El panorama para México es, por decir lo menos, sombrío.
Con una aplastante mayoría, Andrés Manuel López Obrador se ha hecho del control absoluto de las decisiones políticas del país teniendo bajo su voluntad a los tres poderes del Estado.
Desde 1982, cuando tomó protesta el expresidente Miguel de la Madrid, los gobiernos mexicanos habían establecido un límite claro entre las decisiones políticas y económicas que terminó viéndose reflejado en un crecimiento económico lento pero sostenible a través del tiempo (con la clara excepción de la crisis del 95).
Si bien es una verdad innegable que desde antes y hasta el día de hoy los gobiernos mexicanos han tenido un alto grado de asistencialismo, entendido al populismo como un factor determinante de sus políticas públicas y han sido marcados por la corrupción, es un hecho que los expresidentes desde entonces entendieron que librar una guerra económica contra “los mercados” era una batalla que no podría dejar buenos dividendos para el país.
Lamentablemente, con la 4ª transformación, todo parece indicar que esos tiempos han terminado y que volveremos a los tiempos del “echeverrismo”, donde era el mismo presidente quien aseveraba que la Economía se manejaba desde el Palacio Nacional.
El supuesto “enemigo” es invencible
Los líderes morales de la 4ª transformación se refieren constantemente a “los mercados” y al “sistema neoliberal” como los grandes enemigos a vencer. Han comprado el discurso cliché en el que unos cuantos hombres de traje se reparten las riquezas de los países y brindan con champagne mientras el resto del mundo se tiene que pelear por sus migajas.
Habría que explicarles que los mercados no son otra cosa que la suma de miles de millones de decisiones individuales tomadas alrededor del mundo sobre de qué manera su vida pueda ser favorecida económicamente.
También habría que recordarles que cualquier alternativa a la libertad económica ha conducido irremediablemente al autoritarismo estatal a través de regímenes socialistas y comunistas alrededor del mundo que han guiado a pueblos enteros a la represión, miseria y aniquilamiento de sus gobernados.
Aunque se hayan cumplido 29 años de la caída del muro de Berlín aún existen ingenuos que, cobijados por severo adoctrinamiento, se niegan a aceptar que el comunismo fracasó. La globalización nos puede gustar más o menos, pero es un hecho que ha traído beneficios incalculables para la humanidad; salud, tecnologías, comunicaciones, transportes y educación son solo algunos de los temas fundamentales que han experimentado avances que no eran siquiera imaginables hasta hace unos años.
Ir en contra de los mercados es ir en contra del desarrollo y no hay forma de salir airoso de esta absurda embestida.
Problemas en el paraíso
Esto último ha sido entendido por el ala más moderada del equipo de transición de la 4ª transformación, como Alfonso Romo o Carlos Urzua, quienes han aconsejado a AMLO suavizar sus propuestas si no quiere generar una debacle sin precedentes.
Mientras que, por otro lado, tenemos a los más radicales representados por Yeidckol Polenvsky, Fernández de Noroña o el propio Monreal, quienes, al más puro estilo soviético, abogan por un sistema de estatización económica en el que las palabras expropiación y fiscalización formen parte del día a día de la vida económica del país.
Hacer uso de las reservas internacionales, establecer controles de precios y monopolizar servicios clave para la población son sus principales apuestas alimentadas por una ceguera ideológica que los mantiene desconectados de la realidad económica en la que vivimos hoy en día. Insisten en querer implementar una utopía sin importar las consecuencias que su experimento conlleve.
La pugna por el poder será una lucha política encarnizada en la que el único referee será el mismísimo presidente de la Nación, ¿ganará la sensatez o el radicalismo político? Solo el tiempo lo dirá.
La verdadera esperanza somos nosotros
Mientras tanto, la confianza en la economía mexicana se deteriora día a día y la única esperanza de México tiene mucho más que ver con los ciudadanos de a pie que con su clase política.
La estrategia de respuesta ante las ocurrencias gubernamentales tiene que asentarse en el fortalecimiento de la sociedad civil para fungir como contrapeso a los poderes estatales. No hay más.
La participación ciudadana no será a través de consultas amañadas como torpemente nos lo ha querido vender el gobierno entrante, si no a través de la institucionalización de organizaciones que se dediquen a velar por los únicos derechos fundamentales de una sociedad verdaderamente próspera: vida, libertad y propiedad.
Cuando nos quieran callar y hacernos menos llamándonos “fifís” es cuando más tendremos que levantar la voz. Cuando nos quieran subir impuestos en pro de una supuesta justicia social es cuando más productivos tendremos que ser. Cuando quieran imponer controles monetarios es cuando más tendremos que abogar por la descentralización de la economía.
Se vienen tiempos difíciles para el país, pero basta con recordar que México es más grande que una persona o un partido para no perder la esperanza de un mejor futuro. Como sociedad debemos aspirar a ser mucho más que dos bandos divididos en “chairos” y “fifís” a favor y en contra del gobierno respectivamente.
Llegó el momento de dejar de lado aficiones personales y ser escépticos ante los discursos populistas, de ser críticos del ejercicio autoritario del poder y, sobre todo, de poner límites a esta máquina destructora de libertades a la que llamamos gobierno.
En los tiempos difíciles, como los de ahora, es cuando México más necesita ciudadanos responsables dispuestos a defender sus libertades a toda costa.
¿Seguiremos dejando todo a la voluntad de unos cuantos políticos o comenzaremos a escribir la historia de nuestro país con nuestras propias manos de una vez por todas? Tremenda decisión la que se viene.