English Tal como escribí en mi último artículo, mi experiencia en los últimos años viviendo en Honduras y trabajando con las comunidades empobrecidas ha iniciado un cambio en mi percepción de los esfuerzos internacionales para aliviar la pobreza. Lo que inicialmente fue un proceso extrospectivo, me ha llevado desde entonces a la introspección, ya que me ha hecho reconsiderar el papel que quiero jugar trabajando en el campo del desarrollo internacional. Dicho esto, mi punto de vista sigue siendo limitado, y mi comprensión de una variedad de factores complejos altamente interconectados se está desarrollando; pero de una manera que nunca pensé que sucedería.
Mi primera experiencia de vivir y trabajar en el extranjero tuvo lugar durante el verano siguiente a mi primer año de universidad, cuando realicé una función que ha llegado a ser conocida como “volunturista”. La “industria” del volunturismo se ha disparado en los últimos años y es operada tanto por organizaciones no gubernamentales, como por organizaciones con fines de lucro.
Los participantes pagan por la oportunidad de vivir y trabajar en un país en desarrollo. En mi caso, pagué un par de miles de dólares para pasar dos semanas viviendo en San José, Costa Rica, mientras trabajaba como voluntario en un programa extracurricular para estudiantes de bajos ingresos. La experiencia fue personalmente formativa, sin duda, pero ahora cuestiono el impacto que haya podido tener en la comunidad local, y si el hecho de que más y más personas cada año lleven a cabo este tipo de actividad pueda resultar, a largo plazo, perjudicial para las comunidades empobrecidas.
Antes de trabajar en el tercer mundo, había oído hablar del “complejo del salvador blanco”, pero siempre lo había descartado como una excusa cínica utilizada por aquéllos que no están dispuestos a comprometerse. Pero ahora veo el asunto de otra manera. Generaciones enteras de gente pobre son criadas en un mundo donde extranjeros de piel blanca llegan para regalar zapatos, jugar con los niños durante un corto período de tiempo y luego desaparecen, dejando atrás centros médicos.
Esto perpetúa una imagen de indefensión que muchos occidentales tienen del mundo en desarrollo, promoviendo al mismo tiempo una relación de dependencia entre las dos regiones.
Este arreglo patriarcal dificulta las perspectivas de desarrollo a largo plazo. Se pierden oportunidades para que actores locales entren a llenar un vacío social. Si los actores extranjeros adoptan el papel de proveedor de necesidades básicas, ¿cuándo se les dará la oportunidad de ofrecer lo mismo a la sociedad civil nacional, a los empresarios y al gobierno? Las instituciones locales no pueden competir en un mercado donde los trabajadores están pagando para trabajar, en lugar de cobrar por su trabajo. Tener gente que paga para cumplir la misión de tu organización —en lugar de que suceda al revés— es un excelente modelo de negocio. Sin embargo, hay una variable económica más sutil en juego aquí.
Uno no querría proporcionar incentivo financiero para un mal social. Si organizaciones enteras son financiadas por personas que pagan para construir clínicas, jugar con huérfanos, o plantar árboles, dichas organizaciones tienen un gran interés en la supervivencia de estos síntomas de la pobreza. Los voluntarios están pagando para ser parte del subdesarrollo. No hay ningún incentivo para el progreso.
La réplica común a este argumento es que los actores nacionales tendrían un desincentivo similar a eliminar los síntomas de la pobreza. Esto no es así. Las organizaciones de volunturismo son atractivas porque los volunturistas quieren ser parte de la solución del problema. Si el problema se resuelve, el flujo de capital monetario y humano se termina.
Por otro lado, si se les da al sector público y privado de un país en vías de desarrollo la oportunidad de llenar el papel de las organizaciones de volunturismo, el país sale beneficiado. Los negocios prosperan por un mayor gasto de los consumidores a medida que los niveles de ingreso aumentan, y los gobiernos ven un crecimiento en el presupuesto debido al aumento de los ingresos fiscales, reduciendo al mismo tiempo el gasto público, ya que la necesidad de prestación de servicios sociales básicos disminuye.
Como extranjeros, a menudo vemos los problemas de los países más pobres como endémicos al país en sí mismo. En realidad, la realidad tiene muchos matices. Al igual que con los problemas de nuestros propios países, estos problemas son el resultado de una variedad de factores, que van desde la mala gobernabilidad, la lucha política interna, o el papel de las instituciones financieras internacionales. Pagar para ser parte de este entramado equivale a un subsidio al mantenimiento de un status quo deplorable.
El volunturismo no deja de tener sus beneficios. El principal de ellos es el intercambio cultural. La ventaja aquí es doble. Los voluntarios obtienen experiencia de primera mano de la vida en el mundo en desarrollo, más allá de la percepción común que nace de los libros de texto y la publicidad de UNICEF. Las comunidades anfitrionas también tendrán la oportunidad de vivir y trabajar con los occidentales, y con suerte desafiar los estereotipos perpetuados por los medios de comunicación que ahora se extienden a casi todos los rincones del planeta.
A ambas partes se les concede la invalorable oportunidad de hacer añicos o reforzar completamente sus prejuicios. Sin embargo, ambas pueden conseguir este beneficio sin perpetuar una relación de dependencia volátil, eliminando las oportunidades de desarrollo impulsadas por las instituciones nacionales, desplazando a la mano de obra local y creando un incentivo para el mantenimiento de una situación de subdesarrollo.
Parece ser que una solución a todo esto es simplemente eliminar al voluntario del volunturismo. Simplemente visita estos lugares y pasa un buen rato. Algunos de los países más pobres del mundo ofrecen fenomenales experiencias ambientales y culturales, disponibles a un costo relativamente bajo. Por la mitad de lo que cuesta ser un volunturista en una comunidad extranjera, podrías sumergirte en un mundo completamente nuevo, y divertirte mucho. Estarás jugando un papel integral en la eliminación del prejuicio sobre muchas regiones subdesarrolladas del mundo como inferiores y “no aptas para turismo”.
El dinero gastado allí se destinará directamente a la economía local, promoviendo una fuente sostenible de desarrollo económico y social. Los gobiernos y las empresas tendrán entonces un incentivo para asegurar un clima político, económico y social estable y seguro. En lugar de utilizar a la pobreza como una mercancía a la venta, los dólares serán canalizados localmente para proveer calles seguras, preservar la belleza del medio ambiente y brindar opciones para disfrutar de la cultura local.