Los nicaragüenses intentan desde hace tres meses sacar a Daniel Ortega del poder. El líder sandinista lleva más de diez años consecutivos en el presidencia y la situación económica, así como la represión, es cada vez peor.
Para cualquiera que haya seguido lo ocurrido en las últimas semanas es evidente que la gente de Nicaragua lo ha dado todo, son valientes y arriesgados. A pesar de lo larga que ha sido la batalla y de la brutal agresión hacia los manifestantes, llevada a cabo por los paramilitares de Ortega armados con AK-47 y dispuestos a actos tan aberrantes como quemar iglesias con refugiados adentro, la protesta no ha menguado.
Sin embargo, las marchas, movilizaciones y enfrentamientos con armas caseras parecen no ser la vía para sacar a un tirano del poder. Recordemos que lo mismo ocurrió hace un año en Venezuela, durante meses la gente salió a la calle, se enfrentó a los paramilitares, que no casualmente funcionan de la misma manera que en Nicaragua, y a pesar de eso aún Nicolás Maduro sigue en el poder.
En el país petrolero, ciertamente, la MUD ayudó a oxigenar a la tiranía, pero no ocurre lo mismo en Nicaragua, donde el diálogo entre la oposición y Ortega ha sido mediado por una iglesia católica fuerte y llena de dignidad que ha cancelado la negociación cuando el Gobierno no ha cumplido y que, como nunca ocurrió en Venezuela, se enfrentó a los matones del sandinista para evitar masacres.
La historia ha demostrado que hay diferentes formas de tumbar a un tirano. Personalmente defiendo el tiranicidio como un asunto de legítima defensa. El asesinato de un tirano, como lo explicó el padre Juan de Mariana en “Sobre el rey y la institución real”, es un derecho natural de las personas. Sin embargo, tanto en el caso de Nicaragua como en el de Venezuela este camino no parece viable. La gente no está armada y por alguna razón los militares no han podido hacer nada al respecto.
Puede que no haya suficientes militares rebeldes dispuestos a dar su vida por defender a su pueblo, puede ser que no tienen las armas necesarias, o que los tiranos tengan tan bien infiltradas a las fuerzas militares que les haya sido imposible articular alguna cosa grande y seria. Cualquiera sea el caso, la opción violenta no ha tenido una oportunidad real en ninguno de los dos países y parece no abrirse camino por ahora.
Sin embargo, hay otra opción para sacar a un tirano. De esta casi no se habla, aunque para mí es mucho más valiosa, inteligente y “romántica”.
Lo que llaman “Estado”, no es más que un grupillo de políticos literalmente vive de sacarle dinero a la gente, el día que no tenga cómo hacerlo, muere.
En Colombia ya se tumbó a un tiranuelo de esta forma, no es tan difícil, no es imposible y no demanda la muerte de centenares de inocentes.
A inicios de 1957 en Colombia se vivía un ambiente extremadamente tenso. El gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla estaba en crisis, los dirigentes de los dos partidos tradicionales de Colombia le habían retirado su apoyo, el descontento de los colombianos era cada vez mayor y el país vivía una difícil situación económica. Como agravante, por esos días, Rojas Pinilla empieza a gestionar su reelección para el período 1958-1962 ante una Asamblea Nacional Constituyente que anteriormente había legitimado su gobierno.
La prensa estaba completamente censurada. Rojas dictó un decreto estableciendo pena de prisión, de dos a cinco años, para quien difamara a su gobierno. Cerró intempestivamente periódicos como La Unidad, semanario editado en Bogotá y dirigido por Belisario Betancur, hombre muy conocido en Colombia.
El tiranuelo también había ordenado el cierre de todos los escenarios sociales que se prestaran para intercambiar las ideas. Muy a lo Cuba en los primeros años de Fidel Castro. Incluso, al igual que ocurre hoy en Nicaragua, la iglesia católica fue víctima de ataques.
¿Cómo tumbaron a Rojas Pinilla?
Con un gran paro nacional. Como decía antes, el Estado muere si no tiene de dónde sacar dinero.
Los primeros fueron los estudiantes, desde el primero de mayo las universidades estaban vacías. El 5 de mayo, por orden de los directivos, los periódicos dejaron de circular. Al día siguiente, 6 de mayo, el sector bancario se sumó al paro y decidieron cerrar sus puertas. Después de eso inició el paro comercial, ni la tienda de la esquina funcionaba. El 7, Medellín y Bogotá, las principales ciudades, se declaran en paro industrial, al otro día todas las industrias del país estaban cerradas. El 9 de mayo el país entero estaba parado y la comida ya escaseaba en la capital.
En la madrugada del 10 de mayo, después de una semana de paro nacional, Rojas Pinilla renuncia. “Libertad – Rojas, no – se cayó”, se escuchaba en todas las calles del país.
Había una oposición unida, incluso conservadores y liberales se pusieron de acuerdo. Había también una junta militar que tomaría el poder mientras se convocaba elecciones. Pero esto no fue lo que tumbó al tiranuelo, estos fueron factores que facilitaron la transición después de la caída. Lo que hizo que Rojas Pinilla renunciara fue la acción coordinada de todos los colombianos parando cualquier actividad económica.
No son pocos los historiadores y estudiosos que califican la caída del militar como un hecho sin antecedentes en hispanoamérica. Millones de personas de manera decidida y cohesionada derrocaron, sin violencia, una dictadura militar.
Ya entenderá el lector por qué utilicé la palabra “romántica” para referirme a esta opción no violenta de tumbar a un tirano. Un derrocamiento de este estilo implica, primero, que la gente se de cuenta de lo que ya he mencionado varias veces, los políticos viven de robarnos dinero, y si un día todos decidimos no pagar impuestos simplemente se cae, no es posible meter a todo un país a la cárcel.
Pero, además, este tipo de derrocamiento implica un segundo elemento, la acción coordinada que viene de creer en la fuerza de la cooperación voluntaria. Lo que sucedió en Colombia es que todos se pusieron de acuerdo y confiaron en que nadie más abriría su tienda, su almacén, su banco o su empresa. Los estudiantes confiaron en que sus compañeros, al igual que ellos, se quedarían en sus casas, lo mismo sucedió con los trabajadores.
El día que los nicaragüenses, todos, entiendan el poder de la cooperación y decidan no seguir manteniendo al grupillo de delincuentes que los gobiernan, Ortega se cae.