La izquierda, en Colombia y en el mundo entero, odia a Uber. Los simpatizantes de esta corriente política afirman que su rechazo a dicha compañía se debe, entre otras cosas, a que buscan proteger al consumidor y además a los miles de taxistas y sus familias que se ven perjudicados por la participación de nuevas empresas en el mercado.
Sin embargo, detrás del rechazo sistemático de la izquierda a Uber, hay por lo menos tres razones que ninguno de los miembros de dicha corriente admite. La primera: la gran cantidad de votos que el gremio de los taxistas representa.
Según afirmaciones de este grupo, entre conductores, mecánicos, familiares y amigos, estos señores le pusieron al pasado alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, 254.000 votos. Aunque no hay manera de obtener cifras exactas al respecto, para todos es claro que dicho gremio cuenta con un gran poder, por lo que no es raro que en las pasadas elecciones a la alcaldía de Bogotá todos los candidatos, excepto el del Movimiento Libertario, manifestaran estar en contra de Uber.
Pero además de un simple interés por votos, hay otras dos razones, a mi consideración mucho más importantes y peligrosas, que hacen que la izquierda odie a Uber. La ignorancia es una de ellas.
No hay que esforzarse demasiado para encontrar terribles muestras de ignorancia económica en los argumentos que exponen.
Muchos de los militantes de izquierda podrán exhibir con orgullo títulos y posgrados adquiridos en importantes universidades, pero a pesar de todos los estudios que puedan presumir, en lo que respecta al funcionamiento de los procesos de mercado, ignoran mucho. No hay que esforzarse demasiado para encontrar terribles muestras de ignorancia económica en los argumentos que exponen.
El senador Jorge Enrique Robledo —uno de los grandes líderes de la izquierda colombiana— por ejemplo, afirma lo siguiente:
“Es evidente que los Uber blancos y los Uber X les desquician el negocio a los taxis legales, porque los primeros descreman el mercado, quedándose con los pasajeros más adinerados, que pueden pagar el servicio más caro, y los segundos van por los demás usuarios. De ahí que sea natural que reclamen los conductores y propietarios de los taxis amarillos, que sufren por la reducción de sus ingresos y pueden terminar arruinados, perdiendo su patrimonio, por cuenta de una competencia escandalosamente desleal”.
Lo primero que habría que preguntarles al senador Robledo y a los demás simpatizantes de la izquierda que comparten su visión es, ¿a qué “competencia desleal” se refieren? Si son precisamente los taxistas, los que haciendo uso de chantajes y de su influencia en la política, buscan ser protegidos por el Estado y exonerados de la competencia.
Si el problema es que los taxis tienen reglas más estrictas, lo que hay que hacer es igualar la condiciones y liberalizar el mercado. Pero no podemos obligar a toda la sociedad a consumir por siempre y exclusivamente un servicio, argumentando que no es justo que los taxistas hayan pagado un cupo y que ahora la gente prefiera a otra empresa.
La izquierda admite que sólo quienes no pueden consumir Uber terminan usando taxis, por lo tanto acepta que el servicio de los primeros es mejor. Pero en vez de luchar para que se libere el mercado y así más gente pueda disfrutar de un buen servicio, piden que se limite la competencia. En otras palabras, lo que pretenden es obligar a los individuos a consumir el mal servicio que ofrecen los taxis.
Como salta a la vista, incluso en ese párrafo tan corto, hay una terrible falta de lógica económica. Decir que hay que prohibir Uber para proteger a los taxistas, es como si nos hubieran impedido usar el correo electrónico porque tal cosa arruinaría a los trabajadores del servicio postal.
Sí, podrán tener muchos títulos en muchas carreras, pero del funcionamiento de la economía, ignoran todo. Los militantes de la izquierda desconocen la función vital de los empresarios en las sociedades.
Un empresario (y no me refiero exclusivamente a los millonarios, sino también a la señora que vende arepas en la esquina) es una persona que descubre una necesidad en la sociedad y logra suplirla. Es quien ve, por ejemplo, que en algún lugar hace falta una panadería, entiende que la demanda de pan está insatisfecha y llega para acabar con ese desajuste.
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Es así que la única forma de que una empresa o pequeño emprendimiento tenga éxito, es que logre beneficiar a un grupo de personas. Los empresarios ganan solo y en tanto suplan las necesidades existentes en las sociedades. Por lo tanto, la función empresarial es fundamental para que se subsanen los desajustes que existen entre la oferta y la demanda.
Pero lo que hacen los políticos de izquierda, cuando ignoran la importancia de la función empresarial y crean leyes que limitan el actuar de los empresarios, es impedir que se satisfagan las necesidades. Los señores de Uber han descubierto que en muchos países hay una demanda del servicio de transporte que está insatisfecha, y han llegado para solucionarla. Pero se tienen que enfrentar a diferentes enemigos, entre ellos la izquierda, que les impiden beneficiar a los consumidores.
La otra razón por la que la izquierda odia a Uber, es porque padece de lo que el economista austriaco Friedrich Hayek llamaría una “fatal arrogancia”. La gente de izquierda, como buenos estatistas, se creen dioses, padres que deben guiar a la sociedad que es tonta y no sabe cómo comportarse.
Piensan que son más inteligentes que nosotros, los ciudadanos de a pie, y que es además legítimo que lleven las riendas de nuestra vida, eso sí, argumentando que es por nuestro bien. Creen que deben regular incluso los medios de transporte que usamos.
Piensan que son más inteligentes que nosotros, los ciudadanos de a pie, y que es además legítimo que lleven las riendas de nuestra vida, eso sí, argumentando que es por nuestro bien.
¿Cómo es que la izquierda afirma abiertamente que las personas no pueden decidir ni siquiera el tipo de transporte que van usar? Pues esto se debe a que piensan que no somos capaces de tomar decisiones por nosotros mismos, pero que ellos, mucho más inteligentes que nosotros, nos guiarán y protegerán de compañías tan peligrosas como Uber.
El socialismo es un sistema totalitario por naturaleza. La gente de izquierda quiere que el Estado lo controle todo, incluso el vehículo que vamos a usar para transportarnos. Y en general, impiden el libre ejercicio de la función empresarial porque creen saber, mejor que nosotros mismos, lo que necesitamos.
Entonces, la izquierda odia a Uber no solo porque el gremio de los taxis representa una gran cantidad de votos. Sino también porque su ignorancia en cuanto al funcionamiento del mercado y la economía en general, les impide ver la importancia de la labor de los empresarios en el crecimiento del bienestar en una sociedad.
Pero además, su arrogancia hace que se piensen más sabios que todos los ciudadanos, que quieran imponernos lo que ellos creen que es correcto. Desconocen que sus intervenciones y su paternalismo sólo impiden el funcionamiento de los procesos de mercado, causando descoordinación e imposibilitando la acción empresarial que es la que subsana la demanda insatisfecha; la que satisface las necesidades de los individuos.