Seré especialmente altivo y cáustico en esta ocasión. No con quien estará leyendo estas palabras; el lector precisa siempre de la mayor clareza y la mayor crudeza. Me referiré a aquellos que muchos apoyaron, esas ratas que muchos acogieron en su casa y, además, con el acto mismo de apoyarlas a nivel planetario.
Hemos cerrado el año con la cara moreteada por uno de los golpes más críticos que ha tenido la búsqueda de nuestra libertad. El golpe ha venido de líneas que muchos consideraron amigas; otros, ya las considerábamos líneas enemigas que habían aguarapado el rojo de sus espíritus para cambiar de color y camuflarse ante su presa, el venezolano inocente.
Los procesos de liberación de regímenes comunistas están repletos de conspiración, armas, pólvora, juego diplomático, pero sobretodo de una decantación estratégica por parte de los bandos en conflicto. Estos bandos son, los moderados y los radicales. Esta vez, lo contextualizaré a Venezuela, agregando a la fórmula a los soberbios, presa más fácil de los despreciables y perversos.
Los soberbios tienen un rol particular en la estrategia radical enemiga —esta es, la revolucionaria, la castrista—. Los soberbios, en sus imaginarias lomas de sabiduría —en realidad, a veces estiércol o simplemente sucio— piensan que a su suma inteligencia no se le puede escapar nada y que nadie la puede engañar. Esta burbuja de autoestima por la que ven el mundo distorsiona la proporción de la realidad, la perspectiva propia y, por lo tanto, todo resulta si no irreal, al menos peligroso por el vértigo inducido en el que el soberbio se encuentra. Sea aclarado que los soberbios son tan despreciables como el radical enemigo, pues su grado de maldad es producido por su propio narcisismo.
La ventaja que el radical enemigo encuentra en los soberbios es que estos últimos, al creer que han adecuado al mundo a una supuesta inferioridad (cuando en realidad se atan a sí mismos a una peligrosísima inestabilidad en su percepción) dejan cancha libre a los castristas de actuar porque conciben que no podrán engañar a su omnividencia y su omnisapiencia.
La desventaja que los (millones de) venezolanos —radicales buenos—, que genuinamente buscan la libertad sufren de los soberbios, es que son vistos como profundamente prescindibles, son subestimados y sus esfuerzos, menospreciados y relegados. En este sentido, creo que es necesario acotar que el venezolano ha sido sumamente budista en este sentido, siguiendo su camino inmutado entre la maldad y la soberbia de muchos.
¿Qué implica la radicalidad? El deseo existencial de permanecer vivo y por lo tanto, la condición de enemistad que tiene frente al otro, que tiene el mismo deseo y que por lógica se contrapone existencialmente. Dicho esto, es claro que cada venezolano ha vertido algo de lo político en su existir frente al régimen. Con eso, cada venezolano ha hecho mil veces más cosas que el interinato “pusilánime e irresoluto”, tal como describiría Uslar a Fernando Fonta, el pobre imbécil de sus Lanzas Coloradas carentes de justicia.
La MUD, a pesar de su moderación idílica, es en realidad, radical y enemiga. Vean tan solo su comportamiento. Su única fidelidad yace en el dinero, en la camaradería extractiva (idéntica a la del régimen), en la comodidad comunista, el silencio castrista y la hipocresía más baja y descarada que hemos visto jamás.
Una realidad que no todos aceptarán es que el régimen siempre y repetitivamente nos ha dicho sus intenciones genocidas, nos ha hecho saber su desprecio por lo bueno y lo decente. Sus deseos de robarnos, humillarnos y simplemente, nos ha ratificado diariamente su maldad más pura y frontal. ¿La MUD? La MUD habla de libertad mientras perdona —sin autoridad alguna— a los guardianes de nuestras mazmorras, habla de vida mientras negocia con nuestros verdugos, habla de democracia mientras es financiada por los mismos financistas de nuestros tiranos.
Si hoy la MUD está sufriendo es porque está recogiendo sus propios frutos.
Hoy, sentado en una mesa de un café esta noche, en el exilio, pienso en que es época de cosecha. Pienso en los que deben recolectar sus frutos.
El TSJ, órgano que fácticamente se apegó a su legitimidad, su deber y su sentido hasta el día en que decidió no nombrar el gobierno de transición, permitiendo acomodaticiamente el ascenso de Guaidó y, por lo tanto, de las ratas aliadas, recojan los frutos que ustedes mismos sembraron. La reyerta que hoy sufren en su “institución” es la consecuencia lógica de sumergirse en un pantano de veneno y heces con caimanes y culebras. Contaminados están por la rapiña de los que ustedes apoyaron. Recojan sus frutos.
Brasil, gobierno de gente valiosa a la que estimo increíblemente, pero que ha permitido con la llegada de la ‘infuncionaria” Belandria —amiga del criminal militar Barroso y amenaza a la Seguridad Nacional verdeamarela— el crecimiento de sus propios riesgos y de sus propios enemigos, con sabor amargo, les digo: recojan sus frutos. Deberán, si lo mejor para su país quieren, replegar su apoyo y ocuparse del bello país cuyo respeto están restaurando; ahora con una herida recibida por aquellos que admirablemente ustedes quisieron ayudar.
Estados Unidos, gobierno cuya narrativa no trascendió hasta la meta final por culpa de hienas desidiosas como Bolton, Claver Carone, Abrams y Giuliani, cuyas acciones apadrinaron a deshechos políticos como Carlos Vecchio y Julio Borges que pretendían una política extractiva —exitosa— de las arcas estadounidenses: cosecharás tu siembra.
Los venezolanos no tenemos frutos que recoger. Lo que hoy nos toca es escuchar los rugidos del hambre de libertad, no saciado porque las semillas nos las han robado y, consecuentemente, aquel fruto dulce y libre.
Aun así, jamás podré condenar a ningún connacional, pues su anhelo de libertad es el mismo que nuestra gente viene buscando en la tierra baldía desde hace más de dos siglos.
Los únicos que hoy tenemos permiso de romper filas y meditar de nuestros errores somos los ciudadanos. El TSJ, la MUD, los aliados incautos. Ustedes, recojan sus frutos.