EnglishLas elecciones municipales realizadas en Venezuela el pasado domingo 8 de diciembre estuvieron precedidas por un ambiente caracterizado por dos componentes.
En primer lugar, se había producido una fuerte erosión de la imagen de Nicolás Maduro luego de los comicios en los que resultó electo –de forma muy cuestionada- Presidente de la República. Su figura era percibida como débil y desaliñada, en claro contraste con quien había sido su mentor, Hugo Chávez, símbolo del hombre carismático y fuerte. La percepción generalizada entre oficialistas y opositores anticipaba una clara derrota del Gobierno en la cita municipal. El régimen se propuso modificar este cuadro tan adverso y revertirlo a su favor.
Es entonces cuando aparece el segundo componente: Maduro decide acentuar la polarización con los sectores opositores mediante el diseño de una estrategia basada en la confrontación abierta con los empresarios, especialmente con los comerciantes. Comienza a hablar en cadenas de radio y televisión de la “guerra económica” desatada por los “enemigos del pueblo y la revolución”. Las armas de esa “guerra” son la especulación, la escasez y el desabastecimiento inducidos por los comerciantes e industriales. Del discurso incendiario pasa a la adopción de medidas de corte electoralista, demagógico y populista. Decreta de forma ilegal –pocos días antes de que comenzara formalmente la campaña electoral- la rebaja entre 50% y 70% de los productos electrodomésticos y de línea blanca en todo el país.
Esta medida autoritaria y confiscatoria detuvo la caída de la imagen de Maduro en los sectores populares, y lo mostró como un mandatario con capacidad de mando. Además, colocó a la dirigencia opositora en una situación muy comprometida: si apoyaban a los comerciantes se colocaban al lado de los “especuladores”; si apoyaban al Gobierno, éste la ubicaba a la cola de su política intervencionista. El parpadeo de la oposición fortaleció al Gobierno, quien inició la campaña electoral el 17 de noviembre arrinconando a los opositores.
Una campaña desigual
La campaña legal duró apenas tres semanas. Sin embargo, en términos reales, se extendió a lo largo de todo el año 2013. El régimen usó todo el poder del Estado para favorecer a sus candidatos. Los medios de comunicación públicos, que son numerosos y van desde las televisoras hasta abundantes diarios impresos distribuidos gratuitamente, se convirtieron en agencias de publicidad de los aspirantes del oficialismo.
En esos medios los abanderados de la alternativa democrática solo fueron mencionados para ser injuriados y descalificados. Nicolás Maduro habló en cadena nacional de radio y televisión casi diariamente después del 17 de noviembre. En algunas oportunidades lo hizo dos y hasta tres veces en un mismo día. Inauguró obras públicas rodeado de candidatos oficialistas. Los autobuses de Petróleos de Venezuela (PDVSA) y los recursos financieros de esta empresa estatal, se pusieron al servicio de los aspirantes del gobierno. Además, Maduro decretó el 8 de diciembre como el Día de la Lealtad y el Amor al Comandante Supremo Hugo Chávez, signo de una grotesca forma de ventajismo.
El Consejo Nacional Electoral (CNE), de nayoría oficialista, no se pronunció jamás contra las numerosas manifestaciones de abuso de poder y peculado, convirtiéndose en cómplices de esos excesos. De acuerdo con Vicente Díaz, único rector que defiende los intereses de la alternativa democrática, las elecciones del 8-D han sido las más desequilibradas de los últimos quince años, y eso que antes hubo algunas completamente asimétricas.
Balance de los resultados para la oposición
A pesar del ventajismo obsceno del Gobierno, y de las precarias condiciones en las que debieron actuar la mayoría de los aspirantes opositores, el régimen no logró imponerse de la forma abrumadora que esperaba. Las medidas adoptadas por Maduro contra los comerciantes provocaron un impacto positivo en la recuperación del perfil del mandatario y en la campaña de sus partidarios, especialmente en el municipio Libertador, de Caracas, y en ciudades de relativa importancia del oriente nacional.
Pero la oposición se impuso en las principales capitales del occidente, donde se localizan varias de las urbes con mayor población. La oposición triunfó en la Gran Caracas, donde Antonio Ledezma, aspirante a la reelección, le ganó a Ernesto Villegas, figura del chavismo a escala nacional. Obtuvo también la vistoria en Maracaibo y Valencia, las ciudades más grandes después de Caracas. En Barquisimeto, San Cristóbal y Mérida, capitales de estados grandes y significativos desde el punto de vista político y económico, también se impuso la Mesa de Unidad Democrática (MUD), la plataforma que agrupa a las organizaciones más importantes de la oposición.
Especial mención merece Barinas, capital del estado Barinas, lugar donde nació Hugo Chávez. Esta derrota fue particularmente dolorosa para el oficialismo pues se produjo el día del homenaje al caudillo fallecido, lo cual evidencia que sus coterráneos no se sintieron atraídos, ni fueron movilizados por el mensaje almibarado del gobierno.
Hacia el oriente, el oficialismo perdió en Maturín, capital del estado Monagas y su bastión tradicional, y en Porlamar, capital comercial del pujante estado Nueva Esparta, centro del turismo nacional e internacional.
En términos globales, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) aventajó en sufragios a la MUD: 5.216.876 (48.73%) versus 4.375.910 (40.87%). Sin embargo, si se cotejan los votos totales obtenidos por el PSUV, con los conseguidos por aspirantes que no fueron en sus listas, se aprecia una leve diferencia a favor de estos últimos. Las fuerzas distintas al chavismo consiguieron 5.494.356 votos (51.27%). En relación con el número de alcaldías conquistadas, el PSUV capturó la amplia mayoría, sobre todo en las zonas rurales: 249 de 337.
En conclusión: el país continúa polarizado en dos grandes segmentos; sin embargo, las organizaciones distintas al PSUV y a la MUD crecieron (representan 10,4% de los votos). Por otro lado, la unidad se preservó, lo que le permitió a la MUD obtener resonantes triunfos en los más significativos centros urbanos; mientras que el PSUV se ruralizó. Con este panorama, a Maduro y sus adláteres les resultará muy difícil imponer el esquema comunista; solo podrán hacerlo mediante la fuerza.