Por Francisco Belmar Orrego
Hasta 2011, cuando el Gobierno del presidente chileno Sebastián Piñera (2010-2014) comenzó a caminar sin el sustento político que le brindó la reconstrucción posterremoto y el rescate de los mineros de San José, la discusión pública en Chile era relativamente pobre. Los consensos eran variados y la estructura política gozaba de buena salud. Aunque se venía hablando de una crisis de legitimidad, esta solo tenía expresión en las encuestas.
Así fue como el movimiento estudiantil vino a ser el detonante de marchas, “movimientos sociales” y panfletos. Como la izquierda no estaba en el Gobierno, este tipo de expresiones proliferaron. Lo que de algún modo se condice con el hecho de que, una vez que triunfó Michelle Bachelet de nuevo en 2014, desaparecieron completamente.
Este año se conmemoraron 25 años de la caída del muro de Berlín y para los sectores de tendencia liberal de la derecha esto significó un momento simbólico. Con él, intentaron renovar su compromiso con los derechos humanos y llamar públicamente a no repetir —ni olvidar— acciones políticas que deriven en el ejercicio de la violencia.
Así fue como Roberto Ampuero, connotado escritor chileno y exministro de Sebastián Piñera, se convirtió en uno de los principales promotores de la conmemoración. Lo que realizó Ampuero este año fue algo que resultaba normal para la izquierda, pero que terminó molestándolos profundamente: la utilización de la memoria para sostener un discurso político moral. Ampuero, militante comunista durante la década de 1970, fue exiliado del régimen del general Augusto Pinochet (1974-1990) y la soviética República Democrática Alemana (RDA) lo asiló por un tiempo. Ahí, tras ser testigo de la atrocidad totalitaria, comenzó su desencanto y tránsito hacia el liberalismo.
Hace aproximadamente una semana, Ampuero expuso en ENADE —el foro empresarial más importante del país— sobre la necesidad de un compromiso político amplio para condenar las dictaduras sin importar su color. El título de su charla “In the air tonight: la factura de la historia” aludía a una idea que el escritor intentaba resaltar: hoy en Chile hay un ambiente de crispación muy parecido al que había en la década de 1970. La idea resulta polémica en sí misma, pero aún más dentro de un contexto político en que Michelle Bachelet intenta sacar a flote reformas profundas en medio de una bajísima aprobación de su Gobierno. Al menos en Chile, hacer alusión a esos años es algo prohibido, a no ser que se quiera hacer alusión a la represión de la dictadura pinochetista.
Partir desde una reflexión subjetiva —desde la memoria— puede ser de mucha utilidad para constituir una narración para el futuro liberal
Esto se notó cuando el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, abordó el análisis del escritor en su tribuna dominical en el periódico chileno El Mercurio. Fue durísimo. Calificó las expresiones de Ampuero como una “desmesura” y lo acusó de falta de pudor al no recordar que la RDA lo había recibido y asilado en tiempos difíciles. Con sagacidad, Peña eludió el tema de fondo del discurso —la condena general a las dictaduras pasadas y presentes—, pero sí tocó la sensibilidad del escritor al poner en duda sus dotes literarias.
Lo único realmente importante de la columna de Carlos Peña resultaba ser el cuestionamiento a la subjetividad como plataforma de discusión en el debate público. Ampuero, por su parte, prefirió tomar el guante de las ofensas de Peña y no su discusión más profunda. En una respuesta apresurada, despachó en un párrafo el problema de la subjetividad y se concentró en las ofensas proferidas por el rector. De aquí en más, la polémica dejó de tener importancia intelectual.
Para algunos —con cierta razón— es innecesario discutir respecto de la caída de muro de Berlín. Varios liberales están en la posición de que no se puede debatir sobre el pasado mientras un Gobierno socialista instala reformas que atentan contra la libertad. Aunque esto es cierto, urge recordar que la mayoría de nuestros relatos morales están anclados en experiencias pasadas. Ahí la historia cumple un rol fundamental y es a partir de su interpretación que se puede constituir un relato político coherente.
Además, debemos reconocer que el liberalismo en Chile no tiene un pasado inmediato claro y que sus esfuerzos por afianzarse no pasan de ser pequeños chispazos. Partir desde una reflexión subjetiva —desde la memoria— puede ser de mucha utilidad para constituir una narración para el futuro liberal. Esto es importante entenderlo porque el presentismo ha sido el principal pecado de los liberales chilenos. Es de ahí que nació el economicismo exacerbado y la obsesión con la política pública. En este sentido, estoy de acuerdo con Ampuero y su reflexión me parece positiva.
El naciente liberalismo chileno […] debe aprender que si se cree tener una visión de mundo más realista, la disputa debe ser de alto vuelo
Ahora bien, hay un punto en el que falló. La memoria es de gran utilidad si se entiende como parte de un encuentro de subjetividades —en eso Peña acierta, el debate público es fundamentalmente intersubjetivo. Si Ampuero considera que su historia de vida es ilustrativa de una situación general y que nos entrega lecciones para el futuro, entonces su respuesta debió centrarse en el valor argumentativo de esa experiencia y exponerla como tal.
En cambio, lo que hizo fue destemplarse como si se encontrara herido en su subjetividad. Con esto cayó en el juego de Carlos Peña, que se esforzó por esconder provocaciones personales en su columna y conseguir así que el exministro le diera la razón no con palabras, sino con hechos. Tanto así, que luego dio una entrevista en la que acusaba de “matonaje intelectual” a los pensadores de izquierda que criticaron su conferencia.
El naciente liberalismo chileno, a partir de polémicas como esta, debe aprender que si se cree tener una visión de mundo más realista, la disputa debe ser de alto vuelo. El ataque que se ha hecho de la visión subjetiva de Ampuero nos habla de que la izquierda ha posicionado su relato como el único realmente objetivo. En esto, van adelantados.
Es en eso que la crítica que algunos liberales hacen a la conmemoración de la caída del muro de Berlín es correcta: la izquierda chilena ya superó la etapa de la memoria en la confección de su relato. En cambio, los liberales recién nacidos acaban de descubrir que los totalitarismos cayeron.
Francisco Belmar Orrego es licenciado en Historia por la Universidad Finis Terrae. Actualmente cursa el Magíster en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Síguelo en Twitter: @Pequeburgues