En medio de la tormenta electorera que estamos atravesando pareciera que todo son acusaciones, trapitos al sol, dimes y diretes entre candidatos, debates, investigaciones, opiniones, rencillas, memes, publicidad, proselitismo, actos de campañas… En una sola palabra, pareciera que todo es “política”.
La realidad (afortunadamente) es que no es así. Para la amplia mayoría de mexicanos sigue habiendo muchas otras cosas de las cuales que hablar, de las cuales que ocuparse y preocuparse; familia, amigos, pasatiempos, proyectos personales y profesionales, actividades académicas, etc.
No todo en la vida es política y no debemos permitir que nuestros apasionamientos nos dominen; no olvidemos que ni siquiera la grata sensación de “ganar” algún debate sobre los candidatos y sus propuestas se puede comparar con la satisfacción de ver un proyecto personal de emprendimiento volverse realidad, de conseguir ser aceptado al programa académico que tanto anhelábamos o al simple placer de disfrutar una tranquila tarde en familia.
Contrario a lo que muchos piensan, una sociedad menos politizada es un buen síntoma de empoderamiento ciudadano y algo a lo que debiéramos aspirar como país, simple y sencillamente porque quiere decir que las partes más importantes de nuestras vidas no dependen ni del Estado ni de quien vaya a resultar electo en los siguientes comicios.
Sin embargo, quienes pretenden restar importancia a las elecciones a llevarse a cabo en el mes de Julio podrían estar ignorando una realidad que, aunque resulte incómoda para muchos, sería una grave omisión no señalar: si bien la política no lo es todo hoy en día para el ciudadano promedio, si podría terminar por despojarnos de todo aquello que valoramos como mexicanos. Y no es exageración…
Imagine usted, por ejemplo, un país en donde se prohíban las manifestaciones en contra del gobierno en turno por considerarse actos de “traición a la patria” o en el que se puedan encarcelar a activistas contrarios a la élite oficialista sin mayor justificación que algún supuesto “crimen” inventado de índole política.
Aunque sea por un segundo, imagine que su patrimonio y el de su familia pueda ser expropiado por el Estado por así ordenarlo la “voluntad del pueblo”, sedienta de una redistribución equitativa de la riqueza independiente del nulo grado de meritocracia que este tipo de políticas pudieran implicar.
Imagine también que, aunque su salario aumentara cada año al 200% o al 300% por decreto presidencial, este cada vez le alcanzara para comprar menos cosas y de mucho menor calidad.
Ya entrados en esta trágica distopía, imagine que no pudiera elegir el supermercado de su elección para hacer sus compras y tuviera que ir forzosamente y por decreto oficial a alguna tienda del ISSTE no más de una vez al mes para evitar enfrentamientos con otros ciudadanos a causa de una terrible escasez de productos básicos en el mercado de bienes de consumo.
Imagine también una ciudad con toque de queda, en la que salir después de las nueve de la noche implique un riesgo severo de ser víctima de la delincuencia organizada o de convertirse en un número más en la estadística sobre muertes a mano armada en el país.
Imagine que su familia fuera de antecedentes empresariales y emprendedores y que automáticamente pasara a ser enemigo del pueblo, viéndose obligado a entregar ese tesoro que tomó años para usted y sus ancestros construir porque, a ojos de los más intelectuales “revolucionarios”, solo son “medios de producción” que deben expropiarse por no simpatizar ni colaborar con la causa del presidente en turno.
Peor aún, imagine que por atreverse a disentir de algún decreto presidencial públicamente se convierta automáticamente un criminal ante “la Nación”, ante Estado y a los ojos del “pueblo bueno” y tenga que enfrentar juicios que pudieran conducirlo a cadena perpetua o al exilio a través de alguna condena por “traición a la Patria” o alguna otra causa débilmente sustentada ante los ojos de la verdadera justicia.
Quizá parezca exagerado, pero estas realidades son el pan de cada día de países que hace apenas una veintena de años eran símbolo de progreso y futuro prometedores en la región y hoy se ven sumergidas en la absoluta miseria y desesperanza como sociedad.
Lo que está en juego este 2018 en México tiene un trasfondo mucho más grande y trascendente que los colores de partidos políticos o de cuestiones de semántica sobre a quién “ya le toca” y a quien “ya le tocó” como muchos pretenden. Lo que está en juego es nuestra libertad y, por redundante que suene, con ella no se juega.
Ya lo decía bien el ilustrísimo escritor de la Edad de Oro de la literatura española, Don Miguel de Cervantes, a través de su célebre Don Quijote de la Mancha:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”
Siendo así, vivamos más allá de las campañas, trabajemos en alcanzar nuestros sueños, disfrutemos de nuestro día a día, enfrentemos los múltiples problemas que tenemos como sociedad, señalemos y castiguemos a los corruptos, construyamos un mundo mejor para nuestros hijos y miremos de frente a todo aquel que pretenda un México mejor para el mañana; pero hagámoslo todo sin olvidar que siempre se puede estar peor, que la política no es un juego de azar ni una piñata y que el verdadero cambio, por mucho que suene a cliché, siempre viene de uno mismo y nunca de ninguna clase de Mesías ni redentor político.
No dejemos que la política se vuelva nuestra esperanza para salir adelante o terminará por arrebatárnoslo todo.