Este domingo se efectuó el segundo debate presidencial en México, entre los cuatro candidatos presidenciales ‘sobrevivientes’, tras la reciente declinación de la quinta y marginal candidata, la ‘independiente’ Margarita Zavala.
El tema de este debate fue la política exterior y comercial del país, así como la relación de México con el mundo.
En general, en cuanto a formas, fue un debate con pocas propuestas y compromisos, con un excesivo protagonismo de los dos moderadores, especialmente la moderadora, y con un enorme desperdicio y subestimación de los espectadores presentes: La autoridad electoral presumió que este sería el primer ejercicio, en la historia de los debates presidenciales en México, con la participación activa del público.
Pero esto se limitó a contadas preguntas de los asistentes, sin otra participación, sin mucha sustancia y sin respeto al público presente, usado realmente como mera escenografía.
Sobre la temática que se trató, cabe destacar que el esperpento del patrioterismo hizo su aparición en este ejercicio, a propósito de las constantes e imprudentes amenazas y declaraciones del presidente Donald Trump. Así, por ejemplo, la insólita propuesta del candidato Jaime Rodríguez (independiente) de expropiar el principal banco del país, propiedad de la firma estadounidense Citibank, de continuar las agresiones de Trump.
Afortunadamente Jaime Rodríguez nunca llegará a gobernar el país, pero su postura es un reflejo de un cada vez más vivo y extendido sentimiento anti norteamericano entre el electorado mexicano. El oportunismo nacionalista parece que da votos y más nos conviene estar pendientes de las riesgosas derivaciones de este fenómeno.
Llama la atención el casi absoluto silencio sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), sobre todo porque era el tema de este segundo debate. Ante el cada vez más incierto resultado de las negociaciones y ya agotado el tiempo para que las actuales legislaturas lo aprueben, tanto en México como en EEUU, si se llega al menos a un principio de acuerdo, los candidatos actuaron con gran prudencia, a fin de no agregar mayor incertidumbre y hasta alarma entre familias e inversionistas, excepción hecha de Andrés Manuel López Obrador (MORENA), que anunció que le corresponderá renegociarlo en sus propios términos.
Ojalá los mercados no terminen cobrándole (y con él, a todos nosotros) su apresurada temeridad de usar el TLCAN como argumento electoral.
Continuando con la temática, finalmente, fue magnífica y oportuna la aparición del tema del maltrato que damos en México a los migrantes centroamericanos y del Caribe en su tránsito a EEUU. En general, la sociedad mexicana es omisa y hasta falaz en este tema: exigimos a EEUU un buen trato a nuestros migrantes y la flexibilidad de su legislación en la materia, mientras maltratamos a los migrantes ajenos, sin ningún tipo de consecuencia jurídica, y tenemos una legislación mucho más restrictiva y laberíntica que la estadounidense.
Y no es una cuestión de pretextar que México se ve obligado a hacer el trabajo sucio migratorio a EEUU. Es pura y simple hipocresía social. Por eso es difícil que se logre una mejoría al respecto, a pesar de que todos los candidatos se comprometieron a ello, pero es esperanzador que empecemos a romper nuestro pacto de silencio en este tema.
Ya refiriéndonos, por último, a la sustancia política del evento, cabe observar que López Obrador hizo una apuesta arriesgada en este segundo debate: a fin de no repetir la apariencia de fragilidad del primer debate, se puso los guantes en varias ocasiones en contra de Ricardo Anaya, respondiéndole con dureza, insultándole y hasta burlándose de él, mientras ignoró casi por completo a José Antonio Meade (PRI) y a Rodríguez durante todo el debate.
A pesar de las burlas (que harían a López Obrador ‘digno’ protagonista de un programa cómico de pastelazos en Televisa), le dió a Anaya un status de igual a igual, o al menos, de rival principal, no obstante los muchos puntos de diferencia entre ellos en todas las encuestas. Veremos cómo se refleja esto precisamente en las nuevas encuestas que comiencen a levantarse a partir del próximo fin de semana.
En cualquier caso, sorprende el mal, triste desempeño de López Obrador en este debate (y el pasado): Tras décadas de ejercicio político, lustros de ser candidato, años de preparar esta su tercera candidatura y dedicándose a ser sólo candidato, sin que nada lo distrajera, resulta que López Obrador no sabe debatir, no sabe hablar, está siempre a la defensiva, no sabe presentar sus argumentos o repite sin comprender las ideas que le escribieron sus asesores, y cuando los argumentos le faltan, acude a la descalificación y a la burla personales.
Quizá por eso sus seguidores se sienten legitimados en sus estrategias de insultos, amenazas, acosos, anuncios de venganzas y destierros.
Tras este segundo debate, me parece que cada vez es más claro que la competencia se va reduciendo, ineludiblemente, a dos candidatos: López Obrador y Anaya, a pesar de algunas duras acusaciones mutuas entre Meade y Anaya en el debate, que no tienen ya mayor relevancia a estas alturas y son contraproducentes para ambos, a la vista de las encuestas.
Pero está por verse que el llamado “voto útil” beneficie significativamente a Anaya. Al contrario: Creo que una mayor erosión de las expectativas electorales de Meade y del PRI terminará beneficiando a López Obrador. Por historia común, por visión del mundo, por ideología, por vasos comunicantes, los militantes del PRI son más cercanos a MORENA que al PAN, el partido de Anaya.
En este segundo debate no hubo nocaut en contra de López Obrador, como muchos esperábamos. Ciertamente éste se mostró colérico, ignorante, evasivo, poco claro, desarticulado, deficiente en su entendimiento y hasta decrépito por momentos. Sí. Pero no hubo KO.
En los restantes 40 días se ve cuesta arriba que esto pueda pasar. Podría suceder, claro, por ejemplo en el tercer y último debate presidencial, el próximo 12 de junio, y respaldado en el hecho de que, hoy, 6 de cada 10 electores no votarían por López Obrador.
Pero no se ve aún por dónde y cómo dar el KO al puntero en las encuestas. Por ello, esta elección podría empezar a leerse ya como una lodosa competencia donde los candidatos pelearon larga y forzudamente por el segundo lugar, pero nunca real y efectivamente por ganarle a López Obrador. Aunque aún pueden pasar algunas cosas en el (relativamente poco) tiempo restante.