Un fantasma recorre México: El fantasma del “Voto Útil”. A poco menos de un mes de las elecciones presidenciales, en las redes sociales y en las columnas de opinión del país se debate sobre el rival con más posibilidades reales de vencer a Andrés Manuel López Obrador, el candidato filochavista, con la esperanza de movilizar un voto masivo en contra de éste, en favor de solo un candidato.
Pero más allá de la confiabilidad de las encuestas para determinar a al candidato mejor posicionado (hoy materia de litigio), lo cierto es que por ahora el llamado al “voto útil” no pasa de ser, la mayor de las veces, una herramienta partidista de campaña.
Así, llamar a votar por un candidato específico que será el mejor posicionado para vencer a López Obrador, cuando aún faltan, por ejemplo, el tercer y último debate presidencial, y veintitantos días de campaña en los que todo puede pasar, resulta a todas luces, un exceso. Considérese que si se reconoce la posibilidad, difícil pero dentro de lo factible, de que Ricardo Anaya remonte los 18 puntos que lo separan de López Obrador, igual de factible es que José Antonio Meade supere los nueve puntos que lo separan de Anaya.
Así que llamar hoy a votar por Anaya o por Meade como supuestos beneficiarios del “voto útil”, no pasa de ser una mera estratagema partidista.
Una estratagema que además de intentar manipular la real preocupación de millones de ciudadanos por un posible gobierno de López Obrador, oscurece otros temas igual de importantes.
En lo personal, creo que un eventual triunfo de López Obrador es cada día más y más factible, al menos mientras no haya un KO en su contra. En ese escenario, la única opción realista sería limitar a López Obrador con las leyes, los contrapesos y la crítica.
Así, un congreso eficaz, juicioso e independiente (que pocas veces lo ha sido en el pasado) sería el último obstáculo al nuevo autoritarismo recargado, un valladar en contra de la regresión al poder absoluto que encarna López Obrador.
Por ello, me parece que tantos voceros oficiosos a favor del “voto útil” harían una mejor contribución argumentando ante el electorado sobre la necesidad de negar a López Obrador una victoria arrolladora en el Congreso, pasando así, de la interesada y fantasmal argumentación por el “voto útil” a una argumentación más realista y urgente por el “voto dividido”.
Porque, ¿alguien tendrá confianza de que un Poder Legislativo en manos de López Obrador podrá ser uno razonable, que miré por los mejores intereses del país, después de ver el nivel de fanatismo de sus seguidores, sin respeto a la crítica, en defensa a ultranza de todas y cada una de las sinrazones de su líder; con futuros legisladores cuyo único mérito fue haber sido seleccionado a dedo por el propio López Obrador y electos únicamente por aparecer junto a él en un afiche electoral, profesionales del aplauso incondicional al mesianismo que él encarna, que apoyarían ciegamente cualquier atropello y capricho de sus peores asesores?
Un Congreso así sería capaz de incendiar el país solo para hacer a Lopez Obrador el rey de las cenizas.
Un Congreso con mayoría de López Obrador sería una receta fatal para el entendimiento, la confianza y las libertades, en donde los platos rotos de la discordia y el abuso (en cantidades monumentales) terminaríamos pagándolos todos los mexicanos.
En cambio, un Congreso sin mayoría obligaría a López Obrador y a sus incondicionales a la negociación y a la prudencia, a la contención y a la efectiva rendición de cuentas, a privilegiar el sentido de Estado y no las ocurrencias de sus fanáticos más serviles.
Muchos estamos ciertos de que las diferencias entre López Obrador y sus tres rivales son de grado, no fundamentales. Reconocer las deficiencias de todos ellos implica decidir como adultos, como ciudadanos y no como porristas, por el mal menor entre realidades alternativas. En lo personal, no pienso votar por ninguno de ellos; todos me parecen fundamentalmente lo mismo. Pero eso no debiera implicar el renunciar a la defensa de la crítica, de la libertad de opinión y de la vigilancia sobre el poder frente a la emergencia de un nuevo autoritarismo.
Al respecto, ojalá hayamos aprendido que las actitudes antipolíticas (entre ellas, las de muchísimos liberales) sirven de base y justificación para procesos autoritarios que desprecian a los partidos políticos, pretenden pasar por alto los mecanismos democráticos de representación y fomentan las alternativas autoritarias, de los cuales López Obrador sólo ha sido sólo el resultado final y lógico.
Los liberales venimos diciendo, desde hace mucho, que ningún candidato presidencial representa al liberalismo. En realidad, hoy los cuatro candidatos presidenciales solo son representantes del pragmatismo y de la cultura y prácticas políticas tradicionales de la sociedad mexicana; por eso todos ellos encabezan propuestas conservadoras en lo social, autoritarias en lo político y populistas en lo económico, aliados a agrupaciones y personajes corruptos y mercenarios, que miran con añoranza al pasado.
Todos ellos representan una restauración de la tradición política del PRI, de autoritarismo nacionalista, con diferentes etiquetas.
Frente a ello, es hora de convocar a la responsabilidad, a la participación social, a la vigilancia ciudadana, a rescatar el sentido de la crítica en oposición a la horda de creyentes fanatizados que han renunciado a toda exigencia.
Es necesario llamar en contra del suicidio social en ciernes, que lleva a preferir un nuevo rey absoluto en lugar de un modesto y simple representante de todos. Los liberales debiéramos asumir esta tarea como responsabilidad nuestra, en lugar de solo quejarnos y culpar a otros de nuestra inoperancia y marginalidad.
Sin vigilancia y sin contrapesos todo poder tiende a equivocarse en exceso. Un poder personalista como el de López Obrador puede acabar cometiendo muchísimos y graves errores en ausencia de crítica, de control político y de exigencia social. Incluso por el bien del propio López Obrador, es necesario llamar a votar en su contra en el Congreso y organizarnos, desde ya, para hacerle frente desde la sociedad y la crítica.