Argentina cede periódicamente y con mucha facilidad a las llamadas del desastre. Hoy vive una más de sus recurrentes crisis económicas, con una devaluación del peso argentino mayor al 100 por ciento y una tasa de interés del 60 por ciento, la mayor del mundo (lo que no sucede ni en la devastada Venezuela), junto con un explosivo crecimiento de la inflación y una recesión que se espera prolongada.
Pero Argentina no está sola en el desastre. Además de Argentina (la tercera economía más grande de Latinoamérica), países como Turquía, Brasil, Sudáfrica, Indonesia y Rusia han registrado fuertes movimientos a la baja de sus monedas en los últimos días. Hoy, los países de todo el mundo con grandes déficits enfrentan problemas. El alza del dólar por el crecimiento de la economía de EE.UU., junto con el aumento de las tasas de interés de la Fed, complica la capacidad de esos países para pagar sus deudas, ya que sus monedas pierden valor.
Al respecto, la crisis económica no es sólo una calamidad para millones de argentinos. También amenaza con desbordarse a otros países vecinos. Así, una nueva crisis generalizada de deuda en América Latina no es algo que deba darse por descartado: varios otros países de la región no son inmunes a la crisis de Argentina y de los mercados emergentes.
Hoy el peronismo kirchnerista simula que no tiene nada que ver con esta crisis y hasta acusa que todo es culpa del “neoliberalismo” de Macri. Olvida que Cristina Kirchner dejó un Estado con alto déficit fiscal e inflación, descrédito internacional, al borde de la recesión y una sobrepoblación insostenible de empleados públicos: Casi 20 por ciento de los trabajadores argentinos son empleados del sector público. Y esto sin contar el saqueo a manos llenas de los recursos públicos, que realizó con meticulosa eficacia y compulsión obsesiva.
El problema es que Macri tras llegar al poder con una agenda que prometía reparar los errores del kirchnerismo, nunca se decidió verdaderamente a ajustar el histórico déficit fiscal y el gigantismo público de uno de los países más asistencialistas e intervencionistas de América Latina. Su receta para ajustar el desbocado gasto público fue el “gradualismo” en lugar de un terminante “sangre, sudor y lágrimas”, que habría sido muy doloroso entonces, pero que hoy permitiría un crecimiento sano y sostenido. El gradualismo de Macri fue, en la práctica, la perpetuación del kirchnerismo. Así, el macrismo terminó siendo un kirchnerismo de traje, corbata y lavanda.
Y Macri a pesar de sus promesas iniciales de modernización, apertura y libre mercado, tampoco se decidió a desmontar el Estado kirchnerista o a buscar consensos para iniciar reformas estructurales urgentes, cuando era más que evidente que los problemas se acrecentarían, con el aumento de las tasas de interés de la Reserva Federal a partir de en noviembre 2015 (casi en sincronía con el inicio del gobierno de Macri), que retiraría masivamente fondos invertidos en los mercados emergentes.
En los hechos, el gobierno de Macri imprimió pesos para financiar al Estado y se endeudó por más de US$100.000 millones en los últimos dos años, con lo que, básicamente, sus tarjetas de crédito llegaron al tope, sin que le perturbaran las señales en el horizonte ni las advertencias de muchísimos economistas liberales (Milei, Espert, Cachanosky, Giacomini, Etchebarne, Krause…), que fueron los únicos que anunciaron el desastre que se venía. En arrogante respuesta, los voceros macristas los llamaron necios y “liberalotes” y hasta “plateistas y llorones”.
Pero quizá el gradualismo de Macri y su coalición fue simple y puro oportunismo, limitándose a políticas estrictamente graduales, moderadas y prácticas que podían ser aceptadas por la sociedad argentina, pero que corrían el riesgo de hacer perder de vista objetivos más ambiciosos. O suplantarlos por objetivos contrarios a lo propuesto en un inicio: Como advirtió Murray Rothbard, el gradualismo implica que siempre habrá otras consideraciones más importantes que la libertad o que deben abandonarse los principios ante la caída de la relación costo-beneficio. Eso me parece que sucedió con Macri.
Los cambios que hoy propone Macri para enfrentar la crisis, se apoyan fuertemente en el alza de impuestos a las exportaciones y en el desembolso del préstamo restante solicitado al FMI, haciendo recaer el ajuste económico sobre el sector privado más productivo y poco sobre el enorme Estado. Con esas expectativas, ningún préstamo o nuevo impuesto es la solución que se necesita.
Ahora el reto de Macri y de los políticos argentinos ya no es disputar el poder en octubre de 2019, sino simplemente mantener en pie al país, para no terminar con más inflación, más pobreza y un menor PBI que con Cristina Kirchner en 2015, con el consiguiente desbordamiento social. Quizá tengan aún tiempo. Pero se requiere abandonar tajantemente el gradualismo y que el Estado y sus actores políticos actúen con mayor responsabilidad que la que piden a los demás, ya que ellos son los reales culpables del desastre actual.
Al margen y para finalizar, el gradualismo de Macri repone en escena una cuestión vital para los liberales: ¿Con qué rapidez hay que recorrer el camino hacia la libertad? ¿Hay que desmantelar el Estado intervencionista paso a paso o bien, de golpe? Tengo para mí que las hoy clamorosas y agrias diferencias entre los liberales argentinos en realidad tienen más que ver con esa pregunta y sus distintas respuestas, que con sus modales, personalidades o temas puntuales. Pero eso ya daría para otro artículo.