Este pasado fin de semana iniciaron formalmente las campañas presidenciales en México, que concluirán el próximo domingo primero de julio, cuando unos 88 millones de mexicanos elegirán más de 3.400 cargos, entre los que se incluyen, además, la renovación total de la Cámara de Diputados y del Senado de la República, así como ocho gobernadores y al jefe del Gobierno de Ciudad de México. Al encono electoral en este período, hay que agregar los graves problemas de inseguridad pública y violencia en el país, así como la incertidumbre económica por la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y por la mala relación con Donald Trump. Serán, hasta entonces, 90 días difíciles, ríspidos y quizá hasta dramáticos.
Cuatro candidatos se disputan el cargo presidencial (aunque aún la autoridad electoral podría retirar la candidatura a la única candidata mujer, la “independiente” Margarita Zavala, esposa del expresidente Felipe Calderón, por las irregularidades detectadas durante su precampaña). Andrés Manuel López Obrador (AMLO) (64 años), el candidato de la izquierda y quien va por su tercera candidatura presidencial desde 2006, arranca en el primer lugar de las encuestas. Sus seguidores en el partido MORENA (y la coalición que lo apoya, con el troskista PT y el cristiano PES) ya lo dan como seguro ganador, así como muchos políticos oportunistas de los partidos competidores, que emigran a MORENA. Es probable que dicha migración se acreciente en los meses venideros; ya lo vimos muchas veces en el pasado, especialmente en 2006, cuando AMLO (como se le conoce) era un poderosísimo candidato, quizá más fuerte incluso que hoy, que recogía, como ahora, pepenadores políticos que representan todo, menos un verdadero cambio. También algunos análisis internacionales ya hablan de él (con razón, si nos atenemos a los números) como el claro favorito, tales como The Economist y Goldman Sachs (aunque advirtiendo de los problemas macroeconómicos que podría causar).
Las encuestas sitúan a AMLO, al día de hoy, por adelante de Ricardo Anaya (39 años, candidato del conservador PAN y los socialdemócratas PRD y MC) y de José Antonio Meade (49 años, candidato “ciudadano” del gobernante PRI y su alianza con el ecologista PVEM y el sindicalista NA). Por ejemplo, en la más reciente “encuesta de encuestas” de Oraculus, una herramienta que promedia 25 sondeos, AMLO se ubica en un promedio de 40 puntos, frente a Anaya, que se sitúa en un promedio de 28 puntos, y los 23 puntos de Meade. Lo que no es una buena noticia para Meade, el PRI y el presidente Peña Nieto: tras una intensa campaña sucia para desacreditar a Anaya y haber comprometido la poca confianza en las instituciones de justicia, eso no hizo que Meade abandonará el fondo de la competencia y más bien favoreció, con unos puntos extras, a AMLO. Ojalá sea una lección aprendida y nos evitemos nuevas ilegalidades y abusos del Gobierno en estas campañas.
Es importante considerar que en México el presidente es electo sin una segunda vuelta o balotaje. Esto hace que las encuestas y la opinión pública hagan las veces del primer corte. Al respecto, si los electores creen que solo dos candidatos tienen opciones reales de ganar, como sucedió en 2000, 2006 y 2012, tendrán incentivos para dejar de votar al resto. Así, es probable que la elección presidencial se decida finalmente entre AMLO y Anaya, según los datos disponibles en este preciso momento.
Pero un triunfo seguro de AMLO está lejos de estar garantizado (por más que sus seguidores insistan en que es un hecho consumado), empezando porque alguno de los candidatos contrarios pueden capitalizar un posible voto de rechazo contra él, que es el candidato más expuesto a ese castigo porque los mexicanos y los medios lo consideran el gran favorito.
También debe considerarse que las campañas no son meros ejercicios inerciales. Las críticas a los candidatos y sus propios errores pueden variar considerablemente las preferencias en estos 90 días. Considérese, por ejemplo, como dejan ver los datos recopilados por Consulta Mitofsky, que en la elección de 2006 el PAN (con Felipe Calderón entonces) subió cinco puntos en los últimos cuatro meses de campaña, mientras que el PRD (el partido de AMLO) cayó 3 puntos, tras los insultos de AMLO al presidente Fox y su negativa a debatir con los otros candidatos. Más espectacular fue la elección de 2012, donde Peña Nieto inició con una ventaja mucho mayor que la que hoy tiene AMLO sobre Anaya, pero el PRD (nuevamente con AMLO) logró subir más de 9 puntos y el PRI (con Peña Nieto) caer otros 9 puntos, en los mismos últimos cuatro meses de campaña, tras la emergencia del movimiento estudiantil en su contra; finalmente Peña Nieto ganó con escasos 3 puntos de diferencia y quizá habría perdido si la elección hubiera sido dos o tres semanas más tarde.
Ciertamente, la campaña actual será más corta que las anteriores y AMLO contará con la experiencia de 30 años de campañas continuas (desde su fallida candidatura a gobernador de Tabasco en 1988), en las que se ha victimizado a placer para satisfacer el psicodrama nacional. Pero quien crea que todo está decidido a su favor, se equivoca. Al respecto, baste considerar que hay al menos un 60 % del electorado que no votaría por AMLO, es decir, el electorado mexicano mayoritariamente no quiere que él regrese el viejo PRI autoritario y corrupto de los 70 y 80, actualizado con el chavismo populista del presente. Una mayoría de mexicanos no quiere ser gobernada por el demagogo intolerante y grosero que es AMLO, cuyas recetas son una combinación bien avenida de Luis Echeverría, López Portillo y Hugo Chávez.
Adicionalmente, habrá que observar el movimiento de indicadores como el precio del dólar en el transcurso de la campaña. En un país con la accidentada historia económica de México, una variación brusca seguramente será un fuerte disuasor del voto por el candidato de izquierda, sobre todo para los mayores de 30 años. Igualmente, la pasividad mostrada hasta ahora por los empresarios hacia AMLO podría revertirse y tomar un mayor protagonismo. En ese sentido, la amenaza de anular el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México es muy importante: creo que le atrae pocos votos nuevos a AMLO, pero le muestra irresponsable y dogmático frente a inversionistas, que podrían movilizarse en su contra. Así que, por ahora, el triunfo de este candidato no está asegurado.
En todo caso, habría que ir pensando en que la derrota pueda ser digerible para AMLO, cuidando al extremo la transparencia y la civilidad de estas elecciones, aunque ya sepamos que él y sus seguidores rechazarán cualquier resultado que no le favorezca, reclamarán fraude como desde hace 30 años, alistarán caravanas, plantones y tomas de instalaciones, difamarán árbitros electorales y a los ciudadanos participantes en las casillas y, finalmente, mandarán al diablo a las instituciones, con el riesgo potencial de un estallido social. Pero si se cuida la limpieza y civilidad del proceso, cualquier exabrupto exhibirá a AMLO, con suerte, como el mal perdedor irregenerable que siempre ha sido.