La propaganda y el macabro uso del lenguaje que el gobierno ha desplegado desde que se iniciaron las negociaciones en La Habana es apabullante. En Colombia no se habla de la firma de un acuerdo, se dice “la firma de la paz”. A los guerrilleros se les dejó de llamar “terroristas”; la palabra “narcotraficantes” también se eliminó. Y al secuestro de la periodista Salud Hernández, en el mes de mayo, nunca se le llamó por su nombre: el presidente y los medios de comunicación presentaban la noticia como una simple “retención”.
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Pero lo más perjudicial, lo que ha causado una mayor división en la sociedad colombiana, ha sido el continuo y directo señalamiento y satanización de quienes no están de acuerdo con lo negociado en La Habana. El presidente, Juan Manuel Santos, puso de moda el término “enemigos de la paz” para referirse a cualquiera que hablara mal del proceso. Toda la campaña publicitaria fue presentada con la misma lógica marxista de siempre, que para muchos es difícil de ver, pero ahí está. Hay un enemigo al que la sociedad y los buenos deben combatir. Es un enemigo que impide que la paz florezca. El gobierno le ha dicho a los colombianos que quienes no aprueban la negociación son los “enemigos de la paz”.
Con tristeza tengo que decir: en Colombia los valores están distorsionados. Enemigo de la paz es quien viola la libertad, la vida y la propiedad privada de las personas. Los enemigos de la paz, acá, son los guerrilleros, no quienes condenamos su actuar y pedimos castigo a su transgresión. Muchos nos sorprendimos cuando el pasado 2 de octubre, en el plebiscito, ganó el “No”. Lo que oíamos en la calle, lo que veíamos en la televisión y leíamos en la prensa, apuntaba a una victoria arrasadora del “Sí”. Pero es que, por razones obvias, para muchos es incómodo hablar abiertamente cuando de entrada uno es tildado de enemigo de la paz. Es muy difícil establecer cualquier diálogo cuando el interlocutor presume que uno tiene mala intención.
Gracias a la exitosa campaña del gobierno, en este país no hay gente de acuerdo y en desacuerdo con lo firmado en La Habana, sino que hay gente que quiere la paz y otra que quiere la guerra. Y los “enemigos de la paz” no son los del grupo terrorista que desde hace 50 años mata, extorsiona y asesina, sino que son los colombianos de bien, que nunca han agredido a nadie y que se niegan a aceptar que asesinos como Timochenko terminen en el Senado, sin pagar un día de cárcel y sin entregar un solo peso.
Y después de la victoria del “No”, la división y los ataques son aún más fuertes. El gobierno colombiano ha logrado crear en la sociedad una especie de síndrome de Estocolmo generalizado. La revista española “El Jueves” resume muy bien, en una caricatura, el pensamiento de buena parte de la población. En la viñeta publicada esta semana, se ve a un hombre golpeado y amarrado que le pide a un guerrillero de las FARC que lo siga torturando. Mientras tanto, el torturador, con un gesto de inocencia, se niega a seguir maltratándolo. Esa es la idea que tienen muchos de los que votaron por el “Sí”, que la otra mitad de los votantes, los del “No”, están obligando a los guerrilleros a matarnos.
De ahí que en redes sociales y en medios de comunicación pululan opiniones como la de la senadora Claudia López, quien afirma en su cuenta de Twitter, y en cuanto medio de comunicación es entrevistada, que la responsabilidad de los muertos de las FARC, de ahora en adelante, será de aquellos que votaron por el “No”. Muchos creen que quienes no estamos de acuerdo con lo negociado en La Habana, no solo somos “enemigos de la paz” sino que también somos los culpables de los asesinatos que los guerrilleros cometan. Porque tal y como señala la revista “El Jueves”, estamos obligando a los guerrilleros a matarnos.
En cuatro años, que es lo que llevan las negociaciones en Cuba, se ha logrado que los colombianos desconozcan algo tan evidente como que la culpa de cualquier asesinato es de quien lo comete. En nuestro país tiene curso una extorsión gigantesca: una banda de narcotraficantes, la más poderosa en Colombia, nos está exigiendo que le demos lo que siempre buscó, poder político. Y la parte de la población que está de acuerdo con la extorsión ahora culpa a quienes no admiten tal acuerdo de todos los asesinatos que la banda criminal realice en el futuro.
El día después de que se llevara a cabo el plebiscito, Timochenko publicó un video en el que afirma lo siguiente: “La paz es un derecho contra-mayoritario”, y agregaba que, por tal motivo, el acuerdo al que se ha llegado en La Habana debería ser respetado a pesar de que la mayoría esté en contra. Desde luego que la paz es un derecho que no debe ser votado, pero a lo que el jefe máximo de las FARC llama “paz” es al acuerdo que los llena de beneficios. Sin embargo, muchos colombianos, que son engañados por el lenguaje retorcido de esta gente, los apoyan afirmando que la paz debe cumplirse a como dé lugar.
Esta semana se realizó una marcha para respaldar lo firmado en Cuba. Los colombianos en vez de salir a marchar por los tres mil niños que las FARC tienen en su poder y aún no quieren liberar, se unen para pedir que se desconozca el resultado del plebiscito. Las manifestaciones deberían ser en contra de las FARC, no del vecino o el amigo que votó “No”. En Colombia los valores se han distorsionado. Hay gente publicando ‘selfies’ con Timochenko, aplaudiéndolo y diciendo que también debió haberse ganado el Nobel de la Paz. Hay quienes le han creído a las dos bandas extorsionistas que pactaron en La Habana, y por eso piensan que el acuerdo es la paz, y que quien haya votado “No” es el enemigo.