Las elecciones en México entran a su etapa decisiva, aunque anti-climática. A veinte días de la elección presidencial la única disputa real es por el segundo lugar, según indican todas las encuestas. Si la elección fuera hoy, Andrés Manuel López Obrador obtendría alrededor del 50% de los votos, en apariencia, una proporción no vista desde las épocas en que el PRI era el partido hegemónico, durante el siglo pasado.
Por supuesto que la aparente inevitabilidad del triunfo de López Obrador y la enconada disputa entre José Antonio Meade y Ricardo Anaya por el segundo lugar, han propiciado un ambiente sobrecargado de tensiones en la política mexicana, agravado por los 112 asesinatos y más de 400 agresiones a políticos y candidatos en este proceso electoral desde septiembre de 2017, atentados en su mayoría impunes y quizá indicativos de una más agresiva y envalentonada incursión del narcotráfico en la actividad política.
Así, se especula (creíblemente) en una nueva tentativa del gobierno del presidente Peña Nieto para afectar la campaña del opositor Ricardo Anaya, a partir de un video anónimo que lo vuelve a ligar (sin datos nuevos) con el lavado de dinero para financiar su carrera política, y transmitido (inusualmente) en horario estelar en las dos principales cadenas televisivas del país, además de una agresión al automóvil del propio candidato.
El supuesto interés de Peña Nieto en afectar a la campaña de Anaya no sería ya tanto favorecer a José Antonio Meade y al PRI, sino asegurar el triunfo sin protestas, cuestionamientos legales ni sobresaltos a López Obrador, a cambio de que éste garantice impunidad a Peña Nieto y a sus principales funcionarios.
En los hechos, la realidad poco a poco va dando la razón a estas sospechas, y todo parece indicar que se va creando un co-gobierno entre PRI y MORENA, para lo que resta del actual gobierno.
Al respecto, la respuesta de Anaya ha sido rápida y contundente, logrando controlar y quizá hasta revertir el daño, en apariencia, lo que también haría pensar si el nuevo video no fue, en realidad, una operación del propio Anaya para victimizarse, aprovechando el repudio contra el gobierno de Peña Nieto y su partido. En la hora decisiva de la política mexicana todo puede ser posible.
A ello sumemos la discusión sobre la credibilidad de las encuestas, a pesar de que todas presentan resultados similares. En buena medida, la discusión sobre ellas podría tacharse como una actitud de malos perdedores. Lo mismo que López Obrador en el pasado, ahora PRI y PAN (y sus seguidores) muestran una desconfianza selectiva: Eligen qué creer y qué ignorar dependiendo de si les favorece o no.
Por ahora y de no mediar una sorpresa de último minuto, por ejemplo en el tercer y final debate presidencial de este martes, lo único que se disputa es si Anaya o Meade terminarán en segundo lugar de las encuestas antes de la elección. Estar en ese segundo lugar es estratégico para la coaliciones encabezadas por PRI y PAN respectivamente, suponiendo que ya no tengan chance de ganar la Presidencia.
Esto les significaría, a uno u otro, aprovechar el posible movimiento de “voto útil” en contra de López Obrador y así, una mayor votación nacional y por tanto, mayores posiciones en el Congreso federal, en las gubernaturas y en los congresos locales en disputa.
Hoy ser mexicano es tener que padecer en el espacio público las discusiones políticas más estúpidas y áridas que uno pueda imaginar. Toda esta discusión hiperpolitizada oculta una realidad: La de la inoperancia del gobierno mexicano desde siempre, y con él, de sus políticos y sus partidos.
Muchos mexicanos, seguidores de uno u otro candidato, están hoy obsesionados a toda hora por la política y por quién llegará al poder, como si su destino personal dependiera de quién estará en el gobierno más que de su propia acción individual. Si cualquier mexicano espera hoy que el nuevo gobierno le resuelva una necesidad personal (sea quien sea el que llegue al poder), le espera una gran desilusión… como tantas otras en el pasado.
Los electores mexicanos de hoy cometen el mismo error que los electores mexicanos de ayer (aunque sin la disculpa del crónico fraude electoral del pasado): creen que ellos son más vivos, más preparados, más informados y que por ende, ellos sí podrán escoger a un mandatario más honesto y eficaz que les resolverá todos sus problemas (en el fondo, esa es la creencia que subyace en la popularidad de López Obrador). Pronto se van a encontrar con otra decepción y una nueva derrota.
Por eso el populismo y el proteccionismo que hoy abandera López Obrador están muy en sintonía con las esperanzas sin sustento de muchísimos mexicanos. La experiencia de países como Venezuela, Nicaragua, Ecuador y tantos más, muestra que el populismo suena bien
. Antes también ha sonado bien. Y probablemente seguirá sonando bien mañana. Pero cuando uno va más allá de la retórica y comienza a mirar los hechos concretos y diarios es cuando se ve que el populismo y sus gobiernos aparte de ser una decepción, son un enorme desastre. Y esa es la realidad de fondo que los mexicanos hoy no quieren enfrentar de cara al 1ero de Julio, pero que les arrollará en algún momento futuro.