Pareciera que nuevos vientos soplan en la isla de Cuba, sobre todo en el ámbito económico: Se aprobó una ley que facilita la entrada de inversiones extranjeras a casi todos los sectores de la economía, se redujo el número de empleados públicos para disminuir el gasto (aunque no se llegó a la meta deseada), se autorizó la compra de automóviles cero kilómetros después de cinco décadas de prohibición, se permitió el uso de Internet a todos los ciudadanos (aunque los precios son restrictivos y hay páginas bloqueadas), se habilitaron pequeños negocios privados, y quizá lo más importante, se permitió a los ciudadanos viajar al extranjero sin la carta de invitación que se requería anteriormente.
Sin embargo, mientras la cúpula en el poder habla de una “actualización” del sistema cubano (al estilo de la que encabezó Fidel Castro en 1995 durante el período especial), el proceso puede llegar a ser de renovación y refundación del sistema en su totalidad. Y para hablar del sistema en su totalidad, es imprescindible la apertura política.
Un interesante artículo de Juan Antonio Blanco titulado “Cuba en el siglo XXI”, habla sobre los escenarios presentes y los que posiblemente se darán en el futuro, y describe el sistema político cubano como carente de valores e instituciones democráticas, de libertad de expresión, de prensa, de reunión y de organización.
Blanco argumenta que las sociedades cerradas como la cubana excluyen y reprimen el disenso, y en consecuencia, impiden la retroalimentación social necesaria para que el sistema reconozca sus fallas y las trascienda. El consenso con las posturas opuestas es descartado, y se privilegian las actitudes intolerantes sobre las soluciones negociadas.
En este contexto, la imperiosa necesidad de apertura se encuentra fundamentada por un factor clave: El turismo. Es el sector más dinámico y productivo de su economía, y el que muchos en el poder ven como la clave del éxito, por representar la mayor entrada de divisas para el país. Sin embargo, como con todas las paradojas de la vida, éste también puede ser el sector que, combinado con otros factores, deje a la tradicional élite fuera del poder. Al ser Cuba muy centralizada, sobre todo en La Habana, y al haber mucho turismo en la ciudad, la población local queda expuesta al contacto con los turistas y a reconocer las diferencias entre su calidad de vida y la de personas que viven en otros lugares del mundo.
Recordemos que los cubanos ganan un promedio de US$10-US$20 mensuales, hacen largas colas para adquirir las raciones alimentarias que les entrega el Estado, y en la mayoría de los casos no les alcanza el dinero ni la comida para completar el mes. La mayor parte de la población no tiene acceso a Internet ni a las nuevas tecnologías. Muchas veces se ven obligados a trabajar como personal de servicio en los hoteles aunque sean médicos, abogados, o profesionales de otra índole, porque ejerciendo sus profesiones ganarían menos que un camarero.
Esta situación, combinada a la alta educación de la población, a las recientes medidas económicas, y al reconocimiento de que Raúl no es ni va a llegar a ser Fidel Castro, suben las expectativas de los cubanos, rompiendo su conformidad con una simple “actualización” del sistema, permitiéndoles apreciar que éste se encuentra agotado. Esto los lleva a anhelar un cambio profundo.
Será cuestión de tiempo pero, lógicamente, si se crean este tipo de expectativas el gobierno tendrá que corresponderlas, o se generará un mayor descontento social del que ya existe, con la posibilidad de explosiones violentas. Las viejas recetas económicas fracasaron y seguirán fracasando. Como estrategia de construcción de legitimidad, Raúl Castro debería de una vez por todas adaptarse al mundo globalizado en el que Cuba, le guste o no, está inserta, firmar acuerdos internacionales, y comenzar a respetar los derechos y libertades.
O mejor aun, entregar el poder en elecciones libres a una élite nueva que se haga cargo de la situación y trate sinceramente de solucionarla. Los cambios no tienen por qué ser bruscos, pero de lo que no cabe duda es que Cuba está lista para un cambio radical, y este nuevo liderazgo y las nuevas condiciones económicas son la oportunidad perfecta para emprender el rumbo hacia un futuro mejor.