¿Por qué las FARC no cambiaron su nombre al convertirse en partido político? ¿Por qué cargar con ese lastre cuando hubieran podido ponerse otro nombre e intentar dar el mensaje de que son nuevas personas, alejadas ya del terrorismo y la maldad del grupo guerrillero más sangriento de la historia de Colombia?
No es que sean brutos. La situación de poder en la que se encuentran ahora —después de haber estado técnicamente derrotados por cuenta de la “seguridad democrática” del expresidente Uribe— nos tiene que dejar claro que no actúan sin estudiar cada movimiento. Todo tiene una razón. Son increíblemente astutos.
Tampoco es simple descaro. Por supuesto que para ser un líder socialista es necesario no tener vergüenza. Sobre todo si hablamos de criminales que ahora posan de ilustres estadistas. Pero si esa actitud, que a muchos les puede parecer una simple muestra de insolencia, no les conviniera, no lo harían. El descaro no es la causa.
Es demasiado peligroso creer que el actuar de los líderes socialistas es desprevenido o que incluso viene de una especie de estupidez que no les permite darse cuenta de que cometen un error. Justamente eso es lo que ellos quieren que creamos, que no tienen malicia, que son unos descarados estúpidos y actúan sin pensar.
Las FARC, ahora como partido político con diez escaños en el congreso, decidió mantener su nombre porque su objetivo no es que los colombianos los perdonen y les crean que son nuevas personas. Su objetivo es reescribir la historia.
Pretenden que los colombianos crean que las décadas de masacres y crímenes atroces fueron culpa de un Estado que abandonó a la sociedad y como consecuencia de eso surgió un “conflicto”. En ese sentido las FARC son casi víctimas del Estado o, más bien, héroes que decidieron luchar por los abandonados.
Su intención es no tener que avergonzarse de lo que fueron. Están convencidos de poder lograr que una parte importante de la sociedad los vea como rebeldes izquierdistas que lucharon por un país mejor. Y están tan convencidos de que pueden cambiar lo que la palabra FARC significa en el imaginario popular, que decidieron mantener el nombre.
Haberse cambiado el nombre significaría reconocer que hicieron algo malo y que quieren ocultar lo que pasó. Su apuesta es grande, su objetivo es borrar de la memoria de los colombianos que las FARC cometió las peores atrocidades que este país haya sufrido durante más de 50 años. Su meta última es reescribir la historia y con eso lograr, además, distorsionar la realidad.
La izquierda siempre se ha preocupado por “la memoria histórica”, por eso tienen institutos e invierten mucho dinero en supuestos investigadores que escriban sobre historia. Saben que lo importante no es lo que pasó, sino lo que la gente recuerda. Saben también que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, y que lo que la gente acepta como “historia oficial” determina, en buena medida, su comportamiento actual.
No actúa —ni vota— igual el joven que entiende a las FARC como unos criminales que utilizan un trasnochado discurso de izquierda para disfrazar su actividad criminal de idealismo con buenas intenciones, que el joven, intoxicado por el discurso de “paz” de Juan Manuel Santos, que cree que las FARC tal vez sí se equivocaron, pero que son unos idealistas que quieren un mundo mejor y a los que hay que darles una oportunidad de participar en política y escribir los destinos del país.
No podemos normalizar lo que ocurre en Colombia. No podemos resignarnos a que los delincuentes de las FARC hagan las leyes, a que vayan a los medios y sean tratados como políticos normales, y a que se paseen por colegios y universidades dando charlas como si fueran adalides de la moral.
No debemos permitir que reescriban la historia, tenemos que escribir nosotros, contar, recordarles a los jóvenes que pasó, cómo se vivía en Colombia antes de que el expresidente Uribe decidiera, con ayuda de Estados Unidos, combatir de manera frontal a los delincuentes que hoy son un partido político.
Colombia es un país con una derecha muy fuerte. Un país lleno de conservadores a pesar de que no hay partido conservador. También es un país de gente brava, dispuesta incluso a armarse en el momento en el que toque defenderse. Eso nos ha salvado de caer en las garras del socialismo. Pero ellos están trabajando día a día, tienen dinero y están muy bien organizados, tienen estrategias macabras que nosotros ni siquiera imaginamos. Tienen a la justicia de su lado, tienen a buena parte del Congreso y tienen influenciadores, artistas y gente con impacto, a algunos los han comprado, otros solo han sido engañados por el discurso de los peores terroristas de la historia del país.
Durante las negociaciones del acuerdo de paz, por ejemplo, sobresalieron algunos discursos de víctimas que hicieron parte de los diálogos en Cuba. Todos ellos con una línea increíblemente “pro FARC”. Como el de esa madre que perdió a su hijo en el atentado al Club El Nogal, que declara: “me parece irresponsable pensar en que los únicos victimarios son las Farc y que cuando se acaben, el país va a funcionar perfectamente. Eso es infantil”.
Los guerrilleros saben muy bien de estrategias psicológicas, entienden cómo jugar con los sentimientos, logran que algunas víctimas incluso lleguen al punto de decir que la culpa no es de quien puso la bomba. Insinuando, por supuesto, que la culpa, por lo menos en alguna medida, es del Estado y sobre todo de la derecha.
El discurso de las FARC es que ellos solo reaccionaron ante un Estado que los tenía abandonados en la pobreza y tomaron las armas en representación del pueblo olvidado.
Su estrategia para ganarse a la opinión pública es clara y agresiva, a quienes nos opusimos a la locura de entregarles poder político a los guerrilleros y dejarlos libres, nos llamaron enemigos de la paz, nos acusaron de querer que los pobres mueran en guerra, nos trataron de insensibles y nos dijeron que teníamos que perdonar porque unas cuantas víctimas, las que ellos llevaron a sus diálogos, ya los habían perdonado e incluso los exculpaban.
Hoy muchos creen que en Colombia estamos en un periodo de calma, que por ahora no hay nada para hacer. Todo lo contrario, ellos avanzan. Avanzan en el terreno cultural, porque las batallas ya no son principalmente con balas, las batallas ahora se ganan en términos de aceptación y opinión popular, y es ahí donde tenemos que trabajar ahora, donde el ciudadano de a pie puede dar su lucha diaria.
Ese joven que se enfrenta solo a las directivas de su universidad porque llevan a un guerrillero a dar conferencias en un héroe y está dando la lucha. Esa señora que le prohíbe a su hijo salir marchar con terroristas es un heroína. El joven que en su trabajo, con paciencia, replica y no calla cuando sus compañeros le dicen que está bien tener terroristas en el Congreso, está poniendo su granito de arena. El periodista que a pesar de los problemas que pueda tener recuerda una y otra vez lo que son las FARC está dando la batalla.
Hay que luchar cada día. Hay que reaccionar cada día. Porque ellos, los terroristas socialistas que ya llegaron al Congreso y que no irán a la cárcel, están trabajando cada día para tomarse el país, para que muy pronto el presidente de Colombia sea de las FARC.