Nota del editor: Lea la primera y segunda parte de Mitos del socialismo cubano por el mismo autor.
En las entregas anteriores de este artículo analizamos varios aspectos del disfuncional socialismo cubano —aunque cualquier socialismo lo es. Intentamos desmitificar los conceptos manipulativos claves del régimen castrista como la falsedad del concepto de “la Revolución” o las verdaderas causas del embargo estadounidense, y concluimos que la tan famosa educación cubana no es más que un vil adoctrinamiento de los niños y jóvenes, típico de cualquier régimen totalitario.
Otro concepto esencial en el que se sostiene la manipulación mundial del ilegítimo Gobierno de los hermanos Castro es la medicina. La izquierda mundial vocifera a cuatro vientos sobre los “logros” de la medicina cubana, de la “calidad” de sus médicos y de la “ayuda desinteresada” que presta Cuba a los países subdesarrollados a donde envía a sus especialistas para combatir las enfermedades. Aunque las tres afirmaciones son tan falsas y burdas como toda la propaganda que sale del Palacio de la Revolución en La Habana.
Después del 1 de enero de 1959, gran parte de los intelectuales cubanos —entre ellos los médicos— entendiero que “la Revolución” se estaba convirtiendo en otra dictadura, incluso más cruel que la anterior, y comenzaron a emigrar de manera masiva. Muchos de los doctores de la isla, que ya contaba con la fama por su excelente nivel sanitario y de atención médica, se vieron obligados a emigrar en busca de una vida más digna.
Esto produjo una crisis en el área de salud por falta de profesionales. Entonces, el Gobierno no encontró mejor solución que implementar un plan de preparación acelerada de médicos. Surge así el famoso Plan Baeza: miles de médicos se gradúan en 4 años, el mismo tiempo que en otros países lleva obtener un título de enfermero.
Tras numerosas reformas educacionales realizadas en el transcurso de los 55 años de la dictadura, convertirse en médico solo requiere entre cinco y seis años, mientras que en el resto del mundo se requiere un mínimo de siete u ocho años. Desde el primer año de la carrera, los futuros médicos empiezan a realizar sus prácticas atendiendo a pacientes e, incluso, operando.
Toda la formación se enfoca en la práctica sin casi nula preparación teórica, tan necesaria para un médico. Es la razón por la que ni siquiera países aliados del régimen castrista, como Brasil o Bolivia, reconocen los títulos de medicina emitidos por universidades cubanas. Además, a la hora de revalidar el título, los egresados cubanos suelen fracasar en los exámenes.
Con todo ello, Cuba, con su Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), se ha convertido en el centro de atracción para los estudiantes de varios países que, engañados, llegan becados a la isla a estudiar medicina. Y ni las advertencias de que sus títulos no serán reconocidos, ni las nefastas experiencias de los que ya pasaron por este lavadero de cerebros, nada de ellos disminuye el arribo de nuevos alumnos extranjeros.
Como bromean estos alumnos que llegan a la ELAM, “en casa de herrero, cuchillo de palo”, refiriéndose a la prácticamente nula calidad médica para los propios cubanos: las farmacias vacías, los hospitales en una situación lamentable y de total insalubridad, o el fracaso rotundo del plan de “médico de familia” lo ponen en evidencia.
Eso sí, a cualquier extranjero que llega a Cuba y se interesa por su “alto nivel sanitario” le deslumbran con varios hospitales de lujo con tecnología de punta. Sin embargo, evitan mencionar que estas clínicas son un negocio del Gobierno y en ellas no atienden ni gratis ni a cubanos —a menos que sean de la nomenclatura. Y lo más curioso: evitan recordar que la mayoría de los doctores de estos hospitales no son cubanos y no han estudiado medicina en este “paraíso médico”.
La realidad suele chocar con los datos estadísticos de las Naciones Unidas, de la UNESCO y de la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), instituciones que, a partir de los datos enviados por el propio Gobierno cubano, ponen a la isla entre los países más desarrollados en materia de la salud. El hecho de que los datos son entregados por el castrismo y no por evaluadores internacionales es esencial para comprender que se trata de datos manipulados si no falsos.
En las calles de La Habana —como en el resto del país— se puede apreciar la degradación completa de la salud y de la salubridad: los niños en muchos casos con anemia por mala alimentación (con una dieta abundante en frijoles y arroz), la suciedad en las calles y la conservación de los alimentos, entre otros problemas.
Pero Cuba es tan solidaria que envía a miles de médicos a los países menos favorecidos del mundo, podrían muchos intentar refutar. Por supuesto, envía médicos y en cantidades industriales. Este es el plan de manipulación mediática internacional para mostrar la “solidaridad” del Gobierno cubano.
La otra cara de la moneda es mucho menos agradable y más prosaica. Los médicos cubanos en el exterior son unos simples esclavos del castrismo, además de una fuente de ingresos inagotable. Por cada médico la isla recibe en promedio de US$1.000 a $2.000 por mes. Pero se les paga a cada médico en el mejor caso $400. No hay que ser genio para calcular que el negocio es más que lucrativo, pero únicamente para los Castro.
Quizá, dentro de toda la miseria existe algo positivo: el esquivar las prohibiciones propias del totalitarismo, el ingeniarse para sobrevivir en la isla y el sentido de supervivencia le han enseñado a muchos cubanos algo de empresarialidad y creatividad. Se puede estar seguros de que, después de la caída del régimen castrista —ya sea por su propio peso o con “ayuda”— los cubanos no pasarán las penurias típicas de transición, sino se adaptarán rápido a la libertad.
Editado por Adam Dubove.