Por Julian Adorney
EnglishLa reciente introducción por parte del Congreso estadounidense del Acta de Igualdad, que prohibiría la discriminación contra gays y lesbianas por parte de empresas privadas, está recibiendo, desde ya, respaldos de gigantes corporativos, como Facebook y Nike.
Pero las leyes que prohiben la discriminación dañarán a la comunidad LGBTI, al darle mayor poder a los moralistas.
Los consumidores son la vida de un negocio. Su auspicio voluntario es la diferencia entre el fracaso y el éxito de una empresa.
El problema con las leyes antidiscriminatorias es que le niegan a los consumidores la información necesaria para tomar decisiones informadas.
Si los negocios mantienen su derecho a discriminar, entonces, un empresario abiertamente homofóbico estará claramente identificado en su intolerancia. Esto puede ser una experiencia dolorosa para la gente discriminada, pero le permite, a ellos y a cualquiera que se oponga a esta intolerancia, combatir la discriminación, eligiendo ir a cualquier otro sitio y negándole a estas compañías su negocio.
En un mercado competitivo, siempre hay empresas deseosas de servir a todos los consumidores. Una pareja de gays o lesbianas a la que un pastelero les niegue su pastel de bodas, por ejemplo, puede rechazar esa intolerancia, votando con su dinero. Pueden, de hecho, castigarlo dos veces: Una al no comprarle, y otra vez cuando ayudan a ganar cuota de mercado a su competidor que sí los acepta.
Con leyes antidiscriminatorias, las parejas LGBTi tienen pocas maneras de saber cuáles son los empresarios moralistas y cuáles son tolerantes. Esto les quita información esencial, y posibilita que contribuyan, con su duramente trabajado dinero, al enriquecimiento de empresarios homófobos.
Los defensores de las leyes antidiscrimación puntualizan que forzar a la gente a interactuar con aquellos que les desagradan estimula la tolerancia. Después de todo, si un pastelero asume hacer el pastel de bodas de una pareja LGBTi, pasará tiempo con esta pareja, y esta socialización produce un efecto de humanización.
Pero esta socialización ocurre solo si trabajar con la pareja LGBTi es la decisión del empresario. Forzar al pastelero a violar sus principios religiosos o arriesgarse al cierre causará, con mayor probabilidad, resentimiento, en vez de comprensión mutua.
El pastelero podría pensar, aunque equivocadamente, que la pareja está amenazando su negocio, lo cual solo serviría para reforzar su homofobia preexistente.
La intolerancia causa daños reales, pero no desaparecerá simplemente porque prohibamos la discriminación; los empresarios homofóbicos encontrarán maneras de expresar su sentimiento, haciendo trabajos mediocres o engañando a sus consumidores.
Si los forzamos a mantener su intolerancia entre sombras, le quitamos a la comunidad LGBTI y a sus aliados la posibilidad de acceder a la información que necesitan para castigar la homofobia en los mercados. Aunque las leyes antidiscriminatorias hayan obligado al cierre de ciertas empresas prejuiciosas, es dudoso que sean más efectivas que un mercado de consumidores que, en términos crecientes, considera que la intolerancia es inaceptable.
La major respuesta a la intolerancia es el boicot. Y los boicots funcionan. En la década de 1990, los consumidores boicotearon a Nike por explotar a su mano de obra. Los boicots forzaron a la compañía a convertirse en un líder de la sostenibilidad de sus empleados.
Las protestas contra Nestlé convencieron a la empresa a convertirse en más amigable ambientalmente. Pero un boicot se basa en una transferencia esencial de información: Vemos a un hombre con un letrero en su negocio que dice “no se admiten gays” y decidimos castigarlo, negándole nuestro dinero. Las leyes contra la discriminación eliminan nuestro acceso a esa información.
Las leyes antidiscriminación son esencialmente leyes antiboicot. En vez de facultar a la gente para castigar con su dinero a los negocios homofóbicos, fuerzan a los consumidores a, sin saberlo, subsidiar ese prejuicio.
Julian Adorney es miembro de Young Voices e historiador económico. Sus trabajos han aparecido en FEE, The Hill, Townhall y en Disculpe, Profesor, la última antología de Lawrence Reed.