Una serie de escándalos de corrupción en Chile, desde los negocios truchos de Sebastián Dávalos Bachelet —hijo de la presidente Michlle Bachelet—, pasando por la alicaída oposición, y todos los demás casos que se conocen, denotan nuevamente la química más pura del poder político: la corrupción inherente a las instituciones del Estado, o mejor dicho, de ese ente despótico que pretende regular todo, como si el mundo se fuese a acabar.
La verdad de las cosas es que la autorrotulada autoridad política no tiene ni la moral, ni la ética suficiente para guiar la conducta de nadie; ni siquiera para dárselas de justicieros en los mercados (esto es, las transacciones comerciales que el hombre realiza en el plebiscito diario de sus decisiones individuales), y hacerlos más “buenos”, puesto que la misma ley ampara hasta el monopolio y oligopolio. De hecho, las patentes que dan origen a este fenómeno surgen en el siglo XVII en Inglaterra, y en su momento se las llamaba tal cual eran: estatutos de monopolio.
Así, el derecho a otorgar un monopolio se lo lleva el Estado, sin lugar a dudas. De esta manera, los escándalos de la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (JUNAEB), el “Davalazo II”, el Milico-Gate, y recientemente las aprehensiones a Guido Guirardi por presunto cohecho, llevan a pensar si realmente es legítimo que exista esa institución de gangsters llamada “Estado”, o si realmente dejaremos atrás por segunda vez el que ya parece el “antiguo régimen”, que graficó Alexis de Tocqueville en su ensayo El Antiguo Régimen y la Revolución.
El Estado y sus instituciones sencillamente no pueden combatir la corrupción, puesto que el Estado es la corrupción. Las leyes y la seguridad perfectamente podrían ser asumidas por particulares.
Del mutuo acuerdo y la responsabilidad es de lo que el hombre se debe nutrir, no del tutelaje. Esta primigenia idea de que necesariamente el poder político organizado debe tomar las riendas de todo no tiene sentido. Si las cosas siguen así, Chile se acercará crecientemente al autoritarismo socialista del siglo XXI.
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Borges no se equivocó al sostener en su obra El libro de Arena, que “se empieza por la idea de que el Estado debe dirigir todo; que es mejor que haya una corporación que dirija las cosas, y no que todo ‘quede abandonado al caos, o a circunstancias individuales’; y se llega al nazismo o al comunismo, claro. Toda idea empieza siendo una hermosa posibilidad, y luego, bueno, cuando envejece, es usada para la tiranía, para la opresión”.
La humanidad exige fuera de sus vidas al Estado y a su columna vertebral: los políticos.
Rodrigo Norambuena es estudiante de Ingeniería Comercial y miembro de Sector Privado, una organización social que apunta a promover el respeto a los derechos de propiedad a través del activismo callejero en Chile. Síguelo en @NorambuenaRod.