Para Rosa María, desde niña, la muerte fue una invitada en su casa. Una invitada sin invitación en medio de la alegría familiar, era una intrusión impuesta por un Estado fascista llamado Revolución. Un Estado totalitario que empezó asesinando antes de asaltar el poder, que prevaleció asesinando durante décadas, y que terminará asesinando más temprano que tarde. Es la única lógica de gobernabilidad en que son eficaces los Castros, una dinastía de varias generaciones que jamás fueron electos en Cuba. Desde niña, la muerte se le asomaba entre las persianas y le revelaba el más verosímil terror: ella siempre supo que los cubanos querían matar a su papá.
Rosa María Payá, tras un año y medio de residir temporalmente fuera de Cuba, retorna hoy a la Isla donde reposan los restos de Harold Cepero —su amigo del alma— y los de Oswaldo Payá. Les lleva una flor. Una florecita del Miami más comercial y cobarde. Donde miles de “mulas” viajan a diario como cómplices del castrismo. Donde todos los empresarios son Castros con corbata de cubanólogos, pero en definitiva sólo están sedientos de dólares y poder. Una casta que, con el cuento del empoderamiento económico de la sociedad civil, aspiran a esclavizar a Cuba en función de sus ganancias y de su corrupción. No son otra mafia de mierda, sino que son la misma y del mismo signo ideológico que los mafiosos de mierda de la Plaza de la Revolución.
Cepero y Payá fueron asesinados en Cuba por una orden del alto mando del Ministerio del Interior, el domingo 22 de julio de 2012. Fue una venganza personal de los hermanos genocidas. Un crimen de lesa humanidad cuya atroz culpabilidad no expira nunca, y por el que tendrán que rendir cuentas ante la justicia incluso los descendientes de los dos tiranos: en especial, Alejandro Castro Espín, que ya estaba en funciones cuando asesinaron a Cepero y Payá.
Este crimen jamás se hubiera realizado a ciegas. Antes de ejecutarlo, el castrismo consultó el doble homicidio con las altas esferas del poder en la Unión Europea y en los Estados Unidos. También con la insultante jerarquía católica insular y es posible que con la vaticana (la renuncia de Ratzinger alguna vez será del todo explicada). Los tycoons cubanoamericanos aportaron, por supuesto, su parte, con la promesa perversa de que pronto los dejarán volver.
Semejante complot no se lanza de manera directa, sino con pregunticas de pasillo y chantajes de inestabilización social. Con rehenes y promesas de apaciguamiento. Diplomacia del asco. Y todos estuvieron de acuerdo en que no habría ninguna penalización para los Castros por la muerte de un sesentón que a la mayoría le caía tan pesado, cuya superioridad moral no se toleraba en Cuba ni en su ex-exilio. Había que sacrificar al santurrón de la democracia. Había que hundir a Cuba aún más en la desesperanza. Harold Cepero fue ese mediodía de verano apenas un daño colateral. Y si Rosa María Payá hubiera viajado en el carro Hyundai de alquiler, como era su idea unas horas antes, Rosa María Payá estuviera hace tres años enterrada junto a su papá.
Pero hoy Rosa María retorna como cubana de Cuba a Cuba. El mundo entero, en especial los agentes castristas de la prensa de Miami, la llamaron con sorna desde el día cero una “refugiada” y la última de las “exiliadas”. Como si todos los cubanos, vivamos donde vivamos, no fuéramos refugiados y exiliados bajo la bota de nuestra barbarie de verde oliva. Ahora le dirán a Rosa María cualquier otra cosa vil, tan pronto sus oficiales en El Habana Herald les envíen por e-mail la estrategia de estigmatización a seguir con ella.
Pero Rosa María Payá va de cara a los verdugos que de niña ella sabía estaban cazando para desnucar a su papá. Ni siquiera le han dado a la familia la autopsia de cómo murió Oswaldo Payá. Sólo Fernando Ravsberg, un terrorista uruguayo devenido periodista privilegiado en la Isla, escribió que el cuerpo de Payá había sido destruido con un detallismo demoniaco: cráneo dividido en 5 partes, casi decapitado, el corazón atravesado y los riñones convertidos en “papilla”.
Rosa María Payá se enfrenta hoy lunes 11 de mayo de 2015 en Cuba con esa papilla de nación. Detritos de un país sin ciudadanos. Sin valores. Sin visión de futuro. Aberración en el tiempo. Fealdad constitucional. El odio a flor de piel y de lengua como pasatiempo a perpetuidad. Cultura de la simulación y vocación de matar o de hacerse matar. Daño desantropológico, humanidad inhumada. Carencia doble del Estado y de Dios.
Del régimen castrista puede esperarse ahora cualquier cosa contra aquella niña a la que la muerte la visitaba en sueños en El Cerro de pleno Periodo Especial. Porque hoy los asesinos ya no necesitan consultar sus crímenes de antemano. Las manos del Presidente Obama y las del Papa Francisco ya estrecharon las del dictador cubano, el octogenario que las tiene manchadas y remanchadas con la sangre inocente de los cubanos.
Recen por Rosa María, los que aún les quede un rezago de qué es rezar tras más de medio siglo de Revolución a rajatabla. A rajacráneos, en el caso de su papá.
Este texto apareció originalmente en la cuenta de Facebook de su autor.