EnglishPor más de treinta años, Chile ha sido un referente de la libertad económica no solo para América Latina, sino también para al mundo. El éxito económico de Chile deja claro que cualquier país de América Latina puede superar la pobreza y sumarse a las filas del mundo desarrollado en la media en que adopte políticas orientadas al libre mercado.
La realidad pura y dura es que la pobreza no se rige por el determinismo: Puede ser superada a través de políticas adecuadas. La mayoría de los países de Occidente y los cuatros tigres asiáticos saben esto perfectamente.
A pesar de la prevalencia de la izquierda en el entorno político chileno en los últimos veinte años, el modelo económico del país permaneció intacto pese a los esfuerzos marginales para cambiarlo. Pero desafortunadamente Chile ha comenzado a oír los cantos de sirena del socialismo al estilo europeo, sobre todo tras la elección de Michelle Bachelet. Y esta vez hay razones para preocuparse.
En el corazón del asunto está una izquierda chilena radicalizada tras las protestas estudiantiles encabezadas por Camila Vallejo, diputada del Partido Comunista, que ha propuesto varias medidas que cambiarán notablemente el sistema económico que ha llevado a Chile a la vanguardia de la región. La más destacada de estas reformas es la implementación de la educación “gratuita”, que fue acogida por la presidenta Michelle Bachelet durante su campaña electoral y que está dispuesta a respaldar con una reforma tributaria. De hecho, Bachelet ya aprobó el primer proyecto de la reforma educativa: La prohibición del lucro en las escuelas subsidiadas.
Cabe destacar que las reformas tributarias propuestas por Bachelet son de corte europeo/socialdemócrata, que consiste en aumentos de impuestos y un conjunto de regulaciones sobre el mercado en nombre de combatir la desigualdad. A simple vista estas reformas parecen ser inocuas, pero cuando se trata del estatismo y la intervención económica, el diablo está en los detalles. Todo servicio estatal que supuestamente es “gratuito” en realidad tiene un costo muy real que recae sobre los contribuyentes.
El intervencionismo, ya sea el de los Estados de bienestar que caracterizan hoy en día a Europe, o el del comunismo nefasto del Siglo XX, está condenado al fracaso, tal como lo señalo el premio Nobel FA Hayek en su obra maestra, “El Camino a la Servidumbre”. El capitalismo imperante durante finales del Siglo XIX hasta mediados del Siglo XX, antes del establecimiento del Estado de bienestar moderno, es el que en realidad creó los cimientos del éxito económico de Occidente y un nivel de riqueza sin precedentes. Pero nuestros amigos socialistas creen que las cosas sucedieron al revés: Que el Estado de bienestar es la causa principal del éxito económico de ciertos países, especialmente de los países nórdicos.
Lo que está ocurriendo en Chile, al igual que en el resto de América Latina, no es un suceso aleatorio, sino un esfuerzo concertado de la izquierda de América Latina para desacreditar los éxitos evidentes del capitalismo. América Latina es una región que se ha visto azotada por la intervención económica en muchas de sus formas. Los nefastos resultados de estas políticas son evidentes a simple vista. Sería una tragedia que la región insistiese en cometer los errores del pasado.
Por otro lado, la derecha chilena, bajo el mando de Sebastián Piñera, contribuyó a desplazar la ventana Overton hacia la izquierda con sus políticas tibias.
Como Argentina al principio del siglo XX, Chile ahora se encuentra en la vanguardia de la región: Es un país caracterizado por instituciones modernas, alto nivel de desarrollo económico y estabilidad económica. Chile no debe caer en la misma trampa que Argentina sufrió a mediados del siglo pasado. Ahora más que nunca, es hora de que Chile reafirme los principios que lo condujeron a su éxito económico. Básicamente, Chile debería redoblar sus esfuerzos de liberalización al estilo de Hong Kong y Singapur. Esto implicaría rebajar impuestos, quitar barreras burocráticas para la apertura de negocios, y por último, pero no por ello menos importante, acabar con el monopolio de la banca central e instaurar el libre comercio en las monedas.
Chile atraviesa un momento histórico clave en el que podría optar por ampliar su libertad económica o caer rendido a los cantos de sirena del estatismo. Si opta por esta última posibilidad, se convertirá en otro trágico caso en el que un país fracasa bajo el azote del socialismo.