A casi 30 días de las elecciones presidenciales en México, el tiempo de Ricardo Anaya para crecer en las preferencias electorales y alcanzar a Andrés Manuel López Obrador simplemente ya se acabó. Es ahora o ya no será.
Hasta hoy, Anaya se mantiene en el segundo lugar de las preferencias electorales (y José Antonio Meade y el PRI en un cada día más irrelevante tercer puesto), pero el margen que lo separa de su rival de la coalición Juntos Haremos Historia (Morena-PT-PES) es de entre 10 y 20 puntos, de acuerdo con la encuesta que se prefiera.
Un margen tan amplio que se antoja muy difícil de remontar en un mes. Aunque no imposible, sobre todo considerando que hay un promedio de 30 por ciento de indecisos y (ojo) un número muy, muy alto de ciudadanos que se niegan a responder a los encuestadores.
Si Anaya y su coalición Por México al Frente (PAN, PRD y MC) no ajustan su estrategia y actúan con mucha mayor valentía política, estas elecciones podrán leerse ya como una larga concatenación de errores y timideces por parte de los rivales de López Obrador.
En lo que respecta a Ricardo Anaya, baste señalar que puso en práctica una contraproducente estrategia de mayor populismo para responder al populismo de López Obrador, con propuestas tan intercambiables como las de instituir un Ingreso Básico Universal, el aumento por decreto al salario mínimo o la reducción del precio de las gasolinas.
Más allá de los embates del gobierno federal orquestados para afectar su imagen y descarrilar su campaña, la estrategia electoral de Anaya logró lo mismo, antes; ha sido errónea, omisa, lenta e incapaz de autocrítica.
Ricardo Anaya debería rescatar y revalorar en su discurso, en lo que queda de campaña, la libertad, la responsabilidad y la capacidad del ciudadano para tomar sus propias decisiones económicas, garantizándole respeto a su forma de ganar y gastar su propio dinero, respetando su patrimonio, evitando impuestos injustos y que los políticos no intervengan en su vida.
También Anaya debería desafiar con propuestas a la verdadera “mafia del poder”: partidos políticos; sindicatos oficiales; oligopolios protegidos por barreras de entrada, aranceles y regulaciones; funcionarios, inspectores, cobradores de impuestos y policías corruptos; delincuencia organizada auspiciada y protegida por políticos…
Junto con la incapacidad de Anaya y su coalición de establecer una estrategia diferenciadora y creíble de contraste con López Obrador, la historia de estas elecciones será, también, la del desplome del PRI y el gigantesco trasvase de sus clientelas y votos hacia López Obrador. Basta ver, por ejemplo, las gráficas del movimiento durante el último año de las preferencias electorales en Oraculus, una agregadora de encuestas, o las del Barómetro electoral de Blomberg, para ver la simetría entre PRI y MORENA: Conforme las estimaciones de votos del PRI se iban desplomando, ese caudal lo iban recogiendo López Obrador y Morena. Para todos aquellos que han promocionado durante tanto tiempo el inasible y vacío concepto del “voto útil”, pues en esto se transformó precisamente su ansiado voto útil…
Pero no todo han sido errores de sus rivales; también ha habido indudables aciertos por parte de López Obrador. Así, puede hablarse de un discurso consistente de proteccionismo, mayor rectoría del Estado en la economía, subsidios a clientelas electorales específicas y de privilegiar el mercado interno, muy en sintonía por cierto con los aires pro Trump y post Brexit que recorren el mundo, y con el cual logró (injustamente) apoderarse de la agenda antisistema.
También manejó la falsa percepción de que su opción política ha sido la única que no ha sido probada en el gobierno y que por tanto, tras el sangriento caos en el que está terminando la actual administración del PRI (y antes la del PAN), merece ya gobernar (en realidad, López Obrador ya gobernó y le hizo un enorme daño al país. Y se lo sigue haciendo), capitalizando el repudio a la violencia y a la corrupción prohijadas por el gobierno de Peña Nieto.
Todo esto posicionado por redes (seguramente muy caras) de activistas, troles y bots de la “República amorosa”, que ahogan con prontitud e intolerancia, con base en descalificaciones e insultos multitudinarios, todo reclamo o denuncia contra López Obrador y sus más prominentes colaboradores.
Pero la gran distancia entre Anaya y López Obrador no sería tan grave, sino se reflejara también en un posible triunfo total de éste último en el Congreso y en varios estados en juego. Como a cualquier bolivariano de la nueva ola, al lopezobradorismo no les basta una simple mayoría: quiere unanimidad y callada obediencia.
Así, la coalición alrededor de López Obrador podría obtener la mayoría relativa en ambas cámaras, garantizando así la aprobación de los presupuestos, las propuestas de algunos cargos importantes y las revisiones anuales de gasto de su posible gobierno, aunque al parecer sin la mayoría suficiente como para impulsar los cambios constitucionales que necesita para completar su agenda económica regresiva.
Eso no sería ningún obstáculo para el naciente lopezobradorismo absolutista: En un escenario así, me parece posible y venidera la puesta en práctica de una estrategia como la que impulsó Lula Da Silva durante su primer gobierno en Brasil, que ante las dificultades de una mayoría insuficiente, puso en práctica la Operación Mensãlao, para comprar legisladores al por mayor y lograr, así, la aprobación de sus más preciados proyectos en el Congreso.
Encontraría sin duda a muchos nuevos legisladores del PRI y el PRD dispuestos a transar con la nueva administración, dada su cercanía ideológica, vínculos personales con Morena y con López Obrador, y la opaca discrecionalidad de los inmensos fondos públicos.
Estaríamos pues, en un abrir y cerrar de ojos, devueltos al México de los años 70s, de corrupción e impunidad, con un férreo presidencialismo y un Poder Legislativo manejado a conveniencia y desde las sombras por el ocupante de la silla presidencial.
Un México de corrupción sin consecuencias, justicia a modo e ismos perfectamente conocidos por muchas generaciones de mexicanos: presidencialismo y populismo, autoritarismo y corporativismo, clientelismo y patrimonialismo.
Así que los treinta días que vienen serán vitales para Anaya y su coalición. Y sobre todo para México y sus ciudadanos, actuales y futuros. Pero como en todo en esta vida, nada se logrará sin autocrítica, arrojo y valentía, precisamente lo que ha faltado hasta ahora.