EnglishRevisando viejas fotos de mi infancia llegué a una conclusión: los venezolanos que pasamos de la infancia a la adultez bajo el régimen de Hugo Chávez cargamos encima el gran peso del olvido. No solo crecimos, y las cosas cambiaron a nuestro alrededor, como le sucede a cualquier mortal, sino que perdimos de nuestras vidas la posibilidad de retornar a esas imágenes atesoradas de la niñez.
Las artes se politizaron, las montañas cambiaron de nombre, los amigos se fueron, las plazas y parques se abandonaron, las playas se contaminaron, los productos favoritos desaparecieron, las cosas que teníamos, pasaron a ser lujos; y solo queda atrás de los párpados una infancia de fantasía, como si fuera de otra persona, en un lugar desconocido.
Cuando Chávez llegó al poder yo tenía 10 años. La familia lo veía como el presidente que pondría fin a los años de corrupción que le precedieron. Pero no pasó mucho tiempo para que se dieran cuenta de quién era realmente Chávez.
Teniendo en su caras las evidencias que gritaban que un militar golpista no era la persona correcta para dirigir a un país democrático, vieron tarde la verdad. Y con esta reflexión haré sentir mal a muchos, que tanto se esforzaron para salir adelante, pero que con el velo del populismo en los ojos votaron por el candidato de la miseria (como lo hicieron hasta algunos letrados), y años más tarde se enfrentaron al hecho de que lo habían perdido todo.
Al fin y al cabo, ellos habían vivido uno solo de los capítulos de la historia venezolana. El tipo de democracia que tenía Venezuela era todo lo que conocían, y querían una salida rápida y fácil a los problemas que luego explotarían. Pero a nosotros nos tocó vivir las dos caras. Me pregunto, si nada de esto hubiese sucedido, y apareciera ahora un Chávez redentor, ¿caería yo en su trampa? ¿Tenemos que agradecer que Venezuela haya tocado fondo para que pudiésemos aprender a valorar la democracia y sus instituciones? A los jóvenes nadie nos podrá decir que tuvimos a la bestia del totalitarismo encima, y no la reconocimos.
Quisiera que toda mi generación tuviera esta enseñanza tatuada consigo. Me decepciono cuando escucho, por ejemplo, que es necesario un golpe de Estado en contra de Nicolás Maduro. ¿Y después? ¿Será que el próximo todopoderoso venezolano sí nos va garantizar una democracia estable y un marco legislativo que permita una economía próspera? Suena contradictorio. Las democracias funcionan porque en ellas pueden vivir todos los pensadores, y las personas asumen cuotas de responsabilidad sobre sus entornos. Nunca podremos conseguir la libertad mientras sigamos usando herramientas tiránicas.
Ahora, como la mujer que perdió a su Venezuela, y no como la niña de las fotos, escuché esta canción de nuevo; una melodía de las varias que aprendimos y cantamos con tanto cariño en ese breve país que tuvo sueños. Ahora me carga de responsabilidad.
Llevo tu luz y tu aroma en mi piel
y el cuatro en el corazón
Llevo en mi sangre la espuma del mar
y tu Horizonte en mis ojos.(…) Entre tus playas quedó mi niñez
tendida al viento y al sol
y esa nostalgia que sube a mi voz
sin querer se hizo canción.De los montes quiero la inmensidad
y del río la acuarela
y de ti los hijos que sembrarán
nuevas estrellas.
Con la Venezuela que muchos cargamos a cuestas, debemos darle sentido a este gran fracaso colectivo, y hacer que nuestro ejemplo valga la pena.