La lucha en contra de los alimentos modificados genéticamente, también conocidos como transgénicos, se ha convertido en una de las banderas que con más ahínco enarbolan, en la actualidad, organizaciones ambientalistas y grupos izquierda. Para explicar su rechazo a estas tecnologías utilizan esencialmente dos tipos de argumentos: por un lado señalan que los transgénicos son peligrosos desde el punto de vista ambiental y que pueden generar riesgos para los ecosistemas y, por el otro, afirman que son tan dañinos para la salud que incluso ponen en riesgo la vida de las personas.
Sin embargo, los argumentos de quienes están en contra de la producción de alimentos genéticamente modificados van en contra de toda evidencia científica y, en vez de basarse en estudios confiables, apelan a casos aislados y poco documentados para causar temor infundado en la ciudadanía.
Si las razones científicas estuvieran en la primera línea de preocupaciones de los enemigos de los transgénicos, atenderían a la opinión de los expertos y, sin dudarlo, abandonarían el inventario de supersticiones con las cuales pretenden demostrar que estos organismos modificados constituyen un peligro para el medio ambiente y para la vida de los consumidores.
Hace algunos meses, por ejemplo, Greenpeace recibió una carta firmada por 109 científicos y académicos galardonados con el Premio Nobel, en donde le hacían un llamado a “reconocer las conclusiones de las instituciones científicas competentes” y “abandonar su campaña contra los organismos modificados genéticamente en general, y el arroz dorado en particular”.
Como era de esperarse, tanto Greenpeace como muchas otras organizaciones ambientalistas, con tal de continuar con su paranoia antitransgénicos, hicieron caso omiso a la opinión científica. En dicha carta diferentes premios nobel, incluso con una inusual dureza, acusaron a Greenpeace de cometer un “crimen contra la humanidad” por su férrea oposición a los transgénicos. Y es que no puede llamarse de otra manera a la obstaculización de un método científico que podría ayudar a disminuir en una inmensa porción el hambre del mundo entero y, además, a paliar la aparición de ciertas enfermedades que agobian, sobre todo, a los más pobres.
El “arroz dorado”, por ejemplo, es una variante modificada genéticamente cuya principal característica es la abundancia de vitamina A. De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), unos 250 millones de niños alrededor del mundo tienen un consumo de vitamina A inferior al necesario, lo cual incrementa la probabilidad de sufrir problemas relacionados con la visión e, incluso, en casos extremos, puede llevar a la muerte. Y pese a que el ‘arroz dorado’ tiene el potencial de evitar las miles de muertes y enfermedades asociadas a estos problemas nutricionales, es un blanco principal de ambientalistas que afirman que hay que acabar con estas “terribles” modificaciones.
Por supuesto que los alimentos modificados genéticamente no están en su totalidad exentos de riesgos y, al igual que los quesos o las conservas, existen algunos pocos casos en los que han tenido efectos negativos. Eso, desde luego, no quiere decir que los transgénicos estén matando a la sociedad, todo lo contrario, el objetivo de la modificación genética en los alimentos tiene dos metas claras: el aumento de la producción y el incremento de la calidad, cualidades por demás deseables.
Como dije anteriormente, científicos reconocidos alrededor del mundo entero han defendido la importancia de la modificación genética para lograr alimentos de mayor calidad y con enormes beneficios. La Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, por ejemplo, publicó recientemente un informe en el que se analizaban todas las investigaciones sobre el impacto de transgénicos durante su historia de 30 años, la conclusión: “los alimentos procedentes de organismos modificados son tan seguros como los que se producen a partir de cultivos convencionales”
Adicionalmente, los argumentos científicos en contra de la paranoia ambientalista también son claramente ganadores en el tema de la conservación del medioambiente. Contrario a lo que usualmente afirman los enemigos de la modificación genética, más que riesgos ambientales en torno a la utilización de la ingeniería genética en los cultivos, lo que existen son beneficios. La evidencia científica demuestra que, por ejemplo, los avances en cultivos transgénicos diseñados para ser resistentes a las plagas, han disminuido la necesidad de utilizar insecticidas y herbicidas, reduciendo la contaminación sobre las fuentes de agua y los perjuicios contra otras especies.
La pregunta entonces es: ¿por qué, contra toda evidencia, los ambientalistas y grupos de izquierda siguen en contra de los transgénicos?
Más que una batalla de orden científico o ambiental, lo que plantean los ambientalistas es una discusión ideológica y política. Lo que en el fondo quiere Greenpeace es un cambio de modelo económico. Si revisamos la página de la reconocida ONG vemos afirmaciones como las siguientes: “Solo diez multinacionales controlan casi el 70 % del mercado mundial de semillas, lo que significa que los y las agricultoras tienen poca capacidad de elección” o “Los cultivos transgénicos no alimentan al mundo. El 99,5 % de agricultores y agricultoras no los cultivan”.
Concretamente, antes de adelantar una cruzada en defensa del planeta, este tipo de ambientalistas promueven una agenda anticapitalista, de orientación marxista, que condena la iniciativa privada en el campo y la aplicación de modelos empresariales en el entorno agrícola; lo que les preocupa no son los posibles efectos dañinos de los transgénicos, sino que dichos avances puedan ser aprovechados por ‘malvadas’ empresas para trasladar los esquemas de producción capitalista de la ciudad al campo.
Los transgénicos traen beneficios incalculables para el mundo entero, pero sobre todo para los más pobres, que gracias a los científicos capitalistas podrán disfrutar de alimentos más baratos y avances increíbles como el “arroz dorado”. Como bien lo dicen los premios nobel en su carta, refiriéndose a la oposición de los grupos ambientalistas: “¿Cuánta gente pobre tiene que morir en todo el mundo antes de que consideremos esto como un crimen contra la humanidad?”
Entonces, por el bien de los menos favorecidos, y del mundo entero, ¡arriba los transgénicos!