros o los homosexuales, entre otros cientos de actos despreciables que se encuentran plenamente documentados y comprobados.
¿Con que derecho entonces nuestros políticos se sienten con el poder para rendirle homenaje a asesinos con nuestro dinero?
Lejos de representar un cambio o la esperanza de un México mejor, MORENA, sus políticos exiliados del PRI y la izquierda mexicana en general representan lo más rancio de las ideas comunistas que ideológicamente fueron derrotadas con la caída del muro de Berlín en 1989.
Creer que “no se puede estar peor” o que “es necesario un cambio de modelo” y por eso apoyar a este tipo de políticos puede costarnos muy caro como sociedad y es en estos pequeños actos que queda totalmente evidenciado.
El verdadero cambio está en el empoderamiento ciudadano y la reducción del poder estatal en nuestro día a día, ideas que distan mucho de haber sido defendidas por tiranos como Fidel, el Che, Chávez o por el propio López Obrador.