El profesor Olavo de Carvalho es de los pensadores más prominentes de nuestra época, sin duda alguna. En el bando conservador, está tan a la altura de Roger Scruton, como de Russell Kirk. En la guerra ideológica, se ha ganado el respeto del ideólogo eurasiano Aleksandr Dugin, —además del privilegio de darle unos cuantos jabs y uppercuts críticos—; y además la escritura de una trilogía desde la cual da un estudio y una ponencia increíbles sobre los daños que la Modernidad —y no primordialmente sus consecuencias, como el Estado, las ideologías, y la propaganda, por ejemplo— ha causado a Occidente, y respectivamente, a Brasil.
Su bibliografía, tan extensa como su curso online de filosofía, da para escribir cientos de artículos. Sin embargo, nos enfocaremos en esta ocasión en una estrategia que ha servido increíblemente en el movimiento revolucionario continental, y cuya madriguera del conejo nos envía hasta el propio Hegel.
Hegel es realmente de los filósofos más densos, y probablemente por eso mismo sea el patriarca del movimiento revolucionario en la historia (cuyas vertientes más fuertes —marxismo y fascismo— conforman la cornisa de su torre ideológica). Es precisamente en esa densidad que se crea una mística desde la incomprensibilidad de sus trabajos, una niebla, pesada y fría, que no cede ante los pasos del caminante. Aun así, F.W. Hegel fue el Merlín del Estado totalitario, concibiéndolo como el todo ético organizado, un absoluto creador y ordenador, convirtiéndose así en el padre de los posteriores kommunisty y fascisti, quienes heredaron ese concepto clave para sus proyectos.
En el marco de las neblinas, reconoce el profesor Olavo en su Jardim das Aflições: “Es verdad que tout commence en mystique et finit en politique“. “Pero lo espantoso, en el episodio, era la desproporción entre la cantidad de mystique que se movilizó y la mezquindad de su resultado político”, prosigue, inmediatamente, para mostrar tácitamente una importante verdad: el movimiento revolucionario no es aquello que es, sino, en realidad, lo que terminan siendo y lo que sus consecuencias nos dejan. De aquí podemos ver dos cosas: primero, la comunión en la tendencia estafadora que la neblina hegeliana y el simún marxista soplan hacia el camino del hombre en su búsqueda por el conocimiento y el sentido de la vida; segundo, la estrategia de lo que hemos estado sufriendo los venezolanos por prácticamente dos décadas.
Aquí es cuando entra, fluidamente, la estrategia de las tijeras (estratégia das tesouras, en portugués), o llamada “la estrategia de los dos socialismos” por Stalin, popularizada y conceptualizada por el profesor Olavo, inicialmente asomada por el desertor soviético y ex KGB Anatoliy Golitsyn en su New Lies for Old.
Según el profesor, la estrategia consiste en “hacer que el ala aparentemente inofensiva del movimiento (revolucionario) parezca la única alternativa a la revolución marxista, ocupando el espacio de la derecha de modo que esta, picoteada entre dos hojillas, acabe por desaparecer. La oposición tradicional de derecha e izquierda es entonces sustituida por la división interna de la izquierda, de modo que la completa homogeneización socialista de la opinión pública es obtenida sin ninguna ruptura aparente de la normalidad. La discusión de la izquierda con la propia izquierda, siendo la única remanente, se convierte en un simulacro verosímil de la competición democrática, y es exhibida como prueba de que todo está en el orden más perfecto”.
Básicamente, la estrategia de las tijeras consiste en un monopolio de la polarización del electorado y/o de la opinión pública por dos factores en falso conflicto que, en realidad, sus dos principales objetivos son la eliminación —o picoteada— de la disidencia política existencialmente contraria (por eso la referencia a la tijera) y, espalda con espalda, con un par de manos, la repartición del poder, y con el otro la creación de ilusiones con las sombras que repican en la caverna, engañando a los venezolanos encadenados.
Ahora, si bien la conceptualización es algo inédito para el escenario político venezolano, la historia, las pruebas harto lapidarias sobre los nexos familiares y financieros entre estos y el PSUV, y ulteriormente, su franca alianza, en cambio, son de vieja data para nosotros —constituyendo así, el sentido casi completo del conflicto—.
Lo que lo completa es la necesaria subdivisión del movimiento revolucionario para crear nuevas distracciones (o nuevas sombras, siguiendo la referencia a Platón) y con ellas concentrar aún más el poder, usando (¡oh, sorpresa!) la dialéctica hegeliana tesis-antítesis-síntesis. Si la síntesis primaria fue el monopolio, en este caso, MUD-PSUV, frente el desgaste acelerado que ha sufrido en 2019, el recambio de la fórmula sería: Guaidó (tesis) – Maduro (antítesis) = Falcón, Bertucci, Zambrano y demás (síntesis). Mientras las nuevas distracciones hacen su trabajo, la Revolución MUD-PSUV se mantiene.
Lo que ocurrió hace días es la viva expresión de la estrategia de las tijeras. Un nuevo brote sintético que apacigua el hartazgo y tapa los huecos de las paredes del sistema, generados por el desgaste. Vienen a repotenciar el diálogo, impulsar y legitimar elecciones, sabotear la política exterior de Estados Unidos y de los aliados, pactar con el régimen y movilizar al país para aplaudir su propia perdición. ¿Hay alguna diferencia de lo que ha estado haciendo Guaidó este año, o de lo que hizo La Salida en 2014, o de lo que encabezó Capriles en 2012 y 2013? ¿Acaso esa estrategia ha cambiado desde el inicio? ¿Todavía es inédito para el país que se diga que desde el inicio la izquierda venezolana viene burlándose del país?
Estas preguntas no son solo un llamado a la reflexión histórica, sino a la reflexión de los espíritus suficientemente acorazados como para tener un duelo con lo que han venido siendo a cuestas de sus errores.
En ese sentido, pienso que Hayek desarrolló muy bien la fatal arrogancia, pero no se preocupó mucho en darle un giro junguiano a su libro (que lo hubiese llevado a otro nivel, sin duda). Si lo hubiese hecho, habría seguramente llegado a la conclusión de que las masas, en ocasiones (siendo excesivamente justo) son arrogantes y detestan reconocer errores. Además, que así como la arrogancia es la característica comportamental y estructuradora de los socialistas, es también el error más grande que las revoluciones cometen, pues siempre existen brechas, elementos que se escapan de su control y factores externos que, al tan solo provocar una pequeña chispa, inician una llamarada que derretirá la revolución entera, dejando atrás tan solo un soldado petrificado, tal como en Pompeya.
Por eso han ascendido nuevos factores políticos, tal como el movimiento al que pertenezco, pues la propuesta es totalmente distinta al patrón metastásico de la MUD y del PSUV, el problema pasa de ser agonal a uno absolutamente existencial, y la fórmula tesis-antítesis-síntesis no cambia, sino que es destruida, y con ella el sistema que de ella se nutría.