En 1924 abre por primera vez sus puertas el “Instituto para la Investigación Social”, que comúnmente conocemos como Escuela de Frankfurt, un centro de reunión de marxistas que en la búsqueda de su objetivo, provocar cambios sociales masivos, lograría revivir el marxismo pasándolo del campo económico al campo social.
Max Horkheimer asume la dirección del instituto en 1930 y, desde ese momento, el rumbo de las investigaciones, que hasta entonces se concentraban en análisis socioeconómicos de la sociedad burguesa, cambiaría. Este intelectual marxista alemán, siguiendo la línea de Georg Lukács, convirtió a la cultura en el centro de estudio, desplazando a la economía como estructura fundamental.
El nuevo líder de la Escuela de Frankfurt era suficientemente astuto para entender que la “clase trabajadora” ya no aceptaba las ideas de Marx. Para la época, ya los obreros entendían que lo mejor que les podía suceder era que los contratara una gran empresa, por lo que no tenía sentido descargar las esperanzas de una revolución en los trabajadores. No tenía sentido intentar conseguir seguidores utilizando el mismo discurso de que el capitalismo era el culpable de la pobreza; nadie creía ya tal cosa.
El instituto tenía que buscar nuevos grupos sociales que sustituyeran a la clase trabajadora. Horkheimer era un apasionado del psicoanálisis, y fiel seguidor de la obra del neurólogo austriaco Sigmund Freud, de ahí salió la clave para la unión macabra que se convertiría en una de las columnas de la nueva izquierda. La escuela de Frankfurt empezó a trabajar para reformular el discurso, ahora en el campo cultural, basándose en la unión entre marxismo y psicoanálisis.
Marx entendía que había que crear antagonismos para lograr su objetivo. Por eso afirmaba que bajo el capitalismo, la clase obrera era oprimida por los dueños de los medios de producción. La escuela de Frankfurt, tomando ahora el psicoanálisis, creó un nuevo enfrentamiento y de este modo vino a plantear que bajo la Cultura Occidental, todos viven en un constante estado de represión psicológica. Nótese que en el fondo lo que plantean es que la cultura occidental es lo que hay que tumbar primero, luego vendrá el cambio en la economía.
Para desarrollar esa unión entre psicoanálisis y marxismo, Horkheimer trajo al instituto a nuevos personajes que influenciarían profundamente a la sociedad de los años 60. Theodor Adorno, Erich Fromm y Herbert Marcuse, fueron tal vez las más importantes adquisiciones que tuvo para su nuevo objetivo la Escuela de Frankfurt.
El sexo como construcción social
Erich Fromm, psicoanalista y psicólogo social, y el filósofo y sociólogo alemán Herbert Marcuse fueron pioneros en crear conflictos útiles a la izquierda desde el campo de la sexualidad utilizando el psicoanálisis. Fromm aseguraba que la moral reinante era represiva y que era necesaria una mayor libertad en los diferentes comportamientos sexuales. Marcuse en sus escritos, exige la creación de una sociedad basada en la “perversidad polimorfa”, que consiste en la capacidad del ser humano para obtener satisfacción sexual fuera de los parámetros sociales.
Los dos acogen como lucha principal la idea de que la masculinidad y feminidad no son reflejo de diferencias sexuales, sino que son consecuencia del influjo de factores propios de la vida diaria. Por lo que el sexo es una construcción social. Estos pensamientos constituyen la base para los grupos feministas actuales que aseguran que hay “roles socialmente construidos” que perjudican a las mujeres. Para estos grupos, las elecciones que las mujeres hacen a lo largo de su vida y las desventajas naturales que puedan tener frente al hombre, no tienen que ver con su sexo sino con una sociedad patriarcal que las pone en desventaja.
Así, la nueva izquierda ha encontrado un nuevo sujeto revolucionario: la mujer. Para su “liberación” es necesario acabar con la cultura occidental. Pero basados en las mismas ideas también lograron conquistar a los grupos LGTBI+, aquellos jóvenes que se sentían apartados y marginados por sus conductas sexuales verían en estos marxistas un grupo que les decía que no eran extraños y que el rechazo que vivían era culpa de la cultura occidental, en el fondo del sistema capitalista.
El sexo es una construcción social y la cultura occidental impone qué debes ser, mujer u hombre, por lo tanto, para quien no se siente cómodo con el rol que le “asignó” la sociedad, la solución es desmontarla y alejar de nuestras vidas, de una vez por todas, esos valores conservadores.
El libro de Marcuse, “Eros y Civilización”, se volvió la Biblia de los estudiantes en los años 60. En este texto, el autor sostiene que la represión es la esencia del capitalismo, que obliga a las personas a reprimir sus instintos sexuales, generando en ellas lo que Freud llama: obsesiones. Esta nueva izquierda viene a proponer entonces la eliminación de cualquier restricción a la conducta sexual, viene a normalizar el desenfreno y cualquier cosa que antes pudiera ser tildada de aberrante ahora debe ser aceptada, pero eso sí, la liberación completa no se lograría hasta que no se desmonte la cultura occidental.
Lo que hizo Marcuse, y en general la escuela de Frankfurt, fue decirle a la juventud todo lo que querían escuchar. Hagan lo que quieran, no hay límites, el desenfreno es bueno y si son acusados es culpa de la cultura occidental, del sistema capitalista. Es así como el marxismo logra entrar, camuflado, en la cultura hippie, y luego es aceptado por los jóvenes de clase media y alta. Millones de nuevos militantes que no tenían que leer los libros de Marx ni hablar de economía, la lucha ya no es en el terreno económico sino en el campo cultural. Lo que hay que destruir es la cultura occidental con sus valores conservadores y luego caerá el sistema capitalista.
La izquierda se reinventó, entendió que debía encontrar nuevos sujetos revolucionarios, y la unión entre psicoanálisis y marxismo resultó un gran éxito que logró atraer a millones de personas, muchos de ellos aún no se han dado cuenta que están siendo útiles al marxismo. La mayoría de estos nuevos militantes no entienden el papel fundamental del capitalismo en la consecución de las libertades individuales que gozamos hoy.