Existe entre la clase política latinoamericana una extraña obsesión por enaltecer nuestro pasado, hasta el punto de querer enfocar todos sus esfuerzos en convencer al electorado de que nunca se ha estado mejor que lo que se estuvo antes.
Ahí tenemos, por ejemplo, esa notable fijación de algunos países sudamericanos con la figura del militar y político Simón Bolívar; dejando de lado el romanticismo patriotero que rodea a su figura y siendo intelectualmente honestos y fieles a la historia, el “libertador” fue un personaje con virtudes y defectos como lo han sido todos a lo largo de la historia universal, sin embargo, la realidad es que sigue siendo políticamente muy rentable el hablar de él y alabar su figura como si se hubiese tratado de un ser inmaculado e incorruptible enviado del cielo a la tierra.
Esta situación se vuelve especialmente relevante y grave cuando situamos a México y Latinoamérica en el contexto global actual. En su libro “Basta de historias”, Andrés Oppenheimer tiene a bien señalar una realidad que convendría no desatender cuando compara a la región con China:
“…mientras los latinoamericanos estamos guiados por la ideología y obsesionados por la historia, los asiáticos están guiados por el pragmatismo y obsesionados por el futuro”.
Política Kafkiana/Bolivariana
Quizá el momento más trágicamente absurdo para ejemplificar esta situación lo protagonizó el hoy occiso dictador de Venezuela, Hugo Chávez, cuando en el 2010 encabezó una ceremonia transmitida en vivo por televisión abierta para exhumar los supuestos restos de Bolivar con el himno nacional venezolano como fondo.
Miles de dólares del erario público (expropiados y confiscados a través de impuestos) fueron destinados para la realización de este espeluznante y bizarro evento; mientras 50 científicos investigaban una muerte ocurrida hace dos siglos, tan solo ese fin de semana se registraron en Caracas cerca de 60 asesinatos que a la postre quedarían impunes.
La obsesión latinoamericana por la historia oficialista de “los buenos vs los malos” ha creado una serie de mitos y leyendas que para muchos se han vuelto parte de un riguroso credo nacionalista, en el que atreverse a señalar los vicios de los “héroes” nacionales es un sacrilegio casi tan grave como hacer lo propio con alguna virtud de aquellos que fueron catalogados históricamente como “villanos”.
No es para nada casualidad que políticos populistas se adueñen de estas figuras intocables de cara a la opinión pública para después hacerlos jugar a su favor y automáticamente colocarse del lado de lo “bueno”, lo “justo” y lo “incuestionable”.
México no se queda atrás
En México lamentablemente esta situación no es muy diferente al resto de Latinoamérica y quizá el famoso monumento a la Revolución ubicado en la colonia Tabacalera en Ciudad de México es el símbolo más notorio de esta extraña y persistente obsesión por el pasado.
Si las personas cuyos restos yacen en dicho mausoleo revivieran, seguramente se vuelven a morir de la impresión que generaría en ellos darse cuenta de que comparten el mismo espacio funerario con algunos de sus más acérrimos enemigos; tal es el caso de los revolucionarios y antagónicos en vida Pancho Villa, Venustiano Carranza y Francisco I. Madero.
En México desde chicos se nos ha incitado a jugar el rol de víctimas y nos han enseñado que lo largo de la historia solo ha cambiado el victimario; ya sea el poderoso y abusador imperio azteca, los sanguinarios españoles, los intervencionistas franceses, los invasores y expansionistas americanos, don Porfirio y sus secuaces, las trasnacionales petroleras europeas, el imperio yanqui o el maldito neoliberalismo por mencionar solo a algunos.
Para nuestra suerte (según los libros de la Secretaría de Educación Pública) siempre ha habido “héroes” nacionales que han estado ahí para defendernos, dispuestos a morir envueltos en la bandera tricolor si la patria así se los demandará.
Nuestro presente, la única realidad vigente
Sería bueno entender y aceptar como mexicanos que no tenemos más que el día de hoy. Va siendo tiempo de dar un giro de 180º y comenzar a mirar hacia el futuro y no hacia atrás, como hemos venido haciendo a lo largo de la historia.
Para quienes no se han enterado, vivimos en pleno siglo XXI y en términos generales la humanidad vive mejor que nunca gracias a los procesos de libre mercado, digitalización de la economía y a las nuevas tecnologías, el comunismo con sus variantes ha demostrado ser un sistema fallido y esto se vio evidenciado con la caída del muro de Berlín, nos guste o no somos vecinos del país más poderoso del mundo y estamos en medio de un proceso electoral que puede definir el rumbo para México de manera definitiva para los años venideros.
En días recientes se estrenaron los primeros spots publicitarios de las campañas políticas de los principales aspirantes a la presidencia de la República y el candidato puntero (ya Chávez quien) se jacta de ser “juarista”, “maderista” y “cardenista” como su principal argumento para convencer a un electorado ávido de propuestas modernas e innovadoras.
Pero más allá de los spots, es necesario analizar y estudiar el trasfondo de las propuestas de los candidatos. Entre la política pública propuesta por López Obrador y la implementada por el PRI en los 70´s bajo el mando de Luis Echeverría y López Portillo no hay prácticamente ninguna diferencia: la centralización del poder y estatización de bienes y servicios nacionales son los ejes rectores de su agenda. Está de más mencionar que los resultados fueron catastróficos.
Quienes defienden este enfoque historicista de la realidad suelen citar mucho aquella frase que asegura que “quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo”, pues bien, llego la hora de ponerlo en práctica.
Para quienes disentimos de AMLO y sus seguidores no nos queda más que decirlo tan claro como sea posible: digan lo que digan las encuestas somos más los que estamos seguros de que para atrás no debemos dar ni un paso; necesitamos construir el verdadero Estado de Derecho que anhelamos para México y no retroceder con soluciones mágicas y mesías políticos empoderados, cada vez somos más los que vemos a futuro y pujamos por un cambio basado en la libertad, el emprendimiento y la corresponsabilidad y no en la dependencia estatal.