Liechtenstein está ubicado en el centro de Europa, no tiene salida al mar y normalmente es señalado como un paraíso fiscal. Pero sobre todo es conocido por el alto nivel de vida del que disfrutan sus ciudadanos. Tienen una economía próspera, rentas que están entre las más altas del mundo y elevados niveles de bienestar.
A pesar de eso, poco se habla de este pequeño principado y, en mi opinión, cuando se hace referencia a él no se tocan los asuntos claves.
¿Qué tiene Liechtenstein para enseñarle al mundo? varias cosas muy importantes. Una de ellas tiene que ver con los aspectos positivos que una monarquía puede tener con respecto a una democracia.
Así el lector considere que preferir una sistema monárquico es una idea descabellada, el análisis que desde el liberalismo se hace al respecto, ayuda a comprender el funcionamiento de los gobiernos y el actuar de los políticos. De modo que aunque la idea cause rechazo es conveniente profundizar en el tema. Seguro hará cuestionar ciertas creencias comúnmente aceptadas.
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Para hacernos solo una idea de los beneficios que puede traer un sistema monárquico, hay que recordar que en el 2003 el príncipe Juan Adán II, quien tomó el mando del país en 1989 cuando su padre falleció, anunció que él y su familia abandonarían Liechtenstein si los poderes de su casa no eran refrendados. Se realizó el referendo solicitado y los resultados mostrarían el gran respaldo que tiene el príncipe.
Los ciudadanos de Liechtenstein tienen claros los beneficios de la monarquía en la que viven y no están dispuestos a renunciar a ellos. Mientras tanto, muchos se escandalizan cuando se habla del tema.
Y es que, a diferencia de otras monarquías constitucionales, en Liechtenstein el príncipe tiene poderes bastante extendidos que incluyen, por ejemplo, vetar leyes que hayan sido aprobadas por el parlamento (que sí es elegido mediante votación). Es, además, quien nombra a los jueces e incluso puede disolver por completo el parlamento si así lo desea; Liechtenstein es la monarquía más poderosa de toda Europa. Todas estas cosas asustan sobremanera a los defensores a ultranza de la república.
Dos razones fundamentales existen para que un liberal prefiera una monarquía a una democracia, cosa que para muchos es inconcebible, sobre todo si se considera que el absolutismo monárquico fue el enemigo principal de los primeros liberales. La primera tiene que ver con la mirada de largo plazo que tiene un rey, contraria al “cortoplacismo” que impera en las democracias.
En la mayoría de los países los presidentes tienen periodos de gobierno de 4 o 5 años. Los políticos son seres humanos normales que persiguen sus intereses personales. Un presidente de una república se ve extremadamente tentado a actuar para aumentar su bienestar y no el del país, después de todo en unos años otro quedará al mando.
Podrá entonces endeudar en exceso a sus ciudadanos, aumentar el gasto y crear un gran Estado de bienestar consiguiendo popularidad y cariño de la población, al tiempo que saca una tajada del pastel, y con suerte logrará salir de la presidencia antes de que las consecuencias de sus malos actos sean evidentes. Ya verá el siguiente presidente cómo se las arregla…
El príncipe Juan Adán II no puede actuar de esa manera. Con seguridad, al igual que lo hizo su padre, estará al mando de Liechtenstein hasta que muera. Tiene que pensar en el largo plazo. No actuará como un irresponsable que se gasta todo su dinero hoy para mañana aguantar hambre. Entre otras cosas, la fortuna de sus hijos dependerá de qué tan bien maneje el país.
Hagamos la comparación entre un hombre al que le regalan un parcela de tierra para que haga con ella lo que considere y otro al que se la prestan por cuatro años. El primero sin duda hará un plan para usar lo mejor posible la tierra, para que sea sostenible y se alcance la mejor inversión en el largo plazo.
Mientras que el segundo estará tentado a hacer un plan solo para 4 años, lo que pase de ahí en adelante será problema del nuevo dueño. Los incentivos están dados para que intente sacar lo que más pueda durante ese tiempo. Podría, por ejemplo, cultivar algún producto que deja muchas ganancias en tanto que después de dos o tres cosechas la tierra queda inservible.
Otra importante razón tiene que ver con la figura misma del rey. En una monarquía los ciudadanos tienen claro quién se queda con su dinero y quién lo maneja; hay “conciencia de clase”. En las repúblicas se habla de que el Estado maneja el dinero, no se le atribuyen responsabilidades directas a una persona en particular.
Además, en las repúblicas se nos ha hecho creer que los impuestos son para ayudarnos entre nosotros, cuando lo cierto es que la mayor parte de lo recaudado se destina a mantener a los políticos. En Colombia, por ejemplo, más del 50% del total de los tributos va directamente a asuntos que nada tienen que ver con la famosa redistribución.
Para hacernos una idea de lo importante que es tener conciencia de quién se queda con nuestro dinero y en qué lo utiliza, recordemos que las monarquías antes de la revolución industrial, en promedio, no recaudaban más del 6% de la renta nacional, mientras que ahora, con las repúblicas, vemos un Gobierno que se lleva más del 50%.
Por último, anotaré que el príncipe de Liechtenstein cuidando su patrimonio, y el de sus hijos, ha entendido que la forma de ser ricos es a través de la libertad económica. Juan Adán II es libertario, ha convertido a su país en uno de los más libres del mundo, defiende los impuestos reducidos y la privatización, Liechtenstein tiene una de las aperturas económicas más altas de todo el mundo y no tiene deuda pública.