English Por Adrián Ravier
En mi opinión, todo profesional, tanto de las ciencias sociales como de las ciencias llamadas “duras”, debiera tener en su programa de estudio de la carrera universitaria una materia que lo introduzca en la ciencia económica. Después de todo, el profesional necesariamente deberá ser parte de un mercado, y no puede ser ajeno a su dinámica o a un entendimiento mínimo en la formación de los precios o de las consecuencias del intervencionismo del Estado.
En el saber del economista se pueden destacar numerosas leyes y principios, pero aquí me interesa señalar una preocupación a la que en general se adhiere toda la profesión. Me refiero a la necesidad de implementar políticas económicas “consistentes” para el corto, mediano y largo plazo.
El economista no es populista, si entendemos el término “populismo” como aquellas medidas cuyos beneficios se obtienen en el corto plazo, sin importar su sostenibilidad en el largo plazo, y con el único objetivo de alcanzar un mayor caudal de votos de parte de la población.
El lector quizás piense en numerosos colegas que opinan a favor del populismo, pero en general, estos economistas han abandonado la profesión para abrazar una carrera política y lo que sostienen lo hacen en nombre del partido, muy lejos de las lecciones no aprendidas en sus procesos de formación. A estos economistas prefiero llamarlos pseudo-economistas, pues si bien poseen un título universitario, trabajan en un sentido opuesto al de los consensos que la profesión alcanzó a través de los siglos.
En este sentido hay dos formas de evaluar el kirchnerismo de 2003 a 2015. Unos podrán señalar que el excesivo incremento en el gasto público, con sus lógicos beneficios de corto plazo, han sido medidas populistas, pues es muy difícil que se sostenga en el tiempo. Sin embargo, algunos economistas podrán señalar lo contrario, ya que el precio internacional de los commodities que Argentina exporta aumentaron de manera sostenida durante gran parte de la década, y no parecía equivocado asumir que esos precios se mantendrían elevados.
Si bien hoy esto está claro que constituyó un error, los precios de los commodities tampoco retornaron a los niveles de la década de 1990, lo que permite pensar que esto avala la posición de aquellos economistas que defendieron una expansión de los planes sociales en relación con décadas pasadas. En este sentido, algunos economistas critican el exceso del aumento del gasto, pero no el aumento del gasto en sí mismo.
Allí es donde aparece la otra preocupación, la del liberal. Al liberal no le preocupa únicamente la sostenibilidad de los planes ejecutados en este modelo populista, sino que la atención la fija en el avance del Estado sobre el mercado. Sin importar si los impuestos, o en particular los derechos de exportación, son sostenibles en el tiempo para financiar el gasto público, al liberal le preocupa que el dinero que se extrae con impuestos coactivos sobre una parte específica de la población, retorne a los bolsillos de quien los genera.
Siempre recuerdo las palabras de mi profesor Alberto Benegas Lynch (h) cuando sostenía que céteris paribus es peor un Gobierno que gasta 1000 sin déficit fiscal, que un gobierno que gasta 900 con un déficit fiscal de 50.
En la sociedad libre que estos autores promueven ese dinero solo puede obtenerse mediante un proceso competitivo que depende de la voluntad del consumidor de elegir el producto o servicio que este ofrece, muy lejos del favoritismo político que hoy caracteriza al “capitalismo” moderno. Si ese dinero regresa a esos bolsillos, entonces los emprendimientos pueden multiplicarse, crear empleo genuino, ampliando la órbita del mercado por sobre la órbita del Estado.Argentinava en un camino opuesto a estas dos preocupaciones.
No solo surgen problemas para sostener el financiamiento de los múltiples planes bien intencionados pero populistas, sino que además, el Estado ha avanzado sobre la órbita del mercado, lo que resulta claro al comparar la generación de empleo público frente a la generación de empleo privado.
El próximo Gobierno necesita ordenar el gasto público a un nivel que sea sostenible, pero también se requiere ampliar la órbita del mercado y reducir la del Estado, lo que no es otra cosa que ampliar las libertades individuales, apostando a la energía creativa de los emprendedores argentinos y también de extranjeros que deseen trabajar en suelo argentino, como manda nuestra Constitución. Solo de este modo algún día el país podrá alcanzar la bendita industrialización.
Adrian Ravier es Profesor de Economía en la Escuela de Negocios de la Universidad Francisco Marroquín y Doctor en Economía Aplicada de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.