Por José Cárdenas
EnglishMientras el conflicto en Ucrania continúa ocupando las mentes de la mayoría de los legisladores y analistas, dos meses de protestas violentas en las calles han atormentado a Venezuela, un país mucho más cercano a casa y en donde Estados Unidos tiene intereses estratégicos igual de importantes. Entre el importante rol que tiene el país para el suministro mundial de petróleo y su crecimiento como un centro de tránsito clave del narcotráfico, lo que suceda en Venezuela le concierne a los Estados Unidos.
La semana pasada, el Presidente Nicolás Maduro anunció el arresto de tres generales de la Fuerza Aérea acusados de conspirar para derrocar el gobierno. Esta vez no parece ser otra de sus descabelladas teorías conspirativas — se sabe bien que la Fuerza Armada de Venezuela está dividida con respecto a la desastrosa dirección que ha llevado el sucesor escogido por Hugo Chávez en el país.
Ciertamente, es claro que Maduro no puede confiar en los militares para enfrentar a los manifestantes. Ha tenido que utilizar guardias nacionales poco entrenados, y matones paramilitares que operan al margen de los canales institucionales. ¿Por cuánto tiempo más el resto de los militares van a tolerar el caos en las calles? Es la pregunta del momento en Venezuela. Pareciera que no hay una resolución viable. Las protestas espontáneas que se llevaron en las calles a principios de febrero fueron la reacción hacia 15 años de un régimen chavista intolerante y polarizador, en el cual muchos de los medios de expresión pacífica que servían para canalizar la disconformidad de mitad de la población fueron sistematicamente cerrados.
Maduro ahora sostiene que quiere “un diálogo” con los manifestantes, pero eso es solo una táctica evasiva diseñada para el consumo internacional. Él considera a los manifestantes como “fascistas” y sus reclamos como ilegítimos. Además, no está claro con quién va a ser el “diálogo”; las protestas no son una creación de la oposición organizada, y nadie tiene el control para apagarlas de un momento a otro.
Además, Maduro no necesita un montaje de diálogo para resolver la crisis; los reclamos no son nada nuevo para quien haya leído un artículo sobre Venezuela en el último año. Hasta él puede entender esto. Primero, Maduro tiene que desmovilizar y desarmar los grupos paramilitares y cesar la retórica incendiaria en contra de sus conciudadanos. Luego, puede unilateralmente apaciguar las tensiones, comprometiéndose con reformas creíbles e irreversibles que le permitan a los opositores del gobierno recuperar los canales institucionales para expresar su desacuerdo. Esto implicaría reformar el subordinado Tribunal Supremo, la autoridad electoral, el poder legislativo y los medios de comunicación y, al mismo tiempo, reducir el estrangulamiento del sector privado, para que éste pueda comenzar a reabastecer los estantes vacíos.
El problema es que estas reformas son el anatema para los consejeros cubanos de Maduro, quienes ejercen una excesiva influencia sobre sus decisiones —una dinámica que sigue siendo una de los principales reclamos de los manifestantes. Los cubanos saben que ellos, junto a los US$6 mil millones anuales que los mendigantes hermanos Castro reciben cómo dádivas de Venezuela, son enormemente impopulares y, con mucha razón, ven el final de estos beneficios, incluyendo los dos tercios de las necesidades energéticas de la isla, como una amenaza existencial. El ceder cualquier espacio a la oposición amenaza directamente la supervivencia del régimen de los Castro. La violencia continuará en Venezuela porque los cubanos no pueden tenerlo de otra manera.
Sin esperar grandes cambios en el modelo chavista, no se avecina ninguna intervención internacional en el horizonte, el Gobierno de Obama no se ve por ningún lado, y a medida que pase el tiempo la inestabilidad en Venezuela continuará creciendo descontroladamente. No debería sorprendernos cuando sectores militares intervengan para restaurar el orden. Este escenario, por supuesto, estaría lejos de lo ideal; pero no derramemos lágrimas de cocodrilo por los días oscuros de golpes militares en América Latina, cuando hoy en día los venezolanos están muriendo en las calles, y nadie más está moviendo un dedo para ponerle fin a esta masacre.
José Cárdenas es socio en la consultora Visión Américas, ubicada en Washington, D.C. Este artículo apareció por primera vez en InterAmerican Security Watch.