La semana pasada se lanzó en Argentina una campaña similar al “Me Too” que ocupó durante semanas los diarios estadounidenses. En Argentina se llama: “Mirá cómo nos ponemos”, y fue lanzada con la denuncia de la actriz Thelma Fardín, por violación, al actor Juan Darthés con el que compartía set, cuando todavía era menor de edad, en el famoso programa infantil Patito Feo.
Según Marina Glezer, miembro del Colectivo de Actrices que impulsa la campaña, se trata de “decir stop. Basta. Respétennos. Somos mujeres, esa idea radical de que somos humanas. Déjennos de violar, de obligarnos a ser madres, de sentirnos como objetos. Somos mujeres deseantes”.
Por esas declaraciones parece que las miembros del colectivo creen en esa ya popular idea de que hay una “cultura de la violación”. “Déjennos de violar” es una frase que da la impresión de que los hombres andan por las calles buscando a quien abusar sexualmente. Este termina siendo otro de los tantos movimientos que pretende generalizar y tratar a todos los hombres como delincuentes en potencia que ni siquiera merecen un juicio limpio.
Pero, además, queda claro que son abortistas de las peores. Dice la actriz: “dejen de obligarnos a ser madres”, utilizando de una manera bastante baja un caso de violación para hacer propaganda a favor del aborto. Sería bueno contarle a estas actrices que la mayoría de los casos de aborto no están relacionados con violaciones, nadie obligó a esas mujeres a ser madres. Y que, en todo caso, castigar con pena de muerte a un ser indefenso que nada tuvo que ver en la comisión de un delito es lo más injusto y terrorífico que se puede hacer.
Hay que recordar que este colectivo participó activamente de las marchas que hace unos meses tuvieron lugar en Argentina para lograr aprobar en el Congreso “aborto legal, seguro y gratuito”. Tanto la actriz Thelma Fardín como sus compañeras dan declaraciones en los medios con el ya famoso pañuelo verde que han tomado como bandera los defensores del aborto.
Entonces, el problema por supuesto no es que haya un grupo de mujeres que se convierta en apoyo visible para quienes quieran denunciar violaciones sexuales. El problema es que es un grupo político con el típico discurso feminista traído de los cabellos que quiere hacer creer a las mujeres que viven en constante peligro por cuenta de que los hombres son, según su visión, naturalmente peligrosos. Sumado a eso, utilizan las denuncias de violación para justificar un crimen tan atroz como el aborto.
Pero, además y sobretodo, estas mujeres abiertamente dicen que quieren acabar con presunción de inocencia y la igualdad ante la ley. Quieren establecer una tiranía en la que los hombres son culpables hasta que no se demuestre lo contrario.
En el documental “Borrando a Papá”, que muestra cómo la justicia argentina actúa siempre en perjuicio de los hombres, y de los hijos; en tanto que los separa de sus padres, la Psicóloga Liliana Hendel dice que: “En las situaciones de violencia de género, por la dimensión del problema, debe invertirse la carga de la prueba. Si yo digo que él es culpable, él es culpable hasta que se demuestre lo contrario”.
Y esta idea es la que vemos una y otra vez en el discurso de las feministas e integrantes de movimientos como “Mirá cómo nos ponemos” o “Me too”. La actriz Thelma Fardín, líder del movimiento argentino, dijo en una de sus declaraciones: “Estuvimos muchos años calladas. Si ahora se comete un exceso hasta que encontremos el equilibrio, es entendible”.
En este momento cuestionar la denuncia hecha por una mujer es exponerse a todo tipo de insultos. Si alguien se atreve a dudar del testimonio de una mujer la está “revictimizando”, es un insensible, mala persona e incluso se le llega a señalar de cómplice de la violación o causante. A mí, por ejemplo, me han dicho varias veces que por gente como yo es que hay hombres que creen que pueden violar mujeres.
Lo que quieren estas feministas y estos grupos, y lo dicen abiertamente, es que la condena social llegue antes que la justicia, sin saber si el acusado es o no culpable. Los señalados deben ser despedidos de sus trabajos, humillados y sentenciados públicamente y por todos los medios de comunicación.
Pero esto de que la carga de la prueba se invierte y nadie puede cuestionar la denuncia hecha por una mujer no solo es un problema para los hombres, también lo es para las mujeres. Recientemente Bloomberg publicó un artículo titulado “Regla de Wall Street para la era #MeToo: evitar a las mujeres a toda costa”. En la nota se muestra cómo en el mundo financiero los hombres evitan tener contacto con mujeres por miedo a ser víctimas de una falsa acusación.
En el artículo se lee:
«No más cenas con compañeras. No se siente junto a ellas en los vuelos. Reserve habitaciones de hotel en diferentes pisos. Evite las reuniones individuales. De hecho, como lo expresó un asesor de riqueza, solo contratar a una mujer en estos días es “un riesgo desconocido”. ¿Qué pasaría si tomara algo que él dijo de manera incorrecta?»
Esto no solo se trata de que ahora contratan menos mujeres, que ya es suficientemente grave, sino de que las que ya están contratadas tendrán serios problemas para ascender. El buen desempeño en el trabajo por supuesto depende de las buenas relaciones con los compañeros, si los hombres evitan siquiera reunirse con mujeres es muy difícil que estas puedan seguir adelante en su carrera laboral.
Lo mismo ocurre en el campo personal. Cada vez son más los hombres que tienen miedo de tener relaciones serias y comprometerse porque saben que ante cualquier denuncia serán culpables hasta que no demuestren lo contrario. Y aún si tienen cómo demostrarlo, en muchas ocasiones no importa porque la justicia está politizada y tomada por estos movimientos que hacen presión. Muchos hombres piensan que lo más probable, si se comprometen, es que terminen viendo a sus hijos solo dos veces al mes y siendo despojados de gran parte de su patrimonio.
En Argentina todavía están a tiempo de reflexionar sobre las consecuencias nefastas que este tipo de movimientos políticos trae, no solo para los hombres, sino también para las mujeres y para la sociedad en general.
Principalmente somos las mujeres las llamadas a frenar estos movimientos colectivistas que pretenden presentar a los hombres como violadores y agresores en potencia. La mayoría de las mujeres, las que vemos diariamente que, en general, los hombres no son agresores sino protectores y parte fundamental de nuestra vida, tenemos que exigir que por el bien de todos se acabe esta cacería de brujas y que no se acabe la presunción de inocencia.