Para el mexicano promedio el 2017 ha sido un año, como todos, lleno de obstáculos y situaciones adversas que enfrentar a nivel individual pero también en lo colectivo; la debilidad de nuestras instituciones sigue siendo un factor determinante cuando se trata de explicar situaciones como el narcotráfico, la corrupción y la inseguridad que se experimentan en el país a nivel general.
Últimamente la discusión pública y política se ha centrado mucho en aspectos que no deberían ser tan relevantes a la hora de tomar decisiones y que resultan realmente triviales en cuanto al impacto que podrían tener en nuestras vidas y bolsillos; que si un partido se alió con otro, que si equis candidato vive en EE. UU. o no, que si tocan el piano o la guitarra, que la edad, que la experiencia, que si sus antepasados fueron grandes funcionarios, que si “ya le toca” etc…
México ocupa, por segundo año consecutivo, la posición 51 de 136 en el índice Global de Competitividad publicado por el Foro Económico Mundial en su Reporte de Competitividad Global 2017-2018.
Para ser un país competitivo es necesario contar con instituciones confiables y sólidas, con políticas que le apuestan a la libertad y al empoderamiento ciudadano y con una serie de factores sociales y económicos que contribuyan al nivel alto de productividad de nuestra economía.
A mayor nivel de competitividad de un país, corresponden, naturalmente, un mayor número de oportunidades de desarrollo personal y social para sus habitantes, generando las condiciones para poder capacitarse y conseguir empleos de mejor calidad o bien, poder emprender e iniciar algún negocio propio.
La reforma tributaria de Estados Unidos, impulsada por Donald Trump, es un claro ejemplo de cómo no atender estos asuntos para atender otros mucho menos trascendentales en materia política y socioeconómica, puede resultar en errores de consecuencias catastróficas.
La lógica debe imperar cuando analizamos situaciones de alto impacto como lo es una reforma fiscal como la propuesta por Trump; ¿qué pasa si una empresa automovilística que quiere abrir una nueva planta de producción y no sabe en qué país establecerla se encuentra con que en Estados Unidos le cobran una tasa impositiva de 21 % mientras que en México una cercana al 35 %? Sin considerar otros factores que también juegan, como la calidad de la mano de obra o la estabilidad política que ambos países puedan ofrecer, México estaría perdiendo millones de dólares en inversión y miles de nuevos empleos generados por no entender la importancia de generar condiciones que realmente promuevan la competitividad.
Una economía libre y competitiva favorece a todos por igual, desde los más encumbrados empresarios hasta al grueso de la clase obrera menos calificada.
Por lo tanto, si existiera honestidad política, intelectual y cívica de todos los involucrados en el desarrollo de la política pública nacional, los esfuerzos y discusiones con miras al futuro deberían estar enfocados a mejorar nuestra productividad y no a propuestas populistas y mucho menos a descalificar candidatos por su estatus social, su edad o incluso su color de piel.
De los 12 subíndices que mide el Índice de Competitividad Global, México empeoró en seis, se mantuvo igual en tres y solo presentó mejorías en tres de ellos.
Uno de los subíndices con caídas más drásticas es el que hace referencia a la confianza ciudadana en las instituciones, donde México pasó de ocupar el lugar 116 a ocupar 123.
Las instituciones mexicanas, lejos de promover piso parejo y competitividad, son su principal inhibidor a nivel nacional. El sector privado y ciudadano sigue observando como limitantes para poder desarrollar sus actividades el no contar con servicios policíacos de calidad, el alto costo que el crimen y la violencia tienen para los negocios, el favoritismo y nepotismo que existe en los gobiernos a la hora de asignar contratos estatales y los altos grados de ineficacia y corrupción por parte de servidores públicos.
Otros subíndices a la baja para México, y a los que se debe prestar especial atención, son los relacionados con infraestructura, salud y educación primaria, mercados financieros, sofisticación empresarial e innovación.
En términos generales y a nivel América Latina, México se ubicó por debajo de países como Chile, Costa Rica y Panamá, pero por arriba de Colombia, Perú y Brasil. Los tres primeros países del índice los ocupan Suiza, Estados Unidos y Singapur, lo cual señala una fuerte correlación entre los índices de libertad económica y de competitividad global.
Dejemos pues de preocuparnos por asuntos de transcendencia cuestionable, como chismes y atributos personales de los actores políticos actuales, y comencemos a centrar la discusión en mejorar nuestros índices de competitividad y defender nuestras libertades individuales. Solo así realmente podremos aspirar a progresar como país de manera sostenible.
Los populistas y mal utilizados conceptos de “nacionalización”, “expropiación” o “justicia social” deben de ser reemplazados gradualmente por los de “desarrollo”, “respeto a las instituciones y a la propiedad privada” y el de “igualdad ante la ley” para poder elevar la discusión política a los niveles que realmente como mexicanos pretendemos y merecemos.
Que sea un nuevo año lleno de aprendizajes y nuevos proyectos para aquellos que creemos en la libertad y la corresponsabilidad ciudadana y no en nuevos presidentes o mesías políticos como el verdadero motor del cambio.
Feliz 2018.