Por Daniel Álvarez
Desde el colapso de las dictaduras socialistas y latinoamericanas, a finales de los ochenta, se pensó que el mundo entraba en una nueva era de respeto a los derechos fundamentales de los seres humanos, bajo lo que Francis Fukuyama se atrevió a definir como el “fin de la historia” y la victoria de la democracia liberal occidental y sus valores.
Sin embargo, pronto surgieron no sólo Estados que limitaban o incluso renegaban completamente de tal visión, sino nuevos actores no estatales que desarrollaron las herramientas para atacar a quienes consideraran desde infieles hasta traidores a la patria, sin importar donde estuvieran estos.
Al principio la respuesta de nuestras sociedades democráticas fue subestimar tal amenaza, partiendo de la aparente mayoría que representaban los Estados democráticos en el mundo, junto con la inmensa cantidad de recursos que estos agrupaban. Poco tiempo pasó para que tal mito colapsara, no sólo con ataques terroristas que sorprendieron por su nivel de preparación y alcance en los corazones de las grandes democracias occidentales, sino con la reconversión de democracias en regímenes autoritarios o incluso totalitarios, como es el caso de mi país, Venezuela.
Es así como hemos pasado de un mundo que celebraba la victoria de la libertad, a otro, que ve como cada día la mentira y el control va ganando espacios. En un mundo donde la comunicación instantánea le ha dado herramientas impensadas a los periodistas, comunicadores y ciudadanos que luchan por la libertad, los regímenes y organizaciones que buscan la sumisión de quienes están bajo su yugo se han visto retratados en sus intrincadas alianzas directas e indirectas sujetas a la necesidad de sostener aquello que cada día pierde más sentido, sean teorías teocráticas o aventuras totalitarias de izquierda.
El cobarde ataque contra Charlie Hebdo, que le ha arrebatado la vida al menos a doce personas, no es sino la cara más gráfica de ese deseo de suprimir todo lo que sea ajeno a quienes creen representar a figuras que van desde Alá, hasta los pueblos oprimidos del mundo.
El arresto de jóvenes que graban un video viral en Irán, la persecución de activistas democráticos en Rusia o la censura indiscriminada contra los ciudadanos que osen tomar una foto de un anaquel vacío en Venezuela son las variadas expresiones de la barbarie y el miedo a que cada ser humano sea libre de decidir por sí mismo que quiere leer, ver o creer.
Con esta realidad ante nosotros, los venezolanos tenemos un rol mayor del que podría tener cualquier otro ciudadano occidental, pues nuestra lucha por la libertad está directamente conectada a la de millones de personas que sufren la persecución de Gobiernos o grupos que directa o indirectamente son reconocidos, defendidos e incluso apoyados por quienes dicen representar nuestra patria contra aquellos que quieren destruirla. Permitir la victoria del socialismo opresor en Venezuela es potenciar al islamismo teocrático de Irán, la autocracia eslava de Rusia, sin mencionar el socialismo reformista de Cuba.
Cada acto de libertad que ejercemos de manera irreverente, desde el uso de nuestros celulares y redes para informar lo que los medios acallan, hasta la protesta activa y ciudadana, son batallas que debemos dar en defensa de la libertad que nos permite existir y ser de la manera que queramos, sin que ningún socialismo nos lo pueda impedir. Nuestra victoria será la de los iraníes, los rusos, los árabes y, en especial los cubanos, pues pesa sobre nosotros la responsabilidad de mostrarles que los ciudadanos sí pueden enfrentarse y derrotar a la mentira y al terror organizado, para caminar hacia la democracia para todos los ciudadanos.
Daniel Álvarez es coordinador juvenil del partido político venezolano Vente Venezuela