Derrota económica, política y social es la que Nicolás Maduro, el dictador que ascendió al poder de manera democrática (supuestamente), al igual que Adolfo Hitler en la Alemania nacional-socialista, sufrió el pasado 6 de diciembre y se niega a aceptar. Maduro no acepta la derrota, sólo el resultado.
Perder 17 en estados del país y 112 escaños de la Asamblea Nacional versus los 55 del partido oficial, —entre ellos algunos emblemáticos, como Barinas, estado natal del precedente (y grandilocuente) mandatario Hugo Chávez—, es para volverse “loco”. No por nada Maduro advirtió a viva voz por la prensa, «¿y qué pasaría si yo me vuelvo loco y llamo al pueblo a la arrechera a la calle?», en alusión a la eventual pérdida de escaños en la Asamblea Nacional, cuya traducción no significa otra cosa que una guerra civíl y un golpe de Estado.
No es que la pérdida sea —para el chavismo militante— de unos cuantos puestos a la ligera. La ciudadanía, o más bien, el “pueblo”, se pronunció categóricamente en favor del término de la revolución estatista que viene causando estragos desde 1999. El pueblo le dijo stop al proyecto de la izquierda.
Razones hay suficientes: la segunda tasa de asesinatos más alta del mundo según el Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV) y la Organización Mundial de la Salud (OMS); controles de precios; hostilidad exacerbada a la disidencia, además de las expropiaciones a la orden del día, son algunos de los factores que llevaron a los venezolanos a tirar el chavismo por el tacho de la basura.
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El subsecuente chantaje del mandatario populista tampoco debe pasar por debajo de la alfombra: el compromiso de 500 mil viviendas sociales —del régimen—, podría quedar sin efecto, pues según Maduro, «pedí tu apoyo y no me lo diste», en referencia directa al electorado venezolano.
Así se derrumban las aspiraciones para ciertos políticos en Chile, como la diputada Camila Vallejo (Partido Comunista) y el senador Alejandro Navarro (MÁS), quienes instaron al unísono “seguir la tarea de Chávez”. Los parlamentarios, quienes supuestamente aceptan de manera irrestricta las aspiraciones democráticas, debieran cesar su majadera insistencia de replicar el modelo castro-chavista. Es de esperar que la abrumadora derrota oficialista en Venezuela, y el término del período kirchnerista en Argentina, sean una señal para aquellos dirigentes de la región que van sin titubear por la ruta populista.
Siguiendo lo anterior, el escenario político imperante es un llamado de alerta a nuestros líderes regionales: a Michelle Bachelet, en Chile; Dilma Rousseff, en Brasil; Evo Morales, en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador. Es un llamado de alerta a abandonar, de una vez por todas, ese afán por el despilfarro y las promesas sociales que los políticos suelen repetir para salir reelectos.
La mayoría calificada en la Asamblea Nacional venezolana podría desmontar definitivamente la estructura de poder que ha creado el chavismo los últimos 16 años. Aunque, todo resultará un sinsentido si única y exclusivamente cambian los gobernantes; de lo que se trata, en efecto, es girar en 180 grados las ideas que inspiran a gobernar y, por extensión, el eje programático en la administración pública.
¡Soplan vientos de cambio y libertad para América Latina!
Rodrigo Norambuena es estudiante de Ingeniería Comercial y miembro de Sector Privado, una organización social que apunta a promover el respeto a los derechos de propiedad a través del activismo callejero en Chile. Síguelo en @NorambuenaRod.