English Vine a Honduras para arreglarla. Como muchos idealistas blancos y progresistas que trabajan en organizaciones sin fines de lucro en el extranjero, sabía qué estaba mal en el mundo en vías de desarrollo, y qué se necesitaba para arreglarlo: países como Honduras estaban atrapados en un círculo vicioso de pobreza y degeneración social que empezó con los crímenes cometidos por los poderes coloniales de antaño; las United Fruit y Standard Oils del mundo habían saqueado a sus vecinos menos afortunados del sur; y los efectos de estos males históricos persisten hasta hoy.
Fue en este contexto que aprendí el concepto de las “ciudades libres” (las ZEDEs). Mi respuesta inicial fue pegar un grito al cielo, tal como muchos comentaristas y pensadores políticos con tendencias socialistas lo han hecho y continúan haciendo. Según ellos, el concepto de una ciudad no gobernada por el estado soberano en el que está localizada, sino por ciertos actores externos –sean soberanos o privados– no era más que un Caballo de Troya para una ola moderna de influencia colonial. El “Neocolonialismo” es el término utilizado con más frecuencia, con la implicación de que abrir las puertas para este tipo de influencia extranjera seguramente estimulará la degeneración social tal como sucedió en la época de colonial.
Críticos de las ciudades libres (también conocidas como ciudades startup) afirman que Honduras se ha valido por sí misma durante décadas, y que abrir las puertas a la influencia extranjera frenaría dramáticamente al progreso que ha venido logrando. La pregunta que yo me hago es: ¿qué progreso?
He vivido y trabajado en las partes más violentas e inseguras de Honduras durante casi un año. Interactúo diariamente con algunos de los miembros más pobres de la sociedad hondureña, de todas las edades. El país está plagado de violencia, corrupción, ineficiencia y complacencia.
Sin embargo, las críticas más comunes del concepto de ciudades libres es que van a provocar una influencia indebida de individuos ricos y corporaciones, a restringir drásticamente la expresión democrática, a explotar el trabajo del hondureño promedio, crear una distribución enormemente desigual de los ingresos, y ser incapaces de proporcionar protección para derechos los humanos y civiles básicos, entre otras cosas. Lo que estos críticos no toman en cuenta es que esta lista peligros potenciales es una descripción sorprendentemente precisa del status quo.
Los ciudadanos hondureños son masacrados en las calles en cantidades escalofriantes, mientras que los autores de los crímenes operan con total impunidad. Y describir el sistema político hondureño como una “democracia” es una falta de respeto a la palabra. Los políticos de todos los niveles representan a las maquinarias políticas de las que forman parte –y al dinero que los abastece–, más no a sus compatriotas. La voz del hondureño promedio es silenciada completamente ante los oídos de los procesos políticos.
Lo peor de todo es que pareciera que la mayoría de los hondureños ven su país a través de una lente puramente fatalista. Se han resignado a un estado de mediocridad como la única realidad posible. Sin embargo, esta percepción no es el resultado de un límite en lo que es realmente posible; más bien, este pesimismo nace de la falta de experiencia. La vida en Honduras es la única realidad que la mayoría de los hondureños ha conocido.
Entonces, ¿por qué no darle la oportunidad a una nueva realidad? ¿Por qué no abrir el país, o al menos una pequeña porción de éste, a la inversión a gran escala? Las empresas extranjeras se encuentran entre las pocas instituciones estables en Honduras, capaces de proporcionar un empleo regular. ¿Por qué no experimentar con un nuevo sistema de representación política? El sistema actual claramente no representa las necesidades y deseos de la población en general. Además, ¿por qué no capacitar, equipar y desplegar una nueva fuerza de aplicación de la ley? La actual, claramente, no está haciendo su trabajo.
Sin duda, sigo siendo un escéptico del concepto de ciudades libres o startup. Todavía tengo un montón de dudas en mi mente. Pero seamos honestos, la situación del país ya tocó fondo. Y a la luz de los éxitos de lugares como Hong Kong, Singapur y Dubái, el potencial de creciemiento económico parece que es muy interesante.
Es fácil criticar los planes de los demás. Se necesita mucho coraje para presentar una idea con el fin de lograr un cambio positivo, y aun más para ponerla en práctica.