Diciembre fue un mes bastante complicado para el presidente de Colombia, varias encuestas dejaron en claro que tiene desilusionados a sus electores, incluso su nivel de favorabilidad se ha reducido a la mitad del que tenía cuando empezó su mandato.
Al respecto, a diferentes personajes del Centro Democrático se les ha escuchado decir que en enero las cosas van a cambiar. Algunos aseguraron que el expresidente Álvaro Uribe Vélez tendrá, ahora sí, un papel importante en las decisiones que se tomen desde presidencia. Otros, hablaban de condiciones diferentes, más favorables para que el actual presidente pueda hacer cambios de fondo.
Por diversas razones, muchos parecían seguros de que esta época de navidad sería de reflexión y cambios. Lastimosamente, yo no estoy tan segura de que veamos un cambio profundo en la manera de gobernar, pero de lo que sí estoy convencida es de que si Duque quiere recuperar el apoyo de los votantes de la derecha colombiana, ésta es la última oportunidad que le queda. Un refrán muy famoso dice: “una mentira lleva a la otra”, pues en materia de política, y en el mismo sentido de ese conocido dicho, está demostrado que “una tibieza lleva a la otra”.
Hay un momento en el que se han dicho tantas mentiras, que para muchos la opción es simplemente seguir mintiendo, de lo contrario el mentiroso quedará destruído y sin reputación alguna, ya es peor el remedio que la enfermedad, dicen algunos. En política ocurre lo mismo con las tibiezas. Por ejemplo, Mauricio Macri, el presidente de Argentina, reconoció hace poco, públicamente, que el problema de su país era el desbordado gasto estatal. Sin embargo, hasta ahora no hemos visto medidas serias al respecto, ¿por qué si Macri sabe cuál es la solución, no hace nada?
Al presidente de Argentina le quedaría muy difícil, a menos de un año de terminar su mandato presidencial y queriendo reelegirse, llevar a cabo todas las medidas contundentes necesarias. Reducir seriamente el gasto estatal implica despedir a miles de personas, y también significa recortar subsidios y ayudas gubernamentales, todo eso generará descontento social, podría fortalecer a la izquierda y reducir el número de votantes de Cambiemos, la coalición de Macri.
Es prácticamente imposible que en los nueve meses que le quedan a Macri, antes de las presidenciales y legislativas, pueda hacer todos los cambios necesarios, pasarlos por el Congreso, lidiar con las protestas, y alcanzar a presentar resultados. Y es que las medidas a tomar no solo tienen que ver con reducir el gasto estatal y mandar al paro a miles, sino también con liberar el mercado laboral y bajar los demoníacos impuestos argentinos para que el sector privado crezca y absorba a esos parados que fueron despedidos.
Entre más liberal sea una economía, entre menos trabas haya para contratar y menos impuestos se le ponga a quien crea riqueza, más rápido y menos doloroso será la reubicación de factores, incluyendo mano de obra, después de los recortes estatales. Pero en todo caso son cuestiones no instantáneas, tomar las medidas y aprobarlas en el Congreso toma tiempo y también toma tiempo ver los resultados.
Lo más seguro es que Macri, aunque reconoció públicamente que lo que hay que hacer es reducir el gasto, igual que el mentiroso que sabe que está haciendo mal y que se mete en un problema cada vez mayor, sigue con sus medidas tibias para evitar ser derrotado en las próximas elecciones y por supuesto para no liquidar a su partido: este año también se renueva parte del Congreso.
No tenemos cómo saber si el presidente de Argentina se dio cuenta demasiado tarde o si siempre supo lo que había que hacer pero nunca reunió el carácter suficiente para llevarlo a cabo. Si fue lo último, lo que sucedió seguramente es que, igual que el mentiroso que cree que será la última vez que mienta pero termina en una postergación infinita, Macri se dedicó a poner pañitos de agua tibia aplazando medidas de fondo que causarían molestia en la población, y que nunca llegaron porque nunca consideró que fuera buen momento político para ejecutarlas. El mandatario argentino cada vez se hundía en un pozo más profundo y se le hacía más difícil tomar la decisión correcta.
Pero hay otra opción, la de hacer lo necesario sin postergaciones eternas. Esto no significa, como sugieren algunos libertarios aislados por completo del realpolitik, que de un día para otro, sin medidas paliativas y sin analizar el panorama político, hay que acabar con todos los subsidios y entidades estatales. Significa que debe haber unos objetivos claros, en los que se debe avanzar sin medias tintas, pero con medidas alternativas para ayudar a quien va a quedar desempleado. Al tiempo también hay que trabajar en una estrategia comunicativa.
Este asunto lo trabajó muy bien Milton Friedman, y me atrevo a decir que el Ministro de Economía de Jair Bolsonaro, alumno de la Escuela de Chicago, lo plasmó magistralmente en su programa económico para Brasil. La idea principal de Paulo Guedes no es hacer un recorte importante de programas de subsidios, su propuesta es intentar al máximo que estén bien focalizados y que sean dados a gente realmente pobre. Su intención es reducir el número de beneficiados sin acabar el programa.
El recorte del gasto estatal vendrá fundamentalmente de acabar burocracia, cerrar ministerios, quitar trámites, simplificar, y así despedir empleados estatales. Pero al tiempo plantea una liberalización económica histórica. Quitar regulaciones, hacer que sea fácil abrir empresas, que sea fácil despedir para que sea más fácil contratar, bajar impuestos y crear un ambiente de seguridad jurídica para así permitir que quienes se queden desempleados se enganchen en el sector privado que reaccionará positivamente ante esas medidas.
Guedes, al parecer, entiende perfectamente el planteamiento de Friedman de que sería sumamente traumático acabar todos los programas de subsidios sin antes crear las condiciones para que los más pobres puedan conseguir trabajo. Y no solo es doloroso y cruel, también crea impopularidad, puede tumbar a un gobierno, y subir a la izquierda al poder.
Entonces, la derecha sensata colombiana no pide que Duque se vuelva un dictador de derecha, tampoco que acabe con el 60% del Estado de un día para otro, ni que en un país profundamente regulado deje a los más pobres sin ninguna ayuda, lo que pedimos es que no sea un tibio socialdemócrata aplicando medidas izquierdistas. Podría, por ejemplo, seguir los pasos de Bolsonaro e ir a Chile a hablar con los Chicago Boys que convirtieron al país suramericano en el más desarrollado de la región.
En algún momento, Eduardo Bolsonaro, el diputado más votado de la historia de Brasil e hijo del actual presidente, me dijo que si llegara a suceder que el Senado no les apruebe sus reformas, su estrategia será salir a decirle a los brasileros lo que ocurre, explicarles cuáles son las reformas que proponen, por qué son necesarias, y pedir que la gente presione. Pero que no recurrirán a negociar las reformas estructurales, y más fundamentales, con políticos que solo van a destruir el país.
Y así debe ser, siempre hacer lo correcto y no terminar siendo cómplice del hundimiento de un país. Y en esto no solo hablo de economía, por ejemplo, Duque no debería ser tan complaciente con las FARC.
Nuestro presidente está en un momento clave, aún tiene tiempo para llevar a cabo las reformas necesarias y para mostrar resultados. Y no solo tiene la experiencia de Macri para entender lo dañina que es la tibieza, sino que tiene el fenómeno Bolsonaro. Antes de que el brasilero ganara la presidencia del gigante suramericano, muchos afirmaban que no se podía tener popularidad siendo capitalista y de derecha, ahora Bolsonaro vuelve a probar que no solo se puede, sino que da resultados espectaculares. Una reciente encuesta muestra que el mandatario tiene un 75% de aprobación, ¡está incluso conquistando a votantes del partido de Lula!
Queda esperar a ver qué decisión tomó Iván Duque, lo cierto es que si su intención es seguir siendo un tibio al estilo Macri, las consecuencias serán peores que las causadas por el argentino: en Colombia Duque quedaría en la historia como el hombre que entregó el país a la izquierda más radical, porque si su mandato termina siendo un fracaso, las próximas elecciones no las ganará la derecha. Acá, diferente a lo que sucede en Argentina, la izquierda ya demostró que sí tiene posibilidades de ganar.