Es común escuchar a los bolivianos jactarse de tener un país esplendido y sobre todo rico en recursos naturales. Sin embargo, este axioma del boliviano —herencia de habladurías políticas—, es una brutal mentira y además, la principal causa de nuestro subdesarrollo como país, según escribe el periodista y escritor boliviano Fernando Molina en su libro ¿Por qué Bolivia es subdesarrollada?
Para desmentir esta proposición, que es considerada evidente, primero que nada debemos examinar los principales factores económicos: trabajo, tierra y capital.
Bolivia, a pesar de tener un vasto territorio, es uno de los países con menor población en la región sudamericana. De los aproximadamente 11 millones de habitantes, la mitad son pobres; y descontando a los menores de 18 años, el resto cuenta con un ingreso muy limitado.
Solo para fines de comparación: Perú cuenta con 30 millones de habitantes y Brasil con 200 millones, de los cuales la clase media económicamente pudiente es muy extensa en ambos casos. Por lo tanto, hablar de una gran población de trabajadores —capacitados y adinerados— en Bolivia es un gran sofisma.
Pasando al segundo factor económico encontramos que, de los 1.098.581 kilómetros cuadrados que pertenecen a Bolivia, un 40% se encuentran a 3.000 metros de altura; y del 60% restante, aproximadamente un 45% son parques forestales o se utilizan para ganadería y agricultura de supervivencia, quedando solo un 15% del territorio para la ganadería y agricultura productiva. Es decir que la gran extensión de tierra no es tan favorable como se piensa.
Cuando hablamos del capital boliviano nos encontramos con la paradoja de que siempre Bolivia ha generado un gran capital. Sin embargo, cuando este es público, termina siendo despilfarrado en bonos, subsidios, infraestructura innecesaria y empresas estatales improductivas.
Por otro lado, cuando el capital es privado, el 90% de las veces termina siendo invertido en el exterior por el simple hecho de la baja rentabilidad que generan las inversiones en Bolivia por el bajo consumo interno. Por ejemplo, si usted cuenta con US$10 millones, ¿los invertiría en Bolivia? Estoy seguro de que si usted es un buen empresario, aunque fuera el mayor de los patriotas bolivianos, no invertiría ese dinero en tierras bolivianas poco rentables, donde además reina la inseguridad jurídica.
Dejando de lado ahora los factores económicos —que en conclusión no nos favorecen— pasemos a hablar de nuestra muy alabada riqueza en recursos naturales. Pero esta vez utilicemos el apellido que los muchos caudillos que han gobernado este país no se han animado a utilizar: recursos naturales no renovables.
Esta riqueza en recursos no renovables es la principal causa del subdesarrollo en Bolivia, pues la mera existencia de estos ha convertido a Bolivia en un país de cultura extractivista, que siempre ha soñado con la suerte de encontrar una nueva fuente de extracción, dejando en el olvido la opción de crear riquezas.
Primero fue la minería, luego los hidrocarburos y quién sabe, de aquí unos años será el litio. Para la mala suerte del país, el valor de estos recursos siempre está en función de los precios internacionales, los cuales vienen sosteniendo el despilfarro y la fiesta populista hace más de 20 años.
En fin, caemos en cuenta que detrás de la ilusión boliviana de ser un país esplendido, se encuentra la cruda realidad de un país con fallas estructurales en su economía; con regionalismos muy marcados por dos fuertes corrientes —izquierda y derecha—; con intervenciones políticas frustradas por la ineficiencia de los gobernantes; con un centralismo abominable; con una democracia muy débil; y además, con la temible realidad de no contar con instituciones fuertes, que sobrevivan a los Gobiernos y que mantengan sus ideales por el pasar de los años.
Bolivia cuenta y contará siempre con la maldición de tener recursos naturales que ciegan la visión del boliviano de ser un país creador de riquezas y productor de bienes, para, contrariamente, convertirse en un país subdesarrollado, condenado a la extracción y dependencia de los precios del exterior.
Este artículo fue publicado originalmente en El Día.