Soy conservadora en lo social. Creo en la familia como institución evolutiva fundamental para el sano desarrollo de los individuos, como red de apoyo y muralla de contención ante las inclemencias de la vida. La familia es el lugar no solo de refugio y paz, sino donde se forjan los valores y buenos comportamientos que regirán la vida de las personas.
Por eso estoy de acuerdo en que “hay que defender la familia”. El problema es que con preocupación veo que los métodos utilizados hasta ahora por la mayoría de conservadores, en busca de este objetivo, son contraproducentes.
En Colombia como en todos los países de Latinoamérica, con una tradición cristiana y bastante conservadora, se han gestado de manera espontánea movimientos en contra del aborto, el feminismo y sobre todo de la educación libertina que en los colegios y por mandato del Estado se le quiere dar a los niños.
Si bien creo que hay errores en diferentes líneas sobre cómo defender la familia, en esta nota me concentraré en la educación y la intención de los conservadores de usar al Estado para formar en valores a los niños.
Movimientos como “Con mis hijos no te metas”, si bien cuentan con importante presencia de pastores cristianos y religiosos de diferentes variantes, fundamentalmente están compuestos por padres de familia que se sienten vulnerados cuando a sus hijos en los colegios les invitan a experimentar sus “géneros”, les hablan del aborto como si se tratara de sacarse una muela o les dicen que vivir una vida de promiscuidad y excesos está bien.
Esta reacción ante una educación que los padres no consideran adecuada, y que además se trata de un plan impuesto con todo el poder del Estado, es fundamental y valerosa. Nadie, más que los padres, debe decidir el tipo de formación que tienen sus niños.
Entonces, en la medida en que estas agrupaciones han frenado el avance totalitario del Estado, merecen ser aplaudidas. El problema, y mi desacuerdo, tiene que ver con las propuestas planteadas para defender a los niños de tal adoctrinamiento.
Proponer una especie de comité de sabios, organizado en un Ministerio de La Familia o institución similar, que dirija la educación de los niños orientada hacia los valores y el conservatismo, primero no es ético y segundo es contraproducente. Y lastimosamente esta es la solución que la mayoría de veces se ha propuesto desde estos sectores de reacción espontánea.
Resulta que aunque el plan educativo sea elaborado por los más limpios e iluminados creyentes y contemple una férrea defensa de los valores tradicionales, nunca será ético imponer a los demás un modo de vida. Si los conservadores impusieran su moral a través del Estado, y utilizando las instituciones educativas, estarían en el fondo haciendo lo mismo que hoy quieren hacer los abortistas, movimientos LGTBI y feministas: utilizar el aparato represivo del Estado para robarle a otros padres el derecho de educar a sus hijos como ellos consideren mejor.
Mientras con sus actuaciones no interfieran en la vida, la propiedad o la libertad de otros hay que dejar que cada quien haga lo que quiera, eso es lo ético. Los creyentes saben que Dios nos da libre albedrío, nos deja equivocarnos y desviarnos si así lo queremos, ¿quiénes, pues, somos nosotros para pretender limitar a la gente en sus actuaciones? No sería ético actuar como ellos y por ejemplo prohibir que en un colegio le digan a los niños que no se nace mujer u hombre sino que se llega a serlo.
El trabajo y lo valioso que podemos hacer no es prohibir por ley los comportamientos que no nos gustan, sino que como movimiento espontáneo y ciudadano, sin buscar la coerción estatal, convenzamos a otros de la importancia de los valores conservadores y de la religión.
Eso sí, esta es una cuestión de reciprocidad, no les queremos imponer nada porque no es ético, pero tampoco dejaremos que nos obliguen a educar a nuestros hijos en sus ideas.
Pero el otro asunto, además de que no es ético imponer un plan de educación por más virtuoso que sea, es que es contraproducente por varias cuestiones:
1- Los valores y los modos de vida se enseñan principalmente con el ejemplo y desde la familia, con amor y constancia. Los padres liberales, libertinos, feministas, abortistas y todos aquellos que con razón se sientan expropiados de su derecho a educar como gusten a sus hijos, van a reaccionar y a radicalizar sus discursos ante sus descendientes, que en plena época de juventud, verán en la educación impuesta por unos conservadores una especie de esclavitud.
Esos jóvenes, cuyos padres no están de acuerdo con la educación impuesta, serán probablemente los más extremos y radicales, y el intento con buena intención de los defensores de la familia quedará en la basura, a nadie se le puede obligar a llevar una “vida recta”. Y como cita el dicho “la letra con sangre no entra”.
2- Si la educación se impone desde el Estado, desde un ente planificador como el Ministerio de La Familia, tiene que ser estandarizada, se debe dar la misma cátedra de valores, la misma educación sexual, la misma educación religiosa, y eso simplemente no va a dejar contento a nadie.
Incluso dentro de las variadas corrientes cristianas hay diferencias enormes en lo que se debe enseñar. Por ejemplo, lo más seguro es que aquel que crea que a su hijo se le debe explícitamente decir que no existen los géneros y que se nace mujer u hombre y ya está, quedará insatisfecho si este Ministerio decide que, en busca de ser mínimamente tolerante, ese tema no se tratará.
La imposición de unos pilares básicos de educación sexual, en valores y religiosa, implica que se debe elegir y descartar ciertos asuntos. Al final la mayoría de padres no tendrán la posibilidad de educar a sus hijos exactamente como quieren.
Y si se quiere ser más o menos democrático, tocará que los padres cristianos se sienten a negociar con los defensores del “libertinaje” el plan educativo, y de eso nada bueno saldrá.
3- Suponga incluso que se impone un proyecto educativo en el que una mayoría conservadora queda por lo menos tranquila y los únicos ofendidos son padres liberales, pero que usted cree que en busca de un “bien común” no importa vulnerarles sus derechos y faltar a la ética, entonces está contento.
En Occidente, a excepción de tiranías como la de Venezuela y Nicaragua, los Gobiernos cambian cada 4 o 5 años, una vez se le ha dado tanto poder al Estado como para que decida la educación de los niños, quitarlo es una labor casi imposible. En el próximo Gobierno podría suceder que el Ministerio de La Familia sea manejado por un lobby LGTBI feminista abortista.
¿Cuál es la solución entonces?
Sacar al Estado de la educación. Si algo puede hacer el Gobierno en este caso y en este contexto es proteger los derechos negativos de la gente, permitir que haya libertad en la educación. Debemos, por el bien de todos, llegar al consenso de que cada quien debe tener libertad absoluta para educar a su hijo como quiera. Es contraproducente imponer desde el estado la educación.
En este contexto de libertad educativa y religiosa, los colegios ofrecerán lo que los padres demanden, si hay una amplia demanda de padres que quieren educar a sus hijos en el cristianismo más ortodoxo habrá colegios que ofrezcan ese tipo de educación. Y para aquellos padres que desean una educación que nosotros llamamos “libertina” se crearán colegios de ese tipo. Con esto se garantiza que cada padre educará a su hijo como considere más conveniente.
En cuanto a los colegios Estatales la solución es avanzar, por ahora, a un sistema de subsidio a la demanda y no a la oferta, que al padre se le de directamente un bono para utilizar en cualquier colegio, de modo que las familias de más bajos recursos tampoco tengan que sufrir el flagelo de una educación estandarizada y puedan elegir lo que consideren mejor.
Finalmente, el trabajo de los cristianos no está en imponer nuestra moral, ni siquiera Dios lo hace. Nuestro trabajo es convencer y demostrar, con ejemplo, que los valores conservadores no solo son buenos, sino útiles para una sociedad próspera.