El miedo y la frustración son sentimientos naturales en el ser humano, algunas personas aprenden a manejar bastante bien estas cuestiones, otras, por el contrario, viven amargadas e imposibilitadas para desarrollar sus planes por cuenta de su poca inteligencia emocional. La nueva izquierda, esa cuyos padres son Antonio Gramsci, Georg Lukács y la Escuela de Frankfurt, vio en esta “debilidad” del individuo la clave para montar al socialismo en el poder.
Lukács, por ejemplo, planteaba la necesidad de sumir a las personas en el pesimismo y hacerlas creer que vivían en un “mundo olvidado por Dios”, para de este modo crear las condiciones necesarias de desesperación social que permitirían la adhesión de nuevos militantes a la causa marxista.
La izquierda, cuando se dirige a los pobres, da por hecho un futuro sombrío. Les prometen salud, subsidios, educación y alimentación “gratis”. Dentro de su discurso no está la posibilidad de que estas personas consigan el sustento por ellos mismos. No les conviene tampoco que los más pobres crean en su capacidad para generar riqueza y salir adelante por su propia cuenta.
El discurso de la izquierda en este sentido ha sido tan penetrante que es normal que las personas de pocos recursos se pregunten: ¿qué haré si el Estado no me subsidia? Olvidando que su vida sería mucho mejor en un lugar donde el liberalismo les permitiera ganar su propio dinero en vez de vivir como esclavos en espera de las migajas del amo.
La izquierda le ha hecho creer a muchos que no son capaces, que no pueden salir adelante y solo queda mendigar a los políticos. Ha sumido a una gran parte de la población en un profundo pesimismo.
Pero no solo se trata de los más pobres, todos tenemos cierto nivel de miedo a la incertidumbre y el marxismo lo aprovecha. La mayoría de la gente, los que no poseemos una fortuna o no tenemos una familia millonaria que se haga cargo de nosotros en una situación difícil, siente miedo a perder su trabajo o a fracasar en su negocio. Ese sentimiento es normal y hay que aprender a manejarlo, a confiar en uno mismo.
Pues la izquierda se aprovecha de esas debilidades y como sabe que tenemos miedo a quedarnos sin trabajo y a no tener la vida asegurada se riega en discursos que confortan a quienes no han desarrollado la suficiente inteligencia emocional para superar esos temores. Entonces escuchamos a sus líderes decir que merecemos un mínimo vital, una renta básica que nos asegure que no moriremos de hambre. Con eso conquistan a muchos, calman la ansiedad que produce un futuro incierto.
Pero además nos libran de toda culpa y responsabilidad, dan alivio las frustraciones. Fíjese, por ejemplo, en el discurso que da la izquierda a aquellos artistas que no consiguen trabajo en lo que estudiaron y que terminan de vagos o empleandose en cosas diferentes a su carrera. Les aseguran que la culpa de que su vida profesional esté frustrada es de la sociedad inculta que no valora su estupendo trabajo y que la solución no es que cambien de oficio sino que se eduque a los ignorantes que no demandan sus productos.
Si usted lleva años tratando de conseguir un puesto acorde con sus estudios de género y discriminación, o cualquier otra carrera posmoderna, la culpa de su fracaso laboral no es suya, es de un mundo superfluo que no valora su pensamiento elevado. Y en este punto me puedo quedar dando ejemplos de cómo la izquierda se aprovecha de la frustración que nos causa el fracaso.
Esto que digo no ocurre solo en el terreno económico, ni se trata exclusivamente de salarios y dinero, la izquierda puede consolarlo ante cualquier tipo de frustración. Por ejemplo, si usted siente que es fea y que no tiene éxito en su vida sexual o amorosa, se puede consolar creyendo que es culpa de la cultura occidental que impone cánones de belleza inalcanzables, o que los hombres, como colectivo, son unos opresores que sexualizan a la mujer.
Y para acabar de completar, la izquierda alimenta su envidia, se la acolita. No está mal que usted le quiera quitar dinero al rico, incluso le aseguran que si ese hombre tiene dinero es porque le ha robado a los más pobres. Usted está mal porque él está bien.
Lo que una persona sana y con suficiente inteligencia emocional hace es reconocer que es dueña y responsable de su vida, supera el miedo a la incertidumbre y en vez de pedir rentas básicas se dedica a trabajar y a ahorrar por si llega un mal momento.
Si no consigue trabajo (en un ambiente de relativa estabilidad; en casos como el de Venezuela la cuestión es otra) entiende que lo que hace no está siendo valorado por el mercado y que debe capacitarse en otro asunto con el cual sí pueda generar valor. Aceptando, por supuesto, que fue su error educarse en algo que la sociedad no demanda.
Y si tuvo la desventura de nacer feo acepta que la desigualdad es un asunto natural, que hay gente más agraciada que otra, y sigue adelante sin culpar a otros de supuestas imposiciones culturales o machismos. Sin crear un enfrentamiento entre los “feos” y los “bonitos” y sin caer en las garras de la izquierda para buscar consuelo a una frustración que no puede afrontar.
Ciertamente algunos izquierdistas tienen buenas intenciones, no entienden de economía, creen que el paternalismo estatal puede ayudar a los más necesitados y lograr una sociedad mejor. Pero la mayoría simplemente están tomados por el miedo, la frustración y la envidia. No son capaces de luchar contra sus propios demonios y caen en las garras de una izquierda que se ha vuelto experta en explotar la debilidad psicológica de los seres humanos para su beneficio.