¿Quiero que mis hijas sean prostitutas? No. ¿Quiero que cada mujer tenga derecho a elegir si utiliza su cuerpo para prestar un servicio a cambio de dinero? Sí. Y es que ¿apelando a qué autoridad voy yo a imponer lo que una mujer debe hacer con su vida? Esperanza Gómez, reconocida actriz colombiana de pornografía, con su escasa educación formal, entiende mucho mejor el concepto de libertad que doctas profesoras de universidades bogotanas como Carolina Sanín. Las feministas de género van por el mundo, como juezas universales de la moral, condenando y señalando a quienes no se comportan como ellas quisieran.
Algunas quieren que de tajo se prohíba la pornografía y la prostitución, otras afirman que intentan ayudar a quienes viven de prestar servicios sexuales, o se divierten enseñando su cuerpo en revistas como SOHO. Ahora bien, no sé cómo quieren ayudarlas. Primero, no creo que, por ejemplo, Esperanza Gómez quiera alguna ayuda, al parecer está muy contenta en su trabajo. Seguro que tiene el dinero suficiente para retirarse y cambiar de oficio, pero prefiere su actual empleo. Igual que no necesitan ayuda las chicas que aparecen en revistas para hombres y que disfrutan de su minuto de fama. Y segundo, si lo que quieren es convencerlas de que estos oficios son denigrantes, lo hacen muy mal, porque lo único a lo que se dedican es a insultarlas.
Para las feministas colectivistas las mujeres que se prostituyen o desnudan para revistas como SOHO, están confusas e indefensas, el patriarcado y la cultura machista las ha llevado a tomar decisiones equivocadas. Y aquí empiezan los insultos, rebajan a estas mujeres a animalitos que no son capaces de decidir por sí mismos lo que es bueno para sus vidas. La realidad es que en un acto libre y haciendo un análisis costo-beneficio han decidido que lo mejor para ellas es dedicarse a estos trabajos.
Las feministas generalmente se empeñan en trasladar a los hombres la culpa de las decisiones que toman las mujeres. El patriarcado cosifica y mercantiliza a la mujer, se hacen ricos vendiendo y explotando (los términos marxistas son bastante usados en el feminismo) su sexualidad. Mientras las mujeres, incapaces de decidir a conciencia, se dejan llevar. Es como si creyeran que Esperanza y sus compañeras de trabajo sufren del síndrome de Estocolmo. Para las feministas es imposible que una mujer disfrute siendo actriz porno o mostrando su cuerpo en una revista, y si dice hacerlo es porque tiene algún tipo de enfermedad mental, probablemente producida por la cultura machista.
De ahí que esta semana Carolina Sanín, reconocida activista feminista en Colombia, se despachara contra SOHO y su exdirector. Según Sanín, Daniel Samper se ha enriquecido con una revista en la que ni siquiera les pagan a las mujeres por posar sin ropa. Lo acusa, además, de ser uno de los mayores culpables de la “reducción de la mujer a mercancía” en Colombia, y de fomentar “la mentalidad de violadores que hoy predomina”. Para Sanín, que repito, de libertad parece no entender nada, las revistas de desnudos producen violadores y Samper actúa mal por permitirles a mujeres que, voluntaria y libremente, posen desnudas en su revista.
En el mismo comentario la feminista afirma que reconoce que quienes han posado para la revista tienen culpa y han contribuido a su cosificación. Pero su pensamiento no es claro, si como bien lo dice, la culpa, que yo más bien llamaría responsabilidad, es de quienes deciden libremente posar desnudas, ¿por qué acusa al director de la revista? ¿Es porque es hombre? Es decir, las feministas continuamente se desnudan y salen a la calle a hacer manifestaciones, y pelean para que Instagram las deje mostrar sus senos, y no veo a otras feministas protestando por eso. Pero cuando una mujer se desnuda para ser objeto de deseo, a esa no la defienden, esa libertad les molesta.
A Sanín, como a la mayoría de colectivistas, le disgusta la supuesta “explotación”. Pero es que no hay tal, aún si la revista no les paga a estas mujeres, ya sabrán ellas qué tipo de compensación les genera posar desnudas; reconocimiento, fama, contactos, o simplemente el placer de sentirse deseadas por miles de hombres, aunque para las feministas colectivistas sea violencia y no lo quieran reconocer, a la mayoría de las mujeres les gusta sentirse deseadas. Las chicas que posan en SOHO no se sienten violentadas, no; disfrutan ser “mercantilizadas”.
Y es que el problema de cualquier tipo de colectivismo es ese, es incapaz de ver individuos, solo ven masas; resulta que cada mujer tiene una función de felicidad diferente. Las feministas de género afirman defender a unas mujeres que ni siquiera quieren que las defiendan, porque simplemente no hay de que defenderlas, han elegido sus trabajos libremente, y aunque para algunas sea preferible dedicarnos a estudiar y luego trabajar en algo que no implique “vender” nuestro cuerpo, de la misma forma, otras, como Esperanza Gómez, prefieren vivir de ofrecer un servicio, en este caso, sexual. Y nada de malo hay en que hombres, como el director de SOHO, ganen dinero por publicar fotos de mujeres desnudas; es un trabajo pactado en los mismos términos que cualquier otro. Estas mujeres van libremente y ofrecen sus servicios porque tal cosa les trae beneficios.
La dignidad de la mujer no es algo colectivo, lo que es digno para una no lo es para otra. La moral no es objetiva ni universal, y no todo lo que para uno es inmoral debe ser prohibido. Para mí es inmoral que una mujer venda sexo a cambio de dinero, por eso cuando tenga hijas las educaré en mis valores. Pero jamás se me ocurriría echarle la culpa al productor de un video porno, ni mucho menos al espectador, de lo que una mujer libremente decidió hacer. De la misma forma que sería ridículo que saliera a decir que estas mujeres son víctimas de la cultura machista. No son víctimas de nada, por el contrario, se benefician de los deseos de los hombres a tal punto que prefieren trabajar en eso que en cualquier otro empleo.