¿Tienen las mujeres derechos? ¿Y los gays? ¿Y los inmigrantes? La respuesta puede ser antipática para muchos, pero lo cierto es que no, no tienen derechos. Antes de generar alarma, escándalo o repudio entre los lectores, es menester enfatizar que tampoco los hombres, los heterosexuales, o los locales tienen derechos; siendo éste el quid de la cuestión: los colectivos en sí no tienen derechos, sino todos y cada uno de los individuos que los conforman –pero a modo individual.
Cada individuo, sea consciente de ello o no, independientemente de dónde viva y de cuál sea su contexto, nace con derechos inalienables. La inmortal frase “Vida, Libertad y Búsqueda de la Felicidad”, que se encuentra en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, no es más que un reconocimiento de Thomas Jefferson hacia el filósofo inglés John Locke y su teoría de los derechos naturales del Hombre, que apuntan hacia la autodeterminación y que, sobre todo, no se subyugan ante autoridad alguna – en oposición al Leviatán de Hobbes.
Para Locke, los derechos naturales comprenden (a), el derecho a la vida, entendida como la condición de estar vivo, (b) el derecho a la Libertad, el hombre en su estado natural es ingobernable e individualista, y por lo tanto, libre, (c), propiedad, que se extiende incluso (o muy particularmente) a la propia vida del individuo, el trabajo que éste pueda realizar y lo que reciba a cambio de éste. En otras palabras, Locke presentó al individuo como dueño de sí mismo.
Esta idea, mucho se opone al miembro del colectivo, que pretende aplastar al individuo en nombre de intereses colectivistas.
Este contraste se puede ver claramente en la relación sindicato–empleado. El empleado no debe ir nunca en contra de las medidas tomadas por el mismo, se debe arrodillar ante él o atenerse a las consecuencias (represalias o expulsión, en Uruguay, nada ilustra mejor este vilipendio al individuo que el sindicato del taxi*.
No se deben confundir los conceptos de colectivo y sociedad. Mientras la sociedad influye, el colectivo condiciona y a veces oprime
El colectivo no es, sin embargo, la mera suma de individuos –aunque así nos lo hagan creen los proyectos e ideologías colectivistas. El individuo prevalece y trasciende al colectivo al que se lo quiera hacer pertenecer. Es decir que, por ejemplo, José Hernández, nacido en Catacamas, Honduras, siempre predominará por sobre el abstracto que representa el colectivo ‘los hondureños’. José Hernández siempre llegará más lejos siendo José Hernández que siendo uno entre tantos hondureños.
Mientras que el colectivo limita, el individuo libera.
No se deben confundir los conceptos de colectivo y sociedad. El Hombre es un animal social, que interactúa, convive y negocia con sus pares, pero mientras que la sociedad influye, el colectivo condiciona y, en demasiadas ocasiones, oprime.
El colectivo, como si poco fuese, se toma la libertad (se la toma violentamente, porque sólo el individuo posee libertad) de hablar en nombre de los individuos que lo conforman. No se me ocurre mejor ejemplo que el de las mal llamadas feministas*, para quienes cualquier acto perpetuado por un hombre pareciese ser extremadamente ofensivo. Desde un video musical hasta un piropo callejero, todo en apariencia ‘denigra a la mujer’.
Yo soy mujer y no me siento ofendida. No conozco en persona a ninguna mujer que se ofenda ante un mero piropo. Este colectivo no puede hablar por mí, no puede, de hecho, hablar por nadie. No puede imponerme supuestas ofensas.
Los colectivos ofendidos han hecho y hacen, sobre todo hoy en día, un daño descomunal a la sociedad. El colectivo A afirma que B le resulta ofensivo y por lo tanto, exige, en nombre de derechos que no tiene, la regulación o la censura de B. Ésto pasa hoy, en los medios, en el entretenimiento: hay una paranoia buscando ser agraviada y pretendiendo actuar en consecuencia –y estas acciones nunca son positivas. No hay nada más opresor que un colectivo ofendido.
Pero cuidado: los derechos no implican en absoluto la capacidad de ofenderse.
Todas las ideologías que ponen al colectivo por sobre el individuo han sido un fracaso. Todos estos colectivos creían tener derechos especiales
Por otra parte, es imprescindible comprender que no toda cosa potencialmente beneficiosa deriva en un derecho. Todos sabemos que el ejercicio es bueno para nuestro físico y para nuestra psique. Ésto no significa, bajo ningún concepto, que todos tengamos derecho a tener una bicicleta. No se debe abusar de un término tan noble con tanta liviandad, como si su uso no tuviese implicación alguna.
Por su parte, todas las ideologías que ponen al colectivo por sobre el individuo (socialismo, comunismo, nacional-socialismo) han sido un fracaso, un desfile de pobreza, censura, horror, tortura, muerte y genocidio. Todos estos colectivos, es de subrayar, creían tener derechos especiales, y en nombre de éstos, millones perdieron sus propiedades, sus libertades y sus vidas; en otras palabras, “desindividualizaron” al individuo, quitándole todo lo que lo hace ser quien es.
Todo ésto sucedió, pero seríamos muy ingenuos si creyésemos no sólo que no sucede, sino que es una realidad lejana. Basta ver los regímenes de los Castro y de Maduro para corroborar que los proyectos colectivistas siguen enterrando su lengua bífida en lo más hondo del individuo y de la libertad.
Pese cuanto les pese a los colectivistas, lo cierto es que el mundo le pertenece al individuo, que tiene derechos inalienables y naturales, y que no hay por encima de él nada, y que no existe tampoco valor más deseable e impoluto que la libertad.
* A principios del presente año, un taxista fue agredido físicamente (al punto que fue hospitalizado) en Montevideo por sus ‘compañeros’ del sindicato de rubro por no acatar una medida de paro. No fue un incidente aislado.
*En lo personal, me considero feminista, entendiendo al feminismo como la corriente que busca poner a la mujer y al hombre en pie de igualdad.
Editado por Pedro García Otero.