Esta semana el presidente de Argentina, Alberto Fernández, dijo que entre la economía y la vida elige la vida. Esa es la frase que muchos repiten por estos días y con la que acusan a personajes como Trump -quien planea terminar pronto con la cuarentena- de valorar más el dinero que la vida de las personas.
Sin embargo, el plantemiento de Fernandez, tan común por estos días, es una falsa disyuntiva. Cuando se destruye la economía, al final de lo que hablamos es de gente pobre, sufriendo por falta de alimentos y productos básicos y, dependiendo del tamaño de la crisis, también hablamos de muertes. La gente no solo muere de Coronavirus, también muere de otras enfermedades y de hambre.
Cuando se dice que no se debe frenar la economía por completo, ni por tanto tiempo, hay quienes piensan que solo se quiere proteger a los grandes empresarios, pero en realidad quienes más sufren y quedan en mayor riesgo cuando la economía está en crisis y las empresas quiebran, son los empleados, esas personas que no tienen mayores ahorros o que incluso viven al día.
El coronavirus mata, pero las crisis económicas también, de modo que sin disminuir la importancia que requiere cada cosa, hay que prestarle atención a los dos asuntos; intentar salvar la mayor cantidad de vidas de quienes contraigan el virus pero sin destruir la economía y con eso condenar a millones a la miseria y a muchos incluso a la muerte. No podemos hacer que la cura sea peor que la enfermedad.
Nos enfrentamos a un virus que apenas estamos entendiendo y que ha colapsado sistemas de salud de países desarrollados como España. Es cierto, la tasa de mortalidad del virus es baja, pero su fácil y rápida propagación lo hace capaz de colapsar sistemas de salud, haciendo que gente que sobreviviría teniendo la atención adecuada muera por falta de recursos médicos.
Y el problema no solo son los enfermos de coronavirus, sino todos los pacientes que necesiten atención médica y no la puedan encontrar porque todos los recursos están ocupados en la atención del virus. Hablamos de personas que no irán al hospital en el momento adecuado porque se cancelan todas las consultas que no sean urgencias, eso, por ejemplo, significa enfermos de cáncer no diagnosticados a tiempo. Hablamos de gente que aplazará sus urgencias creyendo que es más sensato no correr el riesgo contagiarse del virus por ir al hospital. Hablamos de personas con cualquier enfermedad, diferente al virus, que no tendrán disponible una cama en la UCI si llegan a necesitarla.
De modo que las medidas tempranas de aislamiento social, las cancelaciones de eventos y cierres de lugares con mucha circulación, son necesarias a pesar de que la tasa de mortalidad del coronavirus sea baja. Qué tan estrictas y sostenidas en el tiempo deben ser estás medidas dependerá de cada país.
Un país en el que hay muchas pruebas disponibles y la gente sabe fácilmente si tiene la enfermedad, de modo que puede aislarse antes de contagiar a muchos; donde el sistema de salud es bueno y eficiente de modo que el personal de salud está adecuadamente protegido; donde los pacientes son evacuados rápidamente al hacerles los análisis necesarios para enviarlos a casa; donde tienen expertos en problemas respiratorios para tratar a los que tengan que ser internados y donde tienen disponibilidad de los medicamentos que ya están funcionando en lugares como Corea del Sur y EE. UU. es un país que puede permitirse cuarentenas mucho más cortas y menos restrictivas.
Del lado económico las cosas son relativamente más sencillas y en todos los países funcionarán las mismas medidas que durante años se ha comprobado que sirven. Este no es el momento de aumentar la intervención estatal, todo lo contrario, es el momento de quitar trabas al sector privado, que es el que genera riqueza, para que pueda sacar adelante la economía en estos tiempos tan difíciles.
Muchos gobiernos están prohibiendo despedir empleados, bajar sueldos y dar licencias no remuneradas, lo único que logran con esas decisiones es quebrar empresas. Si una empresa quiebra los empleados ya no van a estar sin ingresos solo el mes que dure la cuarentena, sino muchos meses más.
¿Acaso no es evidente que si una empresa ve una reducción importante de sus ventas, como la que tienen ahora la mayoría de compañías por cuenta de la pandemia, no tendrá con qué pagar a sus empleados? Y ¿no es evidente que si le impiden al dueño despedir a algunos, o bajarles el sueldo, lo único que queda es la quiebra?
Necesitamos que los Gobiernos den libertad para que las empresas se puedan reacomodar en estos tiempos y hagan lo posible para mantenerse, de modo que cuando pase esta crisis sanitaria y la mayoría de la gente pueda volver a sus labores diarias, las empresas sigan ahí y eventualmente retomen sus dinámicas normales incluyendo volver a contratar gente que se tuvo que despedir y volver a subir salarios.
Esto no es una cuestión de empresarios a los que hay que proteger, de hecho, la mayoría de los grandes empresarios tienen ahorros y redes y seguro no la van a pasar ni de cerca tan mal como los empleados que quedarán sin sustento porque la empresa quiebra. Hablamos de que cuando una compañía quiebra hay gente que queda sin empleo y consumidores que quedan sin productos.
Este es el momento en el que se le debe dar libertad al empresario y al trabajador para que pacten las condiciones en las que pueden seguir, el uno contratando, y el otro trabajando. Muchos trabajadores rogarían a los políticos que le permitan al empleador bajarle el sueldo si esa es la única manera de no dejarlo indefinidamente sin empleo. Sobre cómo se forman los sueldos tengo varios artículos explicando por qué las prohibiciones estatales en las negociaciones entre empleado y empresario solo empeoran la situación de los trabajadores.
Además de dar libertad en el mercado laboral necesitamos dejar de asfixiar con impuestos a los empresarios. Ahora hay que tomar medidas urgentes para bajar la carga tributaria a las empresas, no están teniendo el mismo nivel de ventas, no tienen cómo pagar impuestos. Si queremos que la mayor cantidad de personas posible mantenga sus puestos y que las empresas no se destruyan, ayudémosle a los empresarios bajando los impuestos.
Hay que recordar siempre que salvar una empresa no es salvar a un dueño millonario, es sobre todo salvar puestos de trabajo y es permitir que la gente siga teniendo bienes y servicios disponibles.
En este momento es cuando más tenemos que proteger el tejido empresarial, queremos que la mayor cantidad posible de gente mantenga sus empleos, pero eso no se logra prohibiendo los despidos o las disminuciones de salarios, si fuera así de fácil entonces prohibimos la pobreza y acabamos de una vez con todos los males.
En este momento los empresarios harán lo que saben hacer, buscar oportunidades de mercado en una situación cambiante, tendrán que buscar nuevas formas de vender sus productos, de entregarlos, de producirlos, algunos cambiarán de sector, hay empresas alrededor del mundo que dejaron de producir ropa para producir batas para personal médico, otros en vez de perfume ahora hacen alcohol en gel, en fin, esos empresarios que están pendientes de lo que la gente demanda y cómo lo demanda, harán su trabajo, pero necesitamos que el Gobierno, ahora más que nunca, les permita moverse fácilmente. Necesitamos productos y necesitamos empleos, porque las crisis económicas también matan.