EnglishVenezuela quizás sea el más claro ejemplo contemporáneo de cómo las políticas que aumentan sistemáticamente el poder del estado en detrimento del mercado, crean caos y descomposición social generalizada.
Para ejemplos no hay que ir más allá de la crisis en la que está inmerso el país desde el 12 de febrero. La inflación galopante causada por la monetización de un enorme déficit fiscal, y la escasez generalizada de artículos básicos causada por los controles de precios y del mercado cambiario, son dos de las reivindicaciones más importantes para las que miles de manifestantes exigen soluciones al gobierno de Nicolás Maduro.
Pero la estridencia de las protestas eclipsa otros síntomas de descomposición social más sutiles, aunque no menos graves. Muchos de éstos síntomas han caracterizado a Venezuela durante décadas, pero se han exacerbado considerablemente gracias a las políticas implementadas por la “Revolución Bolivariana”.
Rara vez los periodistas y comentaristas sociales demuestran entender cabalmente cómo la distorsión de los incentivos económicos, trae como consecuencia imprevisible el surgimiento de patrones perversos de interacción social. Pero lo cierto es que los controles de precios, las barreras burocráticas a la entrada, y otras políticas típicamente desacertadas de los regímenes socialistas adeptos a la planificación central de la economía, sesgan el comportamiento de la gente hacia la búsqueda de rentas a través de actividades no productivas. Y los resultados no solo son casi siempre los contrarios a los que esas políticas tratan de lograr, sino que son acompañados de efectos colaterales imposibles de predecir con antelación.
Esto es, tal como lo he argumentado anteriormente, la causa fundamental de la epidemia de adicción a la cirugía plástica que ha prevalecido en el país durante las últimas dos décadas.
Si este bizarro fenómeno social no tuviese consecuencias tan trágicas, uno tendría que reírse a carcajadas de lo irónico del asunto. Tradicionalmente, los anticapitalistas han condenado vehementemente la frivolidad de este tipo consumo conspicuo, proclamando que es una consecuencia inevitable de la prevalencia del mercado como medio de interacción humana. Pero en realidad lo que vemos es que es la ausencia de mercados libres lo que en último término incentiva a la gente a comportarse de maneras supremamente retorcidas.
Y en sociedades tradicionalmente patriarcales como Venezuela, el daño causado por estas distorsiones recae principalmente sobre las mujeres.
Poco después de escuchar las rimbombantes declaraciones de Maduro durante su discurso en el evento de celebración del Día Internacional de la Mujer, me tropecé con la historia de Wi May Nava, finalista del Miss Venezuela 2013.
A la reina de belleza no le bastaron las cirugías plásticas para ajustarse a los prejuiciados estándares que definen la belleza física en la Venezuela contemporánea: decidió coserse una malla en la lengua que le impidió comer alimentos sólidos, de manera de poder perder peso lo suficientemente rápido.
Tal como nos lo recuerda este artículo sobre la hazaña de Nava en Gawker, el tema luce como una imitación patética de los peores casos de neurosis que Hollywood sabe explotar con tanta habilidad. Como por ejemplo, el de Tami Roman de Basketball Wives, que decidió sellarse la mandíbula con alambre para lograr el mismo objetivo que Nava.
Vaya triunfo de la limpieza cultural anti-capitalista del Socialismo del Siglo XXI, ¿no? Me encantaría escuchar la opinión de Sean Penn sobre estas curiosas similitudes cinematográficas entre la Venezuela Bolivariana y El Imperio…
Así es Osmel. Y ese “perfil” se hará cada vez más abundante en Venezuela para que puedas moldearlo a tu gusto. Porque quizás ninguna de esas muchachas se hubiese convertido en una astronauta, como dices. Pero la tremendamente triste realidad es que en la Venezuela contemporánea, tampoco es que hubiesen tenido demasiadas oportunidades de econtrar un trabajo o montar un negocio que les permitiera lograr un nivel mínimo de seguridad económica, autonomía, y autorealización.
Eso, en la Venezuela de la Revolución Bolivariana, se está convirtiendo en un sueño casi inalcanzable, como de cuento de hadas. Tan poco probable como llegar a convertirse en la mujer más linda del mundo.